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Estados Unidos y los grandes perdedores del capitalismo

Melinda Crane
4 de agosto de 2020

Las mentiras de Donald Trump en la crisis del coronavirus son tan monstruosas que se le achaca la responsabilidad de todas las muertes. Pero los problemas de EE. UU. tienen ya 40 años de existencia, dice Melinda Crane.

Paciente de coronavirus en Illinois, EE. UU.
Paciente de coronavirus en Illinois, EE. UU.Imagen: Reuters/S. Stapleton

“Debilidades estructurales”: suena tan abstracto. Entonces pongámosle un rostro: el de las familias en sus automóviles, esperando en las filas de kilómetros de largo delante de los puestos de entrega de alimentos. El de la madre desempleada, cuya pensión por viudez es tan magra que no puede alimentar a sus tres hijos. O el del sepulturero, al que se le negó un traje protector porque no había suficientes para todos.

Los rostros se hacen visibles ahora porque la crisis del COVID-19 los pone en primer plano. Pero su situación no es nueva. Incontables autores han llamado la atención sobre los problemas estructurales, así como sobre la escandalosa desigualdad social en EE. UU. The winner takes it all: el ganador se lleva todo. Capitalismo y una política impulsada por el dinero. Numerosos políticos, entre ellos el candidato más joven de los demócratas a la presidencia, han esbozado soluciones. Pero me enfocaré aquí en un solo tema: la precaria situación de la clase media, cuya causa es un programa que comprende reducciones impositivas, desregulación y el desmontaje del bienestar social, lo cual no resulta ni en una redistribución de las ganancias, que son absorbidas por la punta de la pirámide social, ni tampoco reparte los riesgos que enfrentan las personas que están en la base de esa pirámide.

El modelo alemán: economía social de mercado

Melinda Crane.

Lo que es necesario hacer en EE. UU. no es ningún secreto, también porque otros países ya lo están haciendo. Cuando era una periodista novata investigué, en 1993, durante meses el modelo alemán de la “economía social de mercado” para un documental estadounidense de Hedrick Smith, ganador del premio Pulitzer. Nunca olvidaré el momento en que un equipo de producción estadounidense filmaba una declaración de Berthold Leibinger, el legendario presidente de la junta directiva del fabricante alemán de máquinas-herramientas Trumpf. Leiblinger explicó por qué un modelo, que para muchos estadounidenses podría tener visos socialistas, era sensato desde el punto de vista económico, ya que fortalecía tanto a la sociedad como a las empresas, a través de un seguro médico obligatorio, y a través de normas como la “codecisión”, que otorga a los trabajadores el derecho a participar de las decisiones gerenciales, así como del “trabajo a jornada reducida”, que asegura que los empleados puedan continuar percibiendo un salario, aún en tiempos de crisis, y del “sistema de formación profesional dual”, que combina la asistencia a una escuela con la práctica profesional en empresas.

El documental se titulaba “Un desafío para EE. UU.”, y concluía que el país norteamericano podía aprender mucho del esfuerzo de Alemania por mantener la estabilidad social. Cuando fue proyectado, la realidad parecía contradecirlo. Después de la reunificación, Alemania tuvo dificultades. No fue sino hasta la crisis financiera mundial, en 2008, que la jornada reducida como instrumento para amortiguar las consecuencias sociales de una crisis temporal volvió a atraer la atención de la opinión pública del socio transatlántico.

La diferencia entre el capitalismo estadounidense y el alemán no tiene causas culturales, sino que es el resultado de decisiones políticas. En EE. UU. hay relatos históricos -desde el ideal puritano de la “ciudad sobre la colina”, hacia la que todos dirigirán sus miradas, hasta la “Segunda declaración de derechos” de Franklin D. Roosevelt- que podrían cimentar las bases de una economía social de mercado en EE. UU. Sin embargo, esa narrativa fue distorsionada e instrumentalizada para servir a una agenda neoliberal que responde a poderosos intereses.

El agujero negro de la polarización

¿Podrá el actual “desafío para EE. UU.” resucitar la sensibilidad de considerar la estabilidad social como algo de interés común? La respuesta depende de si el impulso para lograr un cambio de ese tenor puede superar la polarización de la sociedad estadounidense. ¿Recuerdan el “Yes, we can”? El llamado que se hizo oír durante la crisis financiera de 2008 condujo a la elección de Barack Obama, que llevó a cabo importantes reformas, en la mayoría de las cuales ya se dio marcha atrás, totalmente o en gran parte. Y no en último término, gracias a medios partidarios, como Fox News, la polarización en EE. UU. adquirió el carácter de “agujero negro” que engulle todo tipo de nueva idea política.

La crisis del coronavirus evidencia no solo las diferencias estructurales entre el sistema económico estadounidense y el alemán, sino también las diferencias en cuanto a confianza en la política. Mientras una gran mayoría de los alemanes aprueba las decisiones de su gobierno, las opiniones de los estadounidenses sobre casi todos los aspectos de la pandemia y de su manejo están teñidas de partidismo. Este juego de suma cero llega tan lejos, que incluso hay quien se indigna porque las ayudas del gobierno de Washington puedan llegar a quien no lo merece.

Ese tipo de mentalidad refleja un círculo vicioso que está corroyendo la democracia estadounidense desde adentro. Si el Estado continúa retirándose cada vez más y la gente ya no percibe su efecto estabilizador en la vida cotidiana, desaparece la confianza en él. Ya es tiempo de dar vuelta la famosa cita de Ronald Reagan en su discurso al asumir su presidencia: “El gobierno NO es el problema, y DEBE ser parte de la solución”.

Estados Unidos sabe exactamente lo que hay que hacer. Pero ¿permitirá que se haga?

(cp/ers)

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