Las tensiones comerciales entre China y Estados Unidos pueden dar pie a una lidia sin ganadores. La devaluación monetaria como mecanismo competitivo ofrece alegrías efímeras, pero causa penas duraderas y deja cicatrices.
Publicidad
Este lunes (5.8.2019), China decidió permitir que su moneda nacional se devaluara hasta alcanzar la cotización de siete yuanes por dólar. La última vez que se depreció tan marcadamente fue hace más de una década. Muchos analistas presumen que el gigante asiático está dispuesto a sacrificar la fortaleza de su moneda con miras a impulsar sus exportaciones, en el marco de su disputa comercial con Estados Unidos. Después de todo, el desplome del yuan se dio poco después de que Washington amenazara con imponerle aranceles del 10 por ciento, a partir de septiembre, a las importaciones chinas que hasta ahora se habían salvado de ser afectadas.
El anuncio hecho por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y la reacción de China echan por tierra la posibilidad de una tregua y hacen temer que los frentes se endurezcan aún más. Los dimes y diretes ya empezaron: el Departamento del Tesoro estadounidense tachó a China de “manipulador de monedas” y el banco central chino denunció que esa imputación violaba seriamente las reglas de juego internacionales. “Todo apunta a que las autoridades chinas ya no ven la necesidad de restringir las herramientas a su alcance y que su moneda es parte de su arsenal”, comenta el economista Rob Carnell, del banco ING.
Manipulando las monedas
“La de China no es realmente una economía de mercado; el Gobierno tiene, seguramente, su propia agenda económica, política y militar”, acota Michael Hüther, director del Instituto de la Economía Alemana (IW), que tiene su sede en Colonia. Para Ken Cheung, estratega del banco japonés Mizuho, China ya le ha dado luz verde a la devaluación del yuan. Según Julian Evans-Pritchard, analista de la consultoría londinense Capital Economics, eso significa que Pekín ya no ha perdido toda esperanza de llegar a un acuerdo comercial con Washington. Eso inquieta porque estas fricciones binacionales pueden dar pie a una lidia sin ganadores.
El debilitamiento del yuan promete enfadar a Trump, que lleva años acusando a China, a Japón y a los países de la eurozona de manipular sus respectivas monedas con el fin de obtener ventajas económicas frente a sus socios comerciales estadounidenses. El Gobierno de Estados Unidos, que sí es una economía de mercado, no puede incidir artificialmente sobre el valor del dólar para que la mercancía exportada por sus empresarios sea más barata y atractiva en el extranjero; pero el Sistema de la Reserva Federal –el banco central de Estados Unidos– sí puede hacerlo mediante una amplia gama de instrumentos fiscales y políticas monetarias.
Juegos rudos
El problema es que, vista históricamente, la devaluación monetaria como mecanismo para incrementar la competitividad comercial solo tiende a ofrecer ventajas efímeras sobre los rivales. Los esfuerzos sistemáticos para devaluar monedas se vienen registrando al menos desde la Primera Guerra Mundial. En realidad, “devaluación competitiva” es solo un eufemismo para referirse a una “guerra monetaria”, un término acuñado oficialmente en septiembre de 2010 por el exministro de Finanzas brasileño Guido Mantega, cuando dijo que “una guerra monetaria había estallado” al principio de la última crisis financiera global.
Mantega aludía al hecho de que más de veinte bancos centrales redujeron sus tasas de interés y convirtieron a Brasil en una de las víctimas tempranas de esa práctica: buscando tasas de interés más altas para su dinero, capitalistas llevaron sus fortunas a mercados emergentes como Brasil. Eso hizo que las monedas de los países emergentes se robustecieran notablemente y que sus exportaciones se encarecieran. El caso de Brasil evidencia que toda guerra –incluso las guerras monetarias– tiene sus víctimas, con el agravante de que, con las llamadas “devaluaciones competitivas”, todos los involucrados pueden salir perdiendo.
La lógica de ese “juego” es que, cuando alguien devalúa su moneda para obtener ventajas comerciales, los rivales toman venganza aplicando medidas que terminan conduciendo a una recesión global. El conflicto se torna amargo incluso en su primera fase: si bien el primero en devaluar su moneda puede exportar más debido al bajo precio de su mercancía, eventualmente éste debe pagar precios más altos por sus importaciones, ver cómo el poder adquisitivo de su población se reduce y enfrentar la posibilidad de que los niveles de inflación aumenten en su territorio. Al final, las guerras monetarias traen más perjuicios que beneficios.
Lamentablemente, no hay garantía de que, en tiempos de antagonismo comercial entre las dos economías más grandes del mundo, las decisiones más racionales vayan ser tomadas por sus líderes.
(erc/ers)
Deutsche Welle es la emisora internacional de Alemania y produce periodismo independiente en 30 idiomas. Síganos enFacebook | Twitter | YouTube
El milagro económico de Brasil se debilita (oct. 2014)
Pero, aun así, sigue siendo la séptima economía del mundo, con un producto interno bruto de más de 2,24 billones de dólares (en 2013). Hasta 2012 presentó grandes crecimientos anuales. Un vistazo a un polifacético país.
Imagen: picture-alliance/dpa
Creciendo con fuerza...
La economía brasileña ha crecido en la última década una media de un cuatro por ciento. Desde 2012, sin embargo, se ha estancado. Este año solo crecerá, probablemente, un 0,5 por ciento. Los expertos pronostican un crecimiento todavía menor el año que viene. ¿Y después? Se mantendría entre un exiguo uno por ciento anual y un dos por ciento de crecimiento.
Imagen: picture-alliance/dpa
Principal motor económico
Brasil tiene un gran mercado interno de más de doscientos millones de personas. Con el milagro económico de los últimos años, los medios de cada vez más y más brasileños fueron un importante estímulo para la demanda interna.
Imagen: AFP/Getty Images
La brecha social
Gracias al crecimiento, se ha reducido la desigualdad. Si en 2003 alrededor de un 12 por ciento de los brasileños vivía en extrema pobreza, hoy este índice no llega al 5 por ciento. Esto significa que con los gobiernos de Lula da Silva, primero, y de Dilma Rousseff después, 35 millones de personas salieron de la probreza para engrosar las clases medias, que son ya más de la mitad de la población.
Imagen: picture-alliance/dpa
Exportaciones
Brasil vende especialmente productos agrícolas, como la soja, el café o el azúcar, así como materias primas como el hierro, el cobre o, también, el petróleo. Una quinta parte de sus exportaciones se dirigen a la Unión Europea, un diez por ciento a Estados Unidos y un 32 por ciento a China. Muchas críticas reciben las talas de grandes zonas de selva tropical para dedicar los terrenos a cultivos.
Imagen: Reuters
El principal exportador de hierro del mundo
Ese mineral es también una de las principales empresas logísticas de Brasil. El grupo Vale controla minas, embarques, una compañía de transporte, la empresa de logística y una gran parte de la red ferroviaria brasileña. Aunque la empresa fue privatizada en 1997, el Estado sigue teniendo gran influencia indirecta a través de los fondos de pensiones estatales y el banco nacional de desarrollo BNDES.
Imagen: picture-alliance/dpa
La gran esperanza
Brasil confía en sus reservas de crudo, después de que grandes yacimientos petrolíferos fueran descubiertos en aguas profundas del país. La empresa Petrobras pugna por convertirse en uno de los grandes productores mundiales de combustible. La antigua compañía estatal fue, de hecho, privatizada, pero un 64 por ciento de las acciones están todavía en manos del Estado.
Imagen: picture-alliance/dpa
Petrobras y su proximidad con el Estado
Esta relación ha levantado una oleada de críticas. La corrupción, el lavado de dinero, la evasión de impuestos, un agujero de miles de millones... las denuncias se acumulan. Antes de asumir la presidencia, Rousseff era presidenta del Consejo supervisor de Petrobras. Y designó a la actual regente de la compañía, María das Graças Silva (izq.), considerada una colaboradora muy cercana de Rousseff.
Imagen: Evaristo Sa/AFP/Getty Images
Carencias en infraestructuras
Carreteras, puertos, ferrocarriles y líneas eléctricas no están a la altura de las de otros países emergentes. Según un estudio de McKinsey, el valor de las infraestructuras brasileñas supone en total un16 por ciento del PIB. En comparación, en la India están valoradas en un 58 por ciento; en China, en el 76 por ciento o, en Sudáfrica, en un 87 por ciento del producto interior bruto.
Imagen: picture alliance/Sandra Gätke
Problemas con la inflación
Un problema es la inflación sostenida. Los expertos calculan que debería mantenerse entre el dos y el cuatro por ciento, lo que también puede ser cuestionado. Pero desde 2008 la inflación ha venido superando ese cuatro por ciento, llegando este año al seis por cierto. La inflación, además, inhibe la inversión, porque quien presta dinero quiere que los intereses estén por encima de la inflación.
Imagen: Comugnero Silvana/Fotolia
Altos costes
El coste para empresas e inversores es alto. No solo por los problemas de infraestructura y la corrupción, sino también por las complicadas reglas burocráticas, fiscales y legales. Los brasileños incluso tienen un nombre para esto: Custo Brasil. Ya el año pasado los sindicatos llamaron a la huelga general contra la corrupción y la mala gestión.
Imagen: VANDERLEI ALMEIDA/AFP/Getty Images
La deuda...
No solo muchos brasileños han cumulado deudas... la deuda pública también es muy alta. La agencia de calificación crediticia Standard & Poor rebajó su nota para los bonos brasileños de triple B a "BBB-". Ese signo menos deja al país ligeramente por encima del nivel de los bonos basura.