Francisco, el "papa del fin del mundo"
21 de abril de 2025
En el quiosco, de repente, entre cómics y revistas ilustradas, apareció también un magacín sobre el papa: con una portada estridente, titulares audaces e imágenes coloridas, un producto con licencia del semanario italiano Il mio papa, propiedad del ex primer ministro Silvio Berlusconi. Era la primavera de 2015, cuando la popularidad del papa Francisco había sobrepasado ya su clímax y la estrella del pontífice comenzaba a caer.
En su segundo aniversario en el cargo, en marzo de 2015, muchos periodistas aún lo ensalzaban sin rubor ni peros. El argentino es diferente a sus predecesores, está haciendo muchas cosas diferentes, celebraban. Y no exageraban. Francisco, Jorge Mario Bergoglio, sorprendió a amigos y enemigos. Inscribió la reforma de su iglesia en su bandera. Mostró otros caminos, a veces con palabras, a veces con hechos sensacionales.
Comentarios irritantes
No obstante, en los balances comenzaron a mezclarse también críticas: ha actuado como un elefante en una cristalería. Ha deshecho con los pies lo que hizo con las manos. No ha escatimado en comentarios polémicos, irritantes: lo mismo ha aconsejado a los católicos dejar de reproducirse como conejos, aún sin anticoncepción, que ha advertido sobre una "mexicanización" de Argentina, presuntamente preocupado por el aumento del tráfico de drogas en su país de origen y provocando protestas de los políticos mexicanos. Además, ha dado consejos pedagógicos que no han caído bien, especialmente en países occidentales: golpear a los niños está bien, ha dicho, siempre y cuando se respete su dignidad.
Francisco sumergió a 1.200 millones de católicos en un mar de emociones. El desconcierto se extendió más de una vez –no solo, pero sí especialmente– por el Vaticano. El pontífice criticó duramente a la curia y sus líderes. En un discurso interno de Navidad, fustigó no menos de 15 "enfermedades curiales", incluidas la vanidad, la codicia por el poder y el dinero, y lo que nombró como el "Alzheimer espiritual". A los eclesiásticos criticados no les hizo la menor gracia. Muchos se convirtieron en críticos de Francisco. Incluso sus simpatizantes se sorprendieron.
Palabras y gestos duros
Todo había comenzado con tanta esperanza. Justo tras su elección, el 13 de marzo de 2013, el papa jesuita dejó claro lo que buscaba. Quería una iglesia más cercana a la gente, dijo, una iglesia para los pobres, una iglesia que no gire alrededor de sí misma. El mundo estaba emocionado. Francisco insufló sus corazones. El papa visitó a los refugiados en Lampedusa. Mantuvo conversaciones en Medio Oriente, en Turquía, en Asia. Apeló, en el Parlamento Europeo, al espíritu europeo, recordó la historia cristiana, instó a una apertura del continente a lo trascendente. Con gestos fuertes, Francisco suscitó esperanzas de equidad, de justicia, de paz.
La lucha por las reformas eclesiásticas se intensificó. Al menos en este punto, continuó el camino de predecesor Benedicto XVI, tras su sorpresiva dimisión. Francisco reorganizó los asuntos económicos del Vaticano, con la ayuda de una Secretaría Económica y un ministro de Finanzas. Creó un Consejo de Cardenales internacional como órgano asesor papal. Alimentó la esperanza de fortalecer las conferencias nacionales de obispos y sus diócesis en todo el mundo.
Iglesia en la encrucijada
Y el papa Francisco atacó también otro leño ardiente de la iglesia: la moral sexual católica. En el Sínodo de la Familia en Roma, su primera reunión de obispos, en el otoño de 2014, se discutió sobre el matrimonio y la familia con una apertura sin precedentes, y por invitación suya. El papa escuchó y –lo que más llamó la atención– no se posicionó. Para unos, su celo por la reforma llegó demasiado lejos; para otros, la reforma ha ido a ritmo demasiado lento. Francisco quedó cada vez más entre dos frentes.
Un lustro más tarde, en 2019, la condena del exnúmero tres del Vaticano, su poderoso jefe de Finanzas George Pell, a seis años de prisión por abuso sexual de menores, elevó a una nueva dimensión el debate sobre las necesarias reformas en la Iglesia Católica.
La sentencia contra Pell fue anunciada en el sexto aniversario de la elección del papa Francisco. Él, que llegó "del fin del mundo" a impresionar como pastor, a irritar a menudo con sus declaraciones teológicas, a agitar, descomponer y revitalizar la Iglesia, quizás lo sospechó: frente a la crisis de la Iglesia, ya no se trata solo de una mayor participación de las mujeres, el celibato o la moralidad sexual obsoleta de la Iglesia.
Una institución que destruye tan brutalmente su credibilidad, estorba en su camino a quienes buscan a Dios, haciéndolos dudar y desesperarse. Esto se ha convertido en una pregunta existencial para la Iglesia. La Iglesia Católica que Francisco deja necesita otra reforma. A sus representantes les gusta decir que la Iglesia siempre se está reformando a sí misma: "Ecclesia semper reformanda" repiten. Tal vez, después de más de 150 años de exageración clerical, la Iglesia logre reformarse en su colapso. Es difícil de creer, pero uno quiere esperarlo.
Es probable que la reforma de la Curia, el Sínodo de la Familia y el procesamiento de esta crisis global, en la que los escándalos de abuso sexual han sumido a la institución, tengan consecuencias más allá del pontificado de Francisco. El papa argentino insinuó, más de una vez, que imitaría a su predecesor alemán, Benedicto XVI, y renunciaría un día a su pontificado. Pero, la muerte le ha tomado la delantera.
Mientras tanto, la Iglesia sigue en la encrucijada. Y la imagen del carismático papa jesuita del fin del mundo perdurará para la historia, entre otros, sobre la tapa de insólitas revistas papales, de hermosas fotos y grandes titulares.
(rml/dzc)