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Historiador: "Franco es el fantasma de un pasado incómodo"

24 de octubre de 2019

Los restos del dictador Francisco Franco ya no reposan en un lugar privilegiado del Valle de los Caídos. DW habló con el prestigioso historiador Enrique Moradiellos sobre el simbolismo de esta exhumación.

El extinto dictador Franco y el rey emérito Juan Carlos, aquí en el Paseo de la Castellana de Madrid, el 26 de mayo de 1974.
El extinto dictador Franco y el rey emérito Juan Carlos, aquí en el Paseo de la Castellana de Madrid, el 26 de mayo de 1974.Imagen: Gianni Ferrari/Cover/Getty Images

DW: Aparte del hecho físico de que los restos de Franco no estén en el Valle de los Caídos, ¿qué valor simbólico tiene para España este hecho? 

Enrique Moradiellos: La figura de Franco en el Valle de los Caídos es un recordatorio de la traumática historia reciente de España, que arrancó hace poco más de 80 años con una cruenta guerra civil que provocó más de medio millón de víctimas mortales, aparte de un inenarrable sufrimiento a los supervivientes y grandes destrucciones materiales que lastraron la vida española durante 20 años de recuperación. Entre esas víctimas estaban, además, los muertos en operaciones de represión en retaguardia por sus ideas y actuaciones previas político-ideológicas: algo menos de 60.000 muertos civiles en la zona bajo el Gobierno republicano y algo más de 100.000 en la zona franquista. 

El legado de aquella guerra persistió con una dictadura de los vencedores muy severa, sobre todo en los primeros 20 años, clausurada a finales de 1975, hace hoy poco más de 43 años. Gran parte de los españoles nació, vivió y en algunos casos padeció aquel régimen en primera persona. Por eso, la guerra y el franquismo, sobre todo sus muertos, y el destino de la tumba de Franco, se utilizan a menudo como factor de crítica y de denuncia contra el adversario político actual con propósito de deslegitimación pública y cívica.

Enrique Moradiellos es historiador, catedrático de Historia Contemporánea y experto en franquismo.Imagen: Turner

¿Qué queda hoy del franquismo en las instituciones, en la política y en la sociedad españolas? 

En la España de hoy, Franco es un fantasma de un pasado incómodo y progresivamente difuminado y mal conocido. Pero hablar de Franco y del franquismo es hablar siempre de la Guerra Civil, porque solo en función de esta puede entenderse aquél. Y esa ligazón histórica es tan profunda, que no cabe separar el juicio sobre la guerra y sus crímenes del régimen, que fue la dictadura de los vencedores. La Guerra Civil comenzó porque la democracia republicana inaugurada en 1931 implosionó en julio de 1936.

La República democrática se derrumbó porque la sociedad española había experimentado en esos cinco años un proceso de polarización política extrema, en un contexto de agudísima crisis económica y profunda movilización social radicalizada, algo no tan diferente a lo que sucedió en la época de entreguerras en tantos países europeos: en 1922, la caída del régimen democrático italiano; en 1926, la caída de la República democrática portuguesa; en 1933, la caída de la República democrática de Weimar, por no hablar de la instauración de dictaduras en toda Europa centro-oriental. La única diferencia entre el caso español y el resto de casos europeos es que esa caída, en España, provocó una guerra civil.  

En todo caso, los residuos del franquismo en la España de hoy son puramente anecdóticos en lo referente a la vida socio-política. Quizá se manifiesten en ciertas disposiciones de ánimo y cultura cívica que cabe pensar que son también prefranquistas, es decir, que existían antes de 1936, y que están incluso muy generalizadas en las sociedades occidentales de hoy, baste mirar a Gran Bretaña, Italia, EE.UU. o Argentina: la obsesión por la unanimidad en las decisiones políticas, la tendencia a la satanización del conflicto, la inclinación a identificar Gobierno y nación, la hipertrofia del poder ejecutivo frente a otros poderes estatales, el gusto por el liderazgo carismático personalista, la mirada complaciente hacia la corrupción y la venalidad. 

¿Qué precio paga España por subordinar el silencio al consenso que condujo a la democracia durante la transición? 

La transición fue un proceso negociado y básicamente pacífico, fruto de una serie de pactos y compromisos sellados entre el Gobierno surgido de la legalidad franquista y las fuerzas de la oposición antifranquista, bajo el imperativo del "consenso” entre las fuerzas políticas enfrentadas y con el apoyo latente o expreso de la práctica totalidad de la población española. La transición significó tanto una reforma pactada de la entonces vigente legalidad franquista como una ruptura pactada de la misma en beneficio de una nueva legalidad democrática plena. El antiguo sistema político imperante fue totalmente desmantelado y no solamente reformado o renovado. El caso de la transición política española es uno más de otros fenómenos análogos registrados en el siglo XX europeo. Sin ir más lejos, los procesos reformistas que permitieron "transitar” desde las viejas dictaduras comunistas o soviéticas de economía colectivista hasta los posteriores regímenes democrático-parlamentarios y capitalistas del este del continente entre 1989 y 1991, sin asomo de crueles guerras civiles, insurrecciones armadas populares o ejercicios de violencia generalizada e indiscriminada, para sorpresa de casi todo el mundo, incluyendo a los protagonistas del proceso.

Enrique Moradiellos es autor de "Franco. Anatomía de un dictador", publicado en 2018.Imagen: Turner

En el caso de España,  el  "pacto de silencio público" fue un acuerdo político para no utilizar en el ámbito público la guerra y sus abominables crímenes como arma política activa de deslegitimación del adversario. En la España de los años del tardo-franquismo (del año 1969 al 1975 n.d.r) y la transición democrática, el recurso a esa bien conocida opción política del "silencio", gestada progresivamente tanto entre las elites dirigentes como entre los ciudadanos, estaba a tono con la nueva visión de la Guerra Civil dominante durante los años sesenta, que ya no era el mito heroico y loable de antaño, sino un nuevo mito trágico y deplorable. Si eso se considera un precio a pagar, cabría decir que la humanidad lo está pagando reiteradamente y a lo largo de siglos y siglos: ahora mismo, y probablemente muy pronto en Venezuela o Cuba: ¿o alguien cree posible no hacer tal cosa en esos países para poner fin a sus sufrimientos sociales?

¿Cómo valora el hecho de que recientemente los partidos de derecha moderada PP y Ciudadanos se abstuvieran en la votación del Congreso para exhumar a Franco? Aparte de esa votación ¿es necesario que los partidos políticos tomen una posición activa respecto al pasado franquista?

Esas son cosas de política inmediata que son opinables y no cuestiones históricas sustanciables.

(jov)

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