Ominoso 1 de abril
1 de abril de 2013 Hace ochenta años se empezaron a ver escenas ominosas en Alemania. Hombres portando uniformes pardos se apostaron frente a las empresas de los judíos, amenazando a sus clientes con violencia si no se alejaban de las mismas. Las pancartas que llevaban consigo los miembros de la Sturmabteilung (SA) –el grupo paramilitar que actuaba como una milicia del partido nacionalsocialista, el NSDAP– eran muy claras: “¡Alemanes, defiéndanse! ¡No les compren a los judíos!” El 1 de abril de 1933 comenzó el boicot de sus negocios.
A partir de ese momento, la SA marchó por las calles alemanas escupiendo tiradas de odio contra todo lo que percibieran como ajeno a las virtudes “arias”. Esa fue una de las primeras manifestaciones de un proceso de persecución implacable que culminó con la matanza de millones de personas pertenecientes a la comunidad judía y a otros grupos sociales minoritarios tachados de “indeseables” por el estamento nazi. De ahí que, en la actualidad, los discursos excluyentes, los gestos racistas y los actos xenófobos hagan sonar la alarma en Europa.
Después de todo, aparte de los judíos, otros disidentes religiosos y políticos –como los Testigos de Jehová y los comunistas– perdieron la vida en los campos de concentración junto a los gitanos, los hombres y mujeres homosexuales, las personas transgénero y los discapacitados físicos y mentales, por mencionar a algunos de los colectivos que estuvieron en la mira de los nazis alemanes. Cabe enfatizar que la hostilidad de cara a los judíos no surgió en 1933; Adolf Hitler sacó provecho a un antisemitismo profundamente arraigado en Alemania.
En sus delirantes arengas, Hitler clamaba por una “solución” a la “cuestión judía” una década antes de aquel 1 de abril; pero fue apenas en 1933 cuando las circunstancias propiciaron la expresión explícita del odio antisemita en la arena pública. El líder nacionalsocialista gobernaba el país con mano de hierro desde marzo de ese año y los derechos fundamentales anclados en la Constitución de la República de Weimar habían sido suspendidos. El régimen hitleriano podía decretar leyes sin ningún tipo de control parlamentario.
Del boicot a los “artículos arios”
Eso le permitió a Hitler actuar impunemente en contra de sus adversarios políticos y de todo aquel tildado de “enemigo de la raza aria”. El llamado a boicotear los negocios judíos –no sólo las tiendas, sino también los consultorios médicos y los burós de abogados, por ejemplo– se hizo en avisos de prensa publicados por los periódicos alemanes. Esto preparó el terreno para actos de arbitraria brutalidad que fueron desde la destrucción de locales hasta la humillación pública de quienes fueran descubiertos saliendo de esas empresas.
El día pautado para comenzar el boicot era un sábado y muchas tiendas estaban cerradas debido al Shabat, el día dedicado al descanso por los judíos. Aunque muchos esperaban lo que ocurrió el 1 de abril de 1933 tras leer la prensa, los sucesos dejaron en shock a la comunidad judía. Esa fecha tiende a ser considerada como el principio del final de la ilusión según la cual los judíos habían llegado a ser aceptados como iguales por el resto de la población alemana. No obstante, la mayoría de los judíos contaba con que esa era una crisis pasajera.
Los nazis abortaron la idea de continuar el boicot en la noche del 1 de abril, decepcionados por la indiferencia con que buena parte de los alemanes respondió a su llamado. Pocos se sumaron a las protestas lideradas por la SA y fanáticos como Julius Streicher, fundador del periódico antisemita Der Stürmer (El Atacante), y algunos tomaron partido a favor de los judíos, llegando al punto de enfrentarse físicamente con los hooligans de la SA para entrar a los negocios boicoteados. Otros advirtieron que la medida perjudicaría a la economía alemana.
Lo que se buscaba con ese día de boicot se consiguió poco después apelando a iniciativas más persuasivas. Las empresas de los judíos terminaron perdiendo a sus clientes de todas maneras cuando una ley promulgada el 7 de abril de 1933 –los “artículos arios”– y otros decretos expulsaron a los judíos de las oficinas estatales, las escuelas, las universidades y otros ámbitos de la vida pública. Los funcionarios que no tuvieran ancestros arios debían abandonar sus puestos; y cualquiera que tuviera parientes judíos era tachado de “no ario”.
Lo peor de todo es que la mayoría de los alemanes “arios” respondió a estos desmanes de la misma manera en que respondió al llamado a boicotear los negocios judíos: con indiferencia.
Autores: Marc von Lüpke / Evan Romero-Castillo
Editor: Diego Zúñiga