El sufrimiento de los inmigrantes en Sochi.
1 de febrero de 2014 Con los dientes magullados, las palabras fluyen con dificultad de su boca. Su mirada está vacía. Mardiros Demertschan ya no es el mismo. Algo pasó en mayo de 2013 que cambió su vida radicalmente. Procedente de Abjasia, republica autónoma ocupada por Georgia, trabaja desde la primavera de 2013 en las obras olímpicas de Sochi. Puso la instalación eléctrica para alojamientos de policía y voluntarios. Su sueldo: 1500 rublos al día, alg así como 30 euros. Pero después de dos meses, perdió su trabajo. Según sus jefes, era muy lento y sólo iba a recibir la mitad del salario acordado.
La reducción del sueldo sólo fue el principio del desastre. Casado y padre de cuatro hijos, fue acusado de haber robado cables de electricidad. Demertschan desmintió las acusaciones, pero dos semanas después de haber sido despedido, fue convocado junto a otros compañeros en un almacén para buscar al culpable. Cuando volvió a negar la acusación, le pusieron las esposas y lo llevaron a comisaría.
“Entonces nos llevaron a diferentes salas”, informa fríamente Demertschan. “Los policías gritaron que uno de nosotros tenía que reconocer la culpa”. A la vez, acariciaban unos guantes de boxeo. “En ese momento entendí que me iban a dar una paliza”. Con los golpes, rápidamente perdió el conocimiento. Pero el martirio no había terminado.
“Entonces me rociaron con agua fría. Poco después volvía a estar consciente”, dice el trabajador: “Ya sin guantes de boxeo, me preguntaron: ¿nos vas a decir si lo has hecho o no?”. Demertschan estuvo sometido a torturas durante varias horas. Cuando estaba en las últimas tanto mental como físicamente, firmó un papel en el que reconocía el robo. Con un poco de suerte, pudo informar a su familia, que se acercó a la comisaría para llevarlo al hospital. La familia de Demertschan está convencida de que fue confundido con un trabajador extranjero: un error fatal.
Dolores y analgésicos
El padre de familia continúa sufriendo hoy las consecuencias de las torturas. Con dolores de cabeza y espalda, tiene que estar todo el día tumbado. No puede trabajar. Un abogado ha aceptado su caso y Demertschan espera que los responsables rindan cuentas por lo que le hicieron. Sobre las Olimpiadas de Sochi, no quiere saber nada: “Tengo mis propios problemas”.
Otros de los trabajadores extranjeros en Sochi corrieron la misma suerte que Demertschan. Sermjon Simonow, de la organización de derechos humanos rusa Memorial, tiene su oficina en Sochi desde 2012. Se preocupa por la situación de los trabajadores extranjeros. Al principio no tenía mucho que hacer. Nadie sabía de la existencia de su oficina y él mismo tuvo que hacer publicidad yendo a las obras y repartiendo folletos. Desde entonces, ha cambiado mucho.
Los juegos podrían haber simbolizado el cambio
En 2013, Simonow trató 80 casos en los que estaban implicados 1.500 trabajadores. Hace dos años, todavía tenía la esperanza de que a raíz de los Juegos Olímpicos de Sochi cambiase radicalmente la situación de los inmigrantes: “Se nos prometió que en Sochi se aplicaría la ley y el orden con los extranjeros detenidos. Pero sucedió lo contrario”, aclara molesto: "Por el contrario, hay casos de estafas en los salarios, documentos retirados y lesiones corporales".
Los problemas con los trabajadores extranjeros en Rusia tienen que ver en parte con la xenofobia que reina en el país. Muchos rusos son muy patriotas y hay muchos prejuicios contra los extranjeros. Aun así, el pueblo ruso tiene que recurrir a la inmigración. En la mayoría de las ciudades hay pleno empleo y Rusia está, al igual que Alemania, ante un cambio demográfico. Según el Banco Mundial, la tasa de natalidad es de 1,5 desde hace años. “Sin inmigrantes, Rusia no podría funcionar. Trabajan en todas las grandes construcciones”, dice Simonow.
También la organización pro derechos humanos Human Rights Watch conoce el caso de Mardiros Demertschan. Los expertos creen su versión. Sería una de las verdades más tristes de los Juegos Olímpicos de Invierno 2014.