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El retorno de Bachelet, sin gloria pero con majestad

Emilia Rojas16 de diciembre de 2013

La espectacular victoria de Michelle Bachelet queda opacada por el alto nivel de abstención electoral, que no resta sin embargo legitimidad a su mandato.

Imagen: Reuters

Parece, a primera vista, un triunfo histórico. Con más de un 62 por ciento de lo votos, Michelle Bachelet batió el récord de adhesión obtenida en una elección presidencial democrática en Chile. Hasta ahora lo detentaba Eduardo Frei Montalva, elegido presidente con el 56 por ciento, en 1964. Pero esos eran otros tiempos. En ese entonces, Chile se jactaba todavía de una solidez democrática que el golpe de Pinochet aún no echaba por tierra, y de la responsabilidad cívica de su población; en ese entonces, el voto era obligatorio, y la abstención consecuentemente marginal.

Hoy, en cambio, con el voto transformado en un derecho a ejercer de forma voluntaria, el fenómeno ha cobrado relevancia suficiente como para robar protagonismo a la victoria de Bachelet en la segunda vuelta de los comicios presidenciales: más de la mitad de los ciudadanos habilitados para votar no acudieron a las urnas. Caricaturizando la situación, un reportaje de la TV chilena mostró a un elector que fue recibido con aplausos por los vocales de una mesa, aburridos de ver penar las ánimas en ese local de votación.

Es por eso que una segunda mirada vuelve relativo el espectacular resultado de Bachelet, que se convertirá en la primera mujer en regresar a La Moneda, pero sin tanta gloria, pese a toda su majestad. ¿Restará la abstención legitimidad a la presidenta electa? No, porque el fenómeno difícilmente haya distorsionado la voluntad popular. La derecha chilena tampoco fue capaz de movilizar a más gente para respaldar a su candidata, quizá porque la derrota de Evelyn Matthei se daba por descontada, quizá porque también en las filas de los sectores conservadores ha cundido el desencanto, quizá porque en los reductos pinochetistas que quedan aún resuenen las palabras del dictador, mofándose de “los señores políticos”, a los que hubiera querido relegar por siempre a sus “covachas”.

Quienes vivieron la dictadura probablemente recuerden cuánto habrían dado entonces los chilenos por poder ir a votar en forma libre e informada. No en vano los niveles de participación fueron esta vez mucho más elevados entre la gente mayor.

La alta abstención no pone en tela de juicio el mandato de Michelle Bachelet, pero será probablemente un argumento que esgrimirán sus adversarios cuando se libren las duras batallas políticas que requerirá el cumplimiento de sus promesas de campaña. La reforma del sistema electoral y de la educación serán la piedra de toque de su segunda presidencia. De cuánto logre en esos terrenos dependerá no sólo el veredicto sobre su gobierno, sino también la posibilidad de reencantar a los chilenos con su democracia. Y esa debería ser una meta para todos los políticos, más allá de su filiación y sus alianzas.

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