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El oído, órgano de la conciencia

Cristina Papaleo24 de abril de 2007

Los ruidos, deseados e indeseados, nos rodean e invaden por doquier. Pero no siempre oímos lo que queremos oír ni escuchamos como deberíamos. Reflexiones en el "Día internacional de la Concientización respecto al Ruido".

Imagen: Illuscope

Hoy se celebra el “Día Internacional de la Concientización respecto al Ruido”, y esto hace pensar en aquellos momentos en los que nos sentimos abrumados por sonidos que no elegimos escuchar. Pero también es una oportunidad para reflexionar acerca de los ruidos que producimos, y que otros tienen que oír, aunque no quieran. La pregunta que se plantea es: ¿podemos elegir libremente lo que escuchamos? La respuesta parecería ser que no.

Ruidos y silencios

Un día cualquiera en una gran ciudad. Tomamos el metro, paramos un taxi, viajamos en ómnibus por calles atestadas, y nuestros oídos se topan con muros de sonidos que pueden llegar a superar la capacidad con que contamos los seres humanos para elaborarlos. Y eso por no hablar de aquellos ruidos producidos por vecinos desconsiderados que parecen no reparar en que otros seres humanos también intentan vivir a su alrededor. El hecho es que no todo lo que oímos lo escuchamos, es decir, hay una gran diferencia entre el oír y el escuchar.

Según el otorrinolaringólogo francés Alfredo De Tomatis, autor de El oído y el lenguaje (L'oreille Et Le Langage, editorial Le seuil, 1963), un pionero reconocido internacionalmente en el estudio de la relación entre el oído, la voz y la psiquis, el acto de oír es pasivo. Vivimos bañados en ruidos que no logramos integrar. En cambio, escuchar es un acto selectivo que implica captar ciertos sonidos que nos interesan, y relacionarnos con el mundo a través de ellos. Según De Tomatis, “Oír es una acción pasiva que se ubica dentro del territorio de la sensación, mientras que escuchar es un proceso activo que se ubica dentro del territorio de la percepción. Los dos son totalmente diferentes. (...) Cuando el oír da paso al escuchar, la conciencia aumenta, la voluntad se activa, y todos los aspectos de nuestro ser se involucran al mismo tiempo. La concentración y la memoria, nuestra inmensa memoria, son testimonios de nuestra habilidad de escuchar”.

Oír o escuchar, esa es la cuestión.Imagen: Illuscope

El oído y la palabra

Es tan profunda la relación entre el oído, el pensamiento y el habla, que ya en el útero materno se establece una relación entre madre e hijo a través de las palabras. A cuenta de tanta sensibilidad auditiva, también hay momentos en los que parece que el escuchar voluntariamente es remplazado por la voluntad de no escuchar. Una escena muy común es la de un viaje en autobús en el que las personas tratan de aislarse de las conversaciones de sus vecinos por medio de auriculares que expulsan una música tan o más agresiva que los sonidos que lo rodean.

El bebé reconoce las voces de sus padres.Imagen: dpa Bilderdienste

Al mismo tiempo, a menor confluencia de ruidos molestos, por ejemplo, en medio de la naturaleza, más se perciben los sonidos humanos o tecnológicos que pueden formar parte del paisaje, pero que ya, debido al acostumbramiento al “manto” de silencio, nos resultan ajenos e intolerables.

Pero, ¿sabemos qué escuchamos? ¿Prestamos atención al tono de voz, a los diferentes matices del habla humana? ¿O es que perdimos la capacidad de entender al otro más allá de las palabras? ¿Sentiremos todavía el cariño o la animosidad en el tono de voz, o es que los ruidos cegaron nuestra percepción auditiva? En un mundo a veces excesivamente virtual, ¿estaremos olvidando que estamos hechos de palabras y silencios? Los mensajes electrónicos no transmiten la calidez de la voz humana. Una llamada por teléfono, en cambio, revive el recuerdo y la persona con la que hablamos es, a pesar de la distancia, eso mismo, una persona.

Imagen: AP

Paisajes sonoros

La realidad cotidiana nos muestra un panorama menos reflexivo y por lo demás insensible en cuanto a ruidos y silencios. Pero no por eso se debería olvidar la importancia de los sonidos en la vida humana. Recuérdelo la próxima vez que el adolescente de al lado escuche la música a todo volumen (¿tal vez suplicando atención?), o cuando escuche la telenovela de su vecina como si fuera uno más de los personajes (¿querrá invitarlo a verla con ella?).

Mucho de lo que oímos conforma nuestro universo, y por eso no está demás la reflexión acerca de ello. ¿Y qué nos espera en el futuro? ¿Existirán, como predijo Stockhausen, “universos auditivos” o “paisajes sonoros”, ambientes en los que podremos elegir ingresar, según nuestro apego por tal o cual combinación sonora? De hecho, el habla y la percepción de sonidos están íntimamente ligados al ser humano. Y la capacidad de elegir lo que percibimos sea tal vez una muestra de evolución en futuras generaciones.

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