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¿Está por comenzar una nueva carrera armamentista?

2 de agosto de 2019

Este pacto sellado en 1987 era imperfecto, pero, en lugar de enterrarlo por completo, los Gobiernos de Estados Unidos y Rusia deberían haberlo modernizado. Les faltó voluntad política para ello, comenta Bernd Riegert.

DW Karikatur - INF-Vertrag offiziell beendet
Imagen: DW/Sergey Elkin

El convenio que les prohibía a Estados Unidos y a Rusia desarrollar misiles terrestres y cohetes de crucero, dotarlos con ojivas nucleares y prepararlos para su lanzamiento es historia. Su anulación es una carga pesada para la arquitectura de seguridad en torno a Europa. Y es que el Tratado para la Eliminación de Misiles de Corto y Mediano Alcance (INF), firmado hace treinta y dos años, fue diseñado con el Viejo Continente en mente.

Después de una carrera armamentista prolongada, Estados Unidos y la otrora Unión Soviética llegaron al acuerdo de suprimir una categoría completa de armas bélicas. Una amenaza innecesaria y onerosa fue eliminada de un plumazo por ambos países, beneficiando también a sus respectivos aliados europeos. Eso hizo que la transformación de Europa en un campo de batalla fuera cada vez más improbable. Sin embargo, aunque menos acentuada, la política de disuasión nuclear mutua –el primero en disparar morirá de segundo– se mantuvo vigente. A finales de la década de los ochenta, Estados Unidos y la Unión Soviética todavía tenían más de doce mil ojivas nucleares en sus respectivos arsenales. Hoy tienen mil seiscientas cada uno.

Bernd Riegert, comentarista de Deutsche Welle.

Confianza perdida

El fin del Tratado para la Eliminación de Misiles de Corto y Mediano Alcance (INF) deja entrever la creciente pérdida de confianza entre Estados Unidos y la OTAN, por un lado, y la Federación Rusa, por otro. Desde 2008, Rusia se viene presentando con un perfil cada vez más agresivo. La guerra contra Georgia, el conflicto en el este de Ucrania, la ocupación de Crimea, el respaldo al régimen de Bashar al Assad en Siria, las provocaciones en la frontera oriental de la OTAN son percibidas por Occidente como serias amenazas. El rearme de Rusia con nuevos misiles de crucero, observado a más tardar desde 2014 –mucho antes de que el caótico Donald Trump asumiera la presidencia de Estados Unidos– justifica, en todo caso, la renuncia de Washington al Tratado INF.

Además, ese pacto ya no calzaba en el contexto estratégico actual. Por una parte, no incluía a Estados como China, que ya poseen misiles terrestres de mediano alcance. Por otra, no contemplaba directrices para los nuevos sistemas de defensa antimisiles estacionados en zonas de influencia de la OTAN, bajo fuertes protestas del Kremlin, con miras a repeler eventuales ataques de Irán y Corea del Norte. No obstante, Estados Unidos, la OTAN y Rusia no deberían haber enterrado el tratado; deberían haberlo modernizado, invitando a otros países, como China, a suscribirlo. También podrían haber considerado nuevos tipos de armas en Internet o los robots asesinos. La oportunidad fue desestimada por Rusia y reconocida con poco entusiasmo por Estados Unidos.

Desde luego, la consecuencia será una nueva carrera armamentista. Estados Unidos ya anunció que pondría a prueba nuevos misiles de crucero. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, recordó que el “rearme” de Occidente fue necesario en los años ochenta del siglo pasado para persuadir a Oriente, económicamente inferior, de firmar el tratado.

Rescatar el control armamentista estratégico

Ojalá que las dos grandes potencias nucleares puedan al menos rescatar su tratado para minimizar el desarrollo de armas intercontinentales –el nuevo START–, que busca reducir el número de armas atómicas que ambos conservan para destruirse mutuamente. Durante la renegociación de este pacto es imprescindible involucrar a las otras potencias nucleares: Pakistán, India, Israel, Corea del Norte e Irán. Cabe dudar que eso sea posible, considerando lo caldeados que están los ánimos y la intensa desconfianza que se tienen los actuales líderes de la Casa Blanca y el Kremlin. Aunque el control armamentista es de enorme importancia, el camino para conseguirlo no se ve claramente.

El Tratado INF que Washington y Moscú acaban de enterrar fue suscrito en 1987, después de que los funcionarios más testarudos del Partido Comunista de la Unión Soviética fueran sustituidos por su secretario general, Mijail Gorbachov. Ojalá que no debamos esperar por un nuevo relevo generacional en el Kremlin para que un acuerdo sensato de limitación armamentista pueda ser negociado. Cabe dudar que en Estados Unidos la actual administración esté en capacidad de sostener conversaciones inteligibles sobre la materia. Un presidente impredecible rodeado de halcones y con tendencia a romper muchas vajillas de porcelana con su política exterior no despierta precisamente esperanzas.

Bernd Riegert (erc/ers)

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