Grafitis, ¿arte o vandalismo?
14 de julio de 2013 Escribir y dibujar en los muros del espacio público son prácticas muy antiguas, pero es muy probable que los grafitis que hoy adornan las grandes ciudades del mundo, sus trenes y sus metros, estén estéticamente emparentados con los que florecieron en el Bronx de Nueva York en los años setenta del siglo pasado como una vertiente expresiva de la subcultura urbana del hip hop.
Como gesto de irreverencia, el acto de tomar un aerosol y cubrir paredes enteras con textos e ilustraciones es muy democrático; el grafiti nunca fue una aventura exclusiva de adolescentes. Por otro lado, aunque Jean-Michel Basquiat y algunos de sus contemporáneos explotaron con éxito las posibilidades plásticas de ese medio, no todo el que pinta garabatos en la fachada de un edificio es un artista.
En eso hacen énfasis las autoridades de algunas urbes cuando tipifican los grafitis como daños a la propiedad pública o privada, decretan leyes para tratar a sus autores como delincuentes y aplican medidas para evitar que la arquitectura de la ciudad se convierta en un lienzo libre de todo control. Bonn, la antigua capital de la República Federal de Alemania, ha seguido este ejemplo.
Crimen y castigo
En Bonn se invierten 90.000 euros al año para borrar los grafitis del paisaje urbano; una suma que se ha mantenido constante durante por lo menos un lustro, asegura Siegfried Hoss, de la oficina local para la gerencia de los edificios y coorganizador de un evento conocido como la Semana Contra los Grafiti Ilegales. Pero, ¿es que acaso existen los grafiti legales?
Para muchos cultores del grafiti, la sola idea de escribir o pintar sobre una pared con el Estado mirando sobre sus hombros y aprobando sus motivos es un contrasentido. No obstante, algunas alcaldías y municipios han recurrido a la estrategia de "encargar obras de grafiti" para que su aproximación al problema del "grafiti como acto vandálico" no sea meramente punitiva.
Las autoridades de la ciudad de Bonn se han aliado con la policía local y federal, con la empresa ferroviaria Deutsche Bahn y con asociaciones civiles para optimizar el proceso de captura de los infractores. Estos reciben multas de entre 200 y 300 euros o, si no tienen dinero para pagar, se ven obligados a cumplir horas de labor social… ayudando a eliminar todo rastro de sus grafitis.
Experimentos en la calle
Pero los grafitis por encargo parecen cumplir una función preventiva. El artista plástico Benjamin Sobala argumenta que una ilustración elaborada en la pared de un edificio inhibe a muchos "grafiteros" de rayar el muro en cuestión. "Hace tres años pintamos grafitis en los muros de una estación de buses y, hasta ahora, nadie la ha rayado", cuenta Sobala.
La ciudad de Bonn le ha pedido a Sobala, un apasionado del grafiti, que fomente la comprensión entre los "grafiteros" y las autoridades municipales. Él ha organizado talleres para informar a los interesados sobre las posibilidades que existen de cultivar el arte del grafiti de manera legal. Sin embargo, Sobala cree que Bonn no hace lo suficiente para alcanzar la meta trazada: reducir el número de pintadas ilegales nuevas.
"Cuando comparo a Bonn con Colonia, es evidente que Colonia ha puesto muchas más superficies a disposición de quienes quieren hacer arte callejero; muchas de esas superficies son ofrecidas por los dueños de empresas", dice Sobala. Siegfried Hoss no está convencido del éxito de esa estrategia: "Cuando se acaben las superficies legales, seguramente se usarán otras de manera ilegal", alega el funcionario de la ciudad de Bonn.
Grafiti, arte y política
Sobala no tarda en responder: "Lo que hay que hacer cuando se descubran grafitis no deseados es borrarlos lo antes posible. Si no se hace, los ‘grafiteros’ se sentirán dueños de la situación. A estas alturas se puede conseguir fácilmente pintura a prueba de grafitis, susceptible de ser lavada fácilmente hasta cincuenta veces", recomienda el artista.
Pese a todas las críticas, Sobala sigue viendo una intención artística y hasta política en casi todos los grafitis. Dignos de mención: las bananas del alemán Thomas Baumgärtel, que se pueden ver en más de cuatro mil fachadas y galerías, y la Madonna con niño de Blek le Rat en Leipzig, que ha sido restaurado y reconocido como patrimonio cultural.
También están las burkas azules de Shamisa Hassani, mediante las cuales protesta contra la represión de las mujeres en Afganistán; las pintadas con forma de buitre en Nairobi, Kenia, en las fachadas de las casas de políticos presuntamente corruptos; y, desde luego, la obra del británico Banksy, de cuya identidad verdadera se sabe poco. Algunos de sus trabajos han terminado cotizándose a altos precios en el mercado del arte.
Autores: Andreas Grigo / Evan Romero-Castillo
Editor: Diego Zúñiga