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FARC: que en paz descansen

26 de septiembre de 2019

A tres años de la firma del acuerdo de paz, a pesar de las debilidades y vicios del pacto, si una convicción tiene Colombia es que no quiere volver a la guerra.

Kolumbien FARC
Imagen: picture-alliance/dpa/EPA/C. E. Mora

A tres años de la firma del acuerdo de paz en Colombia, algo es innegable: el intento de relanzar a las FARC como movimiento guerrillero es una pretensión sin futuro. Primero, porque las disidencias no alcanzan la capacidad numérica ni el poderío armamentístico de otrora, fundamental para aventurarse en la locura de una nueva guerra contra el Estado. Es cierto que el anuncio de Márquez en compañía de El Paisa y de Santrich hace ruido. Pero lo hace, por un lado, por tratarse de figuras clave dentro del proceso de paz. De modo que el asunto tiene mucho de simbólico. Por otro lado, llama la atención al tratarse de personajes conocidos -como en el caso de El Paisa- por su historial terrorista. Un prontuario terrible que hace temer el retorno a la época oscura de los atentados. Pero lo cierto es que el proceso de entrega de armas se cumplió con rigor exhaustivo bajo la observación de la ONU. No solamente se entregaron las casi nueve mil armas de que disponía la guerrilla, sino también las más de mil caletas, algo pocas veces visto en los procesos de paz en el mundo. Rearmar a la nueva guerrilla para que tenga la fuerza de sus mejores tiempos es una tarea muy difícil para sus líderes.

También es cierto que los disidentes cuentan con el apoyo del régimen de Nicolás Maduro y eso les ofrece en Venezuela un santuario para operar, delinquir, rearmarse, reclutar y consolidarse como movimiento. Sí, pero la guerrilla ha contado con el repaldo de Caracas desde los tiempos del fallecido Chávez, cuando Iván Márquez disponía de una oficina en el complejo militar Fuerte Tiuna, en Caracas, principal base militar del país, sede de la Comandancia General del Ejército, del Ministerio de la Defensa y residencia oficial del vicepresidente. La ventaja antes era que Venezuela era un país rico e influyente en la región, mientras que ahora es un narcorégimen inestable.

Johan Ramírez.Imagen: DW

Por razones como estas, los disidentes han perdido la credibilidad que otrora los reivindicaba como luchadores sociales. Hoy son percibidos como bandas mafiosas disfrazadas de revolucionarios. Y por eso resulta improbable que se produzcan alianzas con otros grupos como el ELN, por ejemplo. Además de que hay diferencias históricas entre los dos bandos: entre 2006 y 2010 estas guerrilleras protagonizaron violentos enfrentamientos por el control de Arauca, lo que dejó mil muertos entre ambos lados. Asimismo, el propio Márquez se negó a que el ELN se sentara también en La Habana a negociar la paz.

En cualquier caso, el tiempo ha pasado y las cabezas de las disidencias no tienen la frescura para asumir un nuevo conflicto de largo aliento con el ímpetu de antes. No solamente se han desgastado físicamente, sino también se ha desgastado su imagen ante la opinión pública. Y más aún el discurso: hablar hoy de una segunda Marquetalia es una retórica jurásica. Es cierto que las reformas sociales no han llegado. Pero tras cincuenta años de conflicto armado, el país ya entendió que las armas no son el camino. Y a tres años de la firma del acuerdo, a pesar de las debilidades y vicios del pacto, si una convicción tiene Colombia es que no quiere volver a la guerra. Por eso las FARC, como movimiento armado, deben descansar en paz.

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