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Héroes agotados tras un año de COVID-19 en Bérgamo

18 de marzo de 2021

Ha pasado mucho tiempo desde que las imágenes de camiones militares con ataúdes, al comienzo de la pandemia de coronavirus en Bérgamo, dieron la vuelta al mundo. Bernd Riegert visitó a la gente del lugar.

Camiones militares en la noche del 18 de marzo de 2020
Camiones militares en Bérgamo en la noche del 18 de marzo de 2020Imagen: ANSA

Las imágenes de Bérgamo conmocionaron a Italia y al mundo entero. Hace exactamente un año, camiones del Ejército transportaron ataúdes a los crematorios de otras ciudades.

"En uno de esos días de marzo había 76 ataúdes en la iglesia. Fue el número más alto. Un momento terrible que me pesa como una piedra en el pecho", recuerda con horror el sacerdote Marco Carminati, de la Iglesia de San José en Seriate, a las afueras de Bérgamo. Su iglesia y otros dos edificios se convirtieron en morgues improvisadas.

Cada tres días, soldados con trajes protectores llegaban y cargaban los ataúdes de madera en los camiones. Las campanas de la iglesia no paraben de tañir.

El sacerdote Mario Carminati en la iglesia de San José, durante la pandemiaImagen: Bernd Riegert/DW

Una vela por cada ataúd

"Junto con otro sacerdote, puse una vela y una flor sobre cada ataúd, los bendije y recé una oración. No se permitió que los familiares estuvieran allí. Las familias ni siquiera sabían que sus difuntos estaban con nosotros. Algunos de ellos se enteraron y me pidieron que enviara al menos una foto desde mi celular”, dice Carminati.

Este horror duró tres semanas. Luego, la tasa de mortalidad en Bérgamo volvió a caer. Un total de 4.500 personas murieron en esas primeras semanas trágicas de la pandemia en la región, informó el diario local "L'Eco di Bergamo". Un año después de esta traumática experiencia, el sacerdote dice que la pandemia ha causados grandes heridas en las comunidades, pero también las ha unido.

"Las dos reacciones que percibo son el miedo y la solidaridad. Por supuesto, el miedo a contagiarse ellos mismos y sus familias. Solidaridad con los que sufren, con los que se han recuperado. También hubo muchas víctimas de la comunidad. Pero sabían que no dejaríamos solos a los muertos. Eso fue solidaridad", dice.

El sacerdote perdió a sus sobrinos de 34 y 36 años de edad y a una prima de 69. Es consciente de que la pandemia aún no ha finalizado, pero sigue esperanzado: "Por supuesto, un hecho así es siempre una prueba de fe para un sacerdote. Pero la razón no está en Dios, sino en nosotros, en nuestro estilo de vida, en nuestras decisiones. Hemos olvidado que no somos inmortales. Se nos recuerda que no somos eternos".

El médico Sergio Angeretti (centro) y el personal del Hospital Giovanni XXIII están agotados, pero dispuestos a seguir trabajando.Imagen: Bernd Riegert/DW

"Un caos terrible"

Las imágenes del mayor hospital de Bérgamo, con casi 1.000 camas, también dieron la vuelta al mundo. "Fue un caos terrible”, recuerda el médico Sergio Angeretti. "No teníamos ni idea de a qué nos estábamos enfrentando. Cada día llegaban más pacientes. Fallecían. Pensábamos que estábamos casi en guerra”, recuerda.

Él y sus colegas habrían hecho hoy las cosas de otra manera. En el hospital se contagió mucha gente. "Después de 20 días vimos algo de luz al final del túnel. Poco a poco comprendimos cómo funciona el virus y cambiamos el tratamiento. Usamos otra medicación", explica. Hoy, por supuesto, sabemos más, dice Angeretti. 

"No somos héroes, hemos hecho lo que podíamos y teníamos que hacer", dice Angeretti con modestia. Se ve a sí mismo como el capitán que sobrevivió a una tormenta salvaje. Esta ha amainado, pero en su sala de neurología sigue atendiendo a pacientes con secuelas a largo plazo.

De la pandemia aprendió una cosa: lo estrecho e interconectado que está el mundo y cómo prepararse mejor para la próxima pandemia, por ejemplo, con una mejor organización en el hospital. ¿Y cómo se encuentra en la actualidad? "Estamos agotados, pero seguimos estando preparados", dice con una sonrisa.

La jefa de enfermeras de la sala de COVID-19, Lauretta Rota, dice que el personal ya no tiene tanta energía como al principio Imagen: Bernd Riegert/DW

Más infecciones, esperanza en la vacunación

Una planta más abajo está la unidad de cuidados intensivos. La jefa de enfermeras Lauretta Rota se encuentra en la entrada de la unidad de cuidados intensivos de COVID-19. Nadie puede entrar aquí. Es demasiado peligroso.

"Ahora tenemos menos miedo de infectarnos a nosotros mismos y a nuestras familias, porque todos estamos vacunados", dice. En la primera ola de la pandemia, el personal médico se llevó el virus a casa. Algunos contagiaron a sus familias. Ella solo tuvo síntomas leves.

Se le humedecen los ojos al hablar de una colega que trabajaba en su estación mientras su marido fallecía en la unidad de cuidados intensivos de otro hospital. "Ahora estamos en la tercera ola. El número de infecciones está aumentando y el número de camas de cuidados intensivos sube de nuevo. Somos como un avión que sobrevuela por tercera vez una turbulencia y tiene que volver a atravesarla", comenta.

Ella espera que las vacunas ayuden ahora a relajar la situación, porque nadie tiene ya la energía que tenía al principio de la pandemia.

El psicoterapeuta Luca Giacci cree que el país tiene mucho que trabajar en el futuro, desde el punto de vista psicológico.Imagen: Bernd Riegert/DW

"Trauma colectivo"

Italia superó ya el umbral de 100.000 muertes por COVID a principios de marzo. El psicoterapeuta Luca Giacci tiene claro que Bérgamo y toda la sociedad italiana tendrán que afrontar las consecuencias durante mucho tiempo. "Es un trauma colectivo", dice Luca Giacci. "Incluso alguien que no tuvo que llorar a un ser querido o que no se enfermó él mismo, puede verse afectado. Es como sentir una muerte indirecta. Puede desencadenar un trauma".

(rmr/ers)