Estado Islámico: la cultura de la muerte
10 de junio de 2015 Si los niños son el futuro, el panorama para parte de Irak y Siria se pone cada vez más negro. Cada vez hay más indicios de que la organización terrorista Estado Islámico (EI) está secuestrando niños de orfanatos para llevarlos a campos de entrenamiento lejanos y enseñarles a luchar. Mejor dicho: para convertirlos en máquinas de guerra. El EI también lleva a los hijos de los prisioneros o a niños nacidos en campamentos para prisioneros a esos campos de entrenamiento, según testigos. Los introduce en el islamismo salafista, de sello yihadista, y en el manejo de armas y explosivos. Pero los encargados de hacerlo ponen el acento, sobre todo, en endurecer su psiquis y en embrutecerlos sistemáticamente, por ejemplo, a través de hacerlos participar de ejecuciones públicas en las que los chicos son espectadores, pero solo al principio, ya que poco después deberán llevarlas a cabo ellos mismos.
El entrenamiento de los niños, la destrucción de su psiquis y el adiestramiento despiadado demuestran a todas luces qué es el EI: un grupo que pisotea los valores humanos más elementales, y al que ninguna táctica le parece demasiado brutal, y ninguna estrategia demasiado cínica, como para no poder utilizarla para sus propios fines.
Explotación de la religión
El EI ni siquiera se amedrenta ante la explotación de aquello que declara como un valor sagrado: la religión. Una de las figuras centrales de la organización terrorista, Haji Bakr, alias Samir Abd Muhammad al Khlifawi, un excoronel al servicio del derrocado dictador Saddam Hussein asesinado en 2014, tenía una actitud más bien indiferente hacia el islamismo. Al mismo tiempo, era un gran estratega y sabía cómo usar la religión para sus fines, es decir, para ampliar su poder personal. Decenas de miles de personas lo siguieron, en parte, por convicción religiosa, y en parte para poder dar rienda suelta a su sadismo, en un entorno en el que la tortura, las violaciones y las decisiones arbitrarias sobre la vida y la muerte de seres humanos estaban a la orden del día. A 200 años de su muerte, hoy el Marqués de Sade revive triunfante en Irak.
Ejército desmoralizado
Las informaciones sobre el espíritu de lucha de los yihadistas son contradictorias. Según algunos informes, no todos están del todo dispuestos a morir por su religión. En lugar de ir ellos mismos al frente de batalla, envían a aquellos cegados por el fanatismo, y en primer lugar a los niños, cuyas almas están destruyendo por completo. Pero todavía tienen la fuerza suficiente como para ganar cada vez más terreno en Irak.
Eso también tiene que ver con la profunda debilidad del Ejército iraquí, a pesar de la ayuda millonaria recibida de EE. UU., y cuyo principal problema es la desmotivación. Los sunitas moderados de Irak la ven cada vez más como a un grupo de combate comandado por chiítas cuyo interés no es tanto defender al país, sino a un grupo religioso, justamente a los chiítas, y no quieren contribuir a que sigan dominando Irak, algo que no podrán cambiar ni los capacitadores militares estadounidenses ni los aviones de combate que bombardean las posiciones de Estado Islámico en ese país.
El gobierno es responsable del futuro de los niños
En otras palabras: en definitiva, el desafío que plantea la organización terrorista Estado Islámico solo podrá ser superado por medio de la política. El EI surgió precisamente a causa del fracaso de la política. Se formó como reacción a los intentos fallidos de un nuevo comienzo en Irak luego de la invasión de EE. UU., en 2003. Muy pocas veces se vio una discrepancia mayor entre un Ejército profesional y bien equipado, por un lado, y una total ignorancia a nivel político, social y teológico como en el de EE. UU. en esa invasión.
A pesar de que el derrocamiento de Saddam Hussein pueda considerarse aceptable, el diletantismo con el que los estadounidenses quisieron ayudar a que el país se recuperara no lo es. Ese diletantismo fue el que concibió al monstruo Estado Islámico, un monstruo que solo podrá ser derrotado militarmente a corto plazo, pero a largo plazo únicamente por medio de medidas políticas adecuadas. La esencia de esa política debe ser el estatus de igualdad de todas las confesiones y grupos étnicos en Irak, un desafío en absoluto menor en vista del chauvinismo de los actores locales. Pero un desafío bien definido. La clave para el futuro desarrollo está en Bagdad, más exactamente, en el gobierno y en el Parlamento. Ellos son los responsables del futuro que les espera a los niños iraquíes.