Experimentados traductores comienzan a darle la razón a Günter Grass.
21 de abril de 2011Günter Grass saborea su pipa en la biblioteca del Colegio Europeo de Traductores en la alemana Straelen. A la larga mesa están sentados acróbatas verbales de todo el mundo; desde hace años se encargan de traducir sus novelas a los diversos idiomas.
No sólo el tabaco parece causarle placer al famoso escritor alemán; al parecer también los comentarios de los traductores le gustan pues le dan razón: como él mismo lo dijo al publicarlo, su libro es intraducible. “En nuestro último encuentro en Straelen, cuando se trataba de mi libro Die Box ( La caja de los deseos), les advertí que el libro en el que estaba trabajando no iba a poder ser traducido”, cuenta Grass.
Los traductores igual lo intentan
El holandés Jan Gielkens lo contradijo en ese entonces: “Lo que pueda o no pueda ser traducido lo decide el traductor, no el autor”. No obstante, también para este germanista de Holanda, que ya ha pasado 12 obras de Grass a su idioma, Palabras de Grimm representa un desafío.
Partiendo de las letras del alfabeto alemán y de ciertos términos del famoso libro de consulta que los hermanos Jakob y Wilhelm Grimm empezaron en 1838, Günter Grass cuenta episodios de su propia vida. El lector es conducido a través de la historia de la lengua y la literatura alemana. En honor a cada letra, Grass crea aliteraciones y juegos de palabras en torno a términos que llevan esa inicial. Ya la primera frase del libro ilustra el problema: Von A wie Anfang bis Z wie Zettelkram que significa literalmente de la A como en comienzo hasta la Z como papelerío. Está claro, no es traducible.
¿Traductores co-autores?
Gielkens, con todo, todavía tiene esperanzas de lograrlo. Por un lado, su idioma materno está emparentado con el alemán; por otro, Grass les ha concedido mucha autonomía. “Siempre vuelve a decirnos que inventemos. Y para este libro nos concede una mayor libertad”, cuenta el traductor holandés que opina, de todos modos, que el traductor tiene un papel independiente, una posición autónoma.
Sin embargo, en la lucha contra “las corrientes de palabras del alfabeto” que convoca Grass en su libro, el traductor no debe volverse un co-autor, opina Gielkens. Aunque el mismo autor, que ha cumplido entretanto 83 años y que anuncia éste como su último libro, no tiene nada en contra.
“El punto está ahora en si los traductores son capaces de apropiarse del texto y de en su propio idioma –enfrentándose a su propia historia- llevar algo al papel, si son capaces de crear algo, de ser autores”, dice Grass añadiendo que su deseo es que las obras de los traductores logren impresionarlo.
Se les permite todo, sólo no falsificaciones
Hay una sola cosa que Grass no les permite: falsificar su texto cortando escenas. En la traducción al portugués de Katze und Maus ( El gato y el ratón) el traductor había dejado simplemente escenas fueras porque le parecían desagradablemente sexuales.
Desde hace más de 30 años, tras cada nuevo libro, Grass se encuentra con sus traductores. A veces por varios días. Que la obra sea mejor o peor traducible es un tema en el que el Nóbel alemán piensa cuando está terminada. “Al escribir un libro, jamás pienso en las dificultades que tendrá un traductor”, comenta Grass. “Si lo hiciese empezaría a utilizar un lenguaje que pueda que sirva al globalismo, pero de manera muy vana”.
El alfabeto como piedra de toque
En Grimms Wörter las dificultades han sido tan grandes que varios traductores han capitulado, sus traductores al finlandés, al español y al letón por ejemplo. Especialmente problemáticos han resultado para Ljubomir Iliev, el traductor al búlgaro, los juegos con el alfabeto. “Nuestro alfabeto tiene sólo tres letras en común con el alemán”, dice aludiendo a las vocales A, O y E. “Mi mayor congoja es que a mí el libro me encanta y mientras más profundizo en su lectura más claro me queda que no podré traducirlo”, cuenta Iliev.
El estadounidense Michael Henry Heim solucionó el problema dejando los pasajes de aliteraciones en el idioma original. Al lado de cada término, en paréntesis, pone las explicaciones en inglés. Pero, ¿quién quiere leer un libro lleno de frases entre paréntesis y rebosante de explicaciones filológicas? Si hay que explicar los juegos de palabras se pierde tanto como si uno explica un chiste antes de contarlo. En ello los traductores están de acuerdo.
Es decir, probable es que Grimms Wörter nunca aparezca en algunos idiomas. Que el libro lleve el calificativo “intraducible” podría ser un halago para su autor pues resalta la unicidad de su obra. Sin embargo, ya ha pasado en más de una ocasión que una obra intraducible, como Finnegans Wake de James Joyce, encuentra su camino hacia a otros lenguajes.
Autora: Alexandra Scherle/Mirra Banchón
Editor: José Ospina-Valencia