Este pacto sellado en 1987 era imperfecto, pero, en lugar de enterrarlo por completo, los Gobiernos de Estados Unidos y Rusia deberían haberlo modernizado. Les faltó voluntad política para ello, comenta Bernd Riegert.
Publicidad
El convenio que les prohibía a Estados Unidos y a Rusia desarrollar misiles terrestres y cohetes de crucero, dotarlos con ojivas nucleares y prepararlos para su lanzamiento es historia. Su anulación es una carga pesada para la arquitectura de seguridad en torno a Europa. Y es que el Tratado para la Eliminación de Misiles de Corto y Mediano Alcance (INF), firmado hace treinta y dos años, fue diseñado con el Viejo Continente en mente.
Después de una carrera armamentista prolongada, Estados Unidos y la otrora Unión Soviética llegaron al acuerdo de suprimir una categoría completa de armas bélicas. Una amenaza innecesaria y onerosa fue eliminada de un plumazo por ambos países, beneficiando también a sus respectivos aliados europeos. Eso hizo que la transformación de Europa en un campo de batalla fuera cada vez más improbable. Sin embargo, aunque menos acentuada, la política de disuasión nuclear mutua –el primero en disparar morirá de segundo– se mantuvo vigente. A finales de la década de los ochenta, Estados Unidos y la Unión Soviética todavía tenían más de doce mil ojivas nucleares en sus respectivos arsenales. Hoy tienen mil seiscientas cada uno.
Confianza perdida
El fin del Tratado para la Eliminación de Misiles de Corto y Mediano Alcance (INF) deja entrever la creciente pérdida de confianza entre Estados Unidos y la OTAN, por un lado, y la Federación Rusa, por otro. Desde 2008, Rusia se viene presentando con un perfil cada vez más agresivo. La guerra contra Georgia, el conflicto en el este de Ucrania, la ocupación de Crimea, el respaldo al régimen de Bashar al Assad en Siria, las provocaciones en la frontera oriental de la OTAN son percibidas por Occidente como serias amenazas. El rearme de Rusia con nuevos misiles de crucero, observado a más tardar desde 2014 –mucho antes de que el caótico Donald Trump asumiera la presidencia de Estados Unidos– justifica, en todo caso, la renuncia de Washington al Tratado INF.
Además, ese pacto ya no calzaba en el contexto estratégico actual. Por una parte, no incluía a Estados como China, que ya poseen misiles terrestres de mediano alcance. Por otra, no contemplaba directrices para los nuevos sistemas de defensa antimisiles estacionados en zonas de influencia de la OTAN, bajo fuertes protestas del Kremlin, con miras a repeler eventuales ataques de Irán y Corea del Norte. No obstante, Estados Unidos, la OTAN y Rusia no deberían haber enterrado el tratado; deberían haberlo modernizado, invitando a otros países, como China, a suscribirlo. También podrían haber considerado nuevos tipos de armas en Internet o los robots asesinos. La oportunidad fue desestimada por Rusia y reconocida con poco entusiasmo por Estados Unidos.
Desde luego, la consecuencia será una nueva carrera armamentista. Estados Unidos ya anunció que pondría a prueba nuevos misiles de crucero. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, recordó que el “rearme” de Occidente fue necesario en los años ochenta del siglo pasado para persuadir a Oriente, económicamente inferior, de firmar el tratado.
Rescatar el control armamentista estratégico
Ojalá que las dos grandes potencias nucleares puedan al menos rescatar su tratado para minimizar el desarrollo de armas intercontinentales –el nuevo START–, que busca reducir el número de armas atómicas que ambos conservan para destruirse mutuamente. Durante la renegociación de este pacto es imprescindible involucrar a las otras potencias nucleares: Pakistán, India, Israel, Corea del Norte e Irán. Cabe dudar que eso sea posible, considerando lo caldeados que están los ánimos y la intensa desconfianza que se tienen los actuales líderes de la Casa Blanca y el Kremlin. Aunque el control armamentista es de enorme importancia, el camino para conseguirlo no se ve claramente.
El Tratado INF que Washington y Moscú acaban de enterrar fue suscrito en 1987, después de que los funcionarios más testarudos del Partido Comunista de la Unión Soviética fueran sustituidos por su secretario general, Mijail Gorbachov. Ojalá que no debamos esperar por un nuevo relevo generacional en el Kremlin para que un acuerdo sensato de limitación armamentista pueda ser negociado. Cabe dudar que en Estados Unidos la actual administración esté en capacidad de sostener conversaciones inteligibles sobre la materia. Un presidente impredecible rodeado de halcones y con tendencia a romper muchas vajillas de porcelana con su política exterior no despierta precisamente esperanzas.
Bernd Riegert (erc/ers)
Deutsche Welle es la emisora internacional de Alemania y produce periodismo independiente en 30 idiomas. Síganos enFacebook | Twitter | YouTube
¿Guerra Fría recargada?
Con la suspensión del tratado nuclear INF, una de las principales iniciativas de desarme de los años 80 ha sido archivada. Este acuerdo fue un mérito de la diplomacia y del movimiento por la paz. Aquí una revisión.
Imagen: picture-alliance/dpa/P. Zinken
Rearme verbal y material
EE. UU. suspendió primero su participación en el tratado nuclear INF durante seis meses, y un día después, lo hicieron los rusos. Por el momento, estas decisiones ponen fin a una fase de tres décadas de entendimiento y desarme entre las principales potencias. Los militares y los políticos participaron en este pacto, igual que la sociedad civil, que se movilizó masivamente en los años ochenta.
Imagen: picture-alliance/dpa/P. Zinken
Arsenal del terror
El INF fue uno de varios tratados diseñados para frenar el terrorífico arsenal atómico creado por el rearme de la Guerra Fría. Aquí hay un misil Pershing II de EE.UU. equipado con una cabeza nuclear en la base estadounidense Mutlangen, en Baden-Württemberg (Alemania).
Imagen: picture-alliance/dpa/R. Schrader
Brindis por el entendimiento
El avance hacia el tratado INF fue logrado por el entonces presidente de EE. UU. Ronald Reagan (izquierda) y el líder soviético Mijail Gorbachov (derecha) en diciembre de 1987. Tras su firma en Washington, ambos políticos presionaron para un nuevo comienzo en las relaciones Este-Oeste.
Imagen: picture-alliance/dpa
Línea directa
Una de las grandes preocupaciones durante la Guerra Fría fue que las dos grandes potencias podrían declararse la guerra entre sí por un simple error de comunicación. Es por eso que los ingenieros de ambos países establecieron la llamada "línea directa" en 1963: una conexión directa entre Washington y Moscú. Esta imagen muestra un télex en el Pentágono en 1963.
Imagen: picture-alliance/ dpa
Entre dos frentes
Durante la Guerra Fría, el Telón de Acero corrió por el centro de Alemania. La República Federal de Alemania (RFA) estaba vinculada a Occidente, y la República Democrática Alemana (RDA) a la esfera de influencia oriental. En el caso de una guerra nuclear, el Gobierno federal tenía su propio búnker cerca de Ahrweiler, en su sede ubicada en Bonn.
Imagen: DW/Maksim Nelioubin
Gobierno subterráneo
En caso de una guerra nuclear, el Gobierno de Alemania Occidental debía continuar trabajando. Por lo tanto, el búnker estaba equipado con todo lo necesario. En el subsuelo también había una sala de reuniones con colores cálidos que supuestamente aliviaban el horror del búnker.
Imagen: DW/Maksim Nelioubin
¿Guerra nuclear? No, gracias
El temor a una posible guerra nuclear también impulsó a gran parte de la población a manifestarse. A fines de la década de 1970 surgió un movimiento por la paz que durante años exigió desarme y entendimiento. Aquí hay un pin correspondiente a una de las reuniones celebradas en Bonn, en octubre de 1981.
Imagen: HDG
Demostración histórica en el Hofgarten
El 10 de octubre de 1981, alrededor de 300 mil personas se reunieron en Bonn, entonces la capital de la República Federal, para protestar contra el armamento nuclear. La última reunión en el Hofgarten de Bonn se convirtió en una de las manifestaciones más impresionantes de la historia del movimiento alemán por la paz.
Imagen: picture-alliance/dpa/K. Rose
"Reunión de los valientes..."
"...no de los temerosos". Así describió el político del SPD Erhard Eppler, uno de los actores clave en el movimiento por la paz, al mitin de Bonn. Las palabras de Eppler se referían a que justamente quienes expresaban temor a la guerra eran valientes por ello.
Imagen: picture-alliance/dpa/M. Athenstädt
Bloqueo por la paz
En septiembre de 1983, los opositores a las armas nucleares bloquearon el depósito de armas de EE.UU. en Mutlangen. Entre ellos estaban el Nobel de Literatura Heinrich Böll y su esposa, Annemarie. Böll dijo que estaba allí "porque sería muy fácil defender algo tan primordial solo desde mi escritorio. También deseo solidarizarme con todas aquellas personas que tanto se sacrifican".
Imagen: picture-alliance / dpa
Críticas desde las Fuerzas Armadas
Uno de los opositores al rearme más famosos fue el general de división Gert Bastian. Junto con la política Petra Kelly, protestó contra el despliegue de misiles nucleares de mediano alcance en Europa. En 1983, ambos fueron de los primeros políticos del partido ecologista Los Verdes en ser electos para ingresar al Parlamento alemán.
Imagen: AP
Objetivos comunes en Occidente y Oriente
Muchas personas también tomaron las calles en la parte oriental de Alemania. "Espadas en arados" fue el lema del movimiento por la paz allí. Fue inventado en 1980 por el joven pastor Harald Bretschneider. Desde las filas de los activistas por la paz de Alemania oriental también surgió un movimiento de protesta contra el sistema político de la RDA.
Imagen: DW/W. Nagel
Logro I: desarme en el Este
El tratado INF llevó el desarme masivo del potencial nuclear a ambos lados del Telón de Acero. Esta foto de 1989 muestra una serie de misiles soviéticos SS-20 destruidos.
Imagen: picture-alliance/akg-images/Russian Picture Service
Logro II: desarme en Occidente
Los estadounidenses también retiraron sus armas nucleares de Europa. En 1988 abrieron el depósito de Mutlangen para la prensa internacional. Luego se llevaron los cohetes Pershing II a EE.UU., donde fueron desarmados. El peligro de que Europa pudiera convertirse en el escenario de una guerra nuclear parecía haber acabado.