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Huyendo del infierno: qué cuenta la gente sobre Mariúpol

Danilo Bilek | Katja Theise | Ihor Burdyha
24 de marzo de 2022

Mariúpol se ha convertido en un símbolo de resistencia militar y catástrofe humanitaria en la guerra de Rusia contra Ucrania. Personas que han huido de allí describen sus experiencias.

Imagen del hospital materno infantil bombardeado en Mariúpol.
Imagen del hospital materno infantil bombardeado en Mariúpol: una mujer embarazada es transportada por cinco hombres. Imagen: Evgeniy Maloletka/AP/picture alliance

Desde el comienzo de la guerra de Rusia contra UcraniaMariúpol, la ciudad portuaria a orillas del mar de Azov, se ha convertido en un símbolo de la resistencia militar frente el Ejército ruso, pero también en una catástrofe humanitaria. La destrucción de un hospital materno infantil y el bombardeo de un teatro, donde se refugiaban numerosos civiles, conmocionó al mundo entero.

DW habló con tres personas que pudieron escapar de la ciudad.

"Cadáveres por toda la ciudad”

Mykola Osychenko, jefe de la televisión de Mariupol, pudo escapar de la ciudad con su familia y vecinos. Su casa estaba a 500 metros del hospital materno infantil bombardeado el 9 de marzo.

Cuando un avión lanzó una bomba, la explosión fue tan fuerte, que pensamos que había estallado en mi edificio. Pero cayó en el hospital infantil, donde había también una sala de maternidad en la tercera planta.

Los medios de comunicación rusos informaron que allí no había niños ni mujeres, sino que se trataba del cuartel de un batallón. En realidad, había muchas mujeres y niños. 

La temperatura en el edificio era solo de seis o siete grados bajo cero, al igual que en la calle. Dormimos en el sótano en una habitación que se podía cerrar, y así pudimos aislarnos un poco del frío. Los niños durmieron y estuvieron días sobre colchones y cojines. Los abuelos durmieron en sillas y las personas de mediana edad, en las escaleras del sótano.

Antes de abandonar Mariúpol en auto, repartimos el agua y los alimentos entre la gente que se iba a quedar en el edificio. Para ellos era imposible conseguirlos, porque tanto los almacenes como las tiendas habían sido saqueados.

Cocinábamos delante del edificio con una hoguera improvisada. La madera la sacábamos de las ventanas y de los materiales de los colegios destruidos, lo que era peligroso, porque seguían cayendo bombas y vimos cómo los cuerpos de las víctimas se desgarraban en pedazos.

Para conseguir agua había que llegar a los pozos, incluso en mitad de los bombardeos, y luego hacer cola. Había gente que usaba el agua de las calefacciones de las casas destruidas, aunque no era potable ni aconsejable.

Una noche nevó mucho y todos nos alegramos, porque pudimos recoger agua en baldes. Logramos reunir reservas de agua derretida. 

Cuando abandonamos la ciudad, no vimos ningún edificio intacto: había ventanas rotas y paredes destruidas por todas partes. En algunos edificios faltaba el piso superior. Había cadáveres de mujeres, hombres y niños por todas partes. Intentamos distraer a los niños que iban en el auto para que no pudieran ver nada. ¡Es horrible!

Mykola Osychenko, periodista de Mariúpol.Imagen: DW

"Mi corazón está roto en tres trozos"

La auxiliar de medicina Natalia Koryagina abandonó Mariúpol el 14 de marzo.

Con una mochila, me dirigí desde la orilla izquierda del río Kalmius en Mariúpol hacia una casa en el centro de la ciudad, porque había menos bombardeos en ese momento. Mi madre, de 79 años, no quiso acompañarme. Una hora después bombardearon una escuela y dos casas cercanas. Todas las ventanas de los vecinos quedaron hechas añicos. Luego cortaron la luz, el agua. Prometí a mi madre que iría a buscarla al día siguiente.

En la casa de la ciudad había 16 personas, entre ellas seis niños. Dormían en el sótano. Las alarmas advertían con frecuencia de ataques aéreos. Al día siguiente, ya no pude llegar al otro lado de la ciudad. Intenté parar un taxi, rogué y ofrecí mucho dinero, pero fue en vano. Mi madre me calmó, me dijo que tenía agua y comida, y que aguantaría. Esa fue la última vez que supe algo de ella.

Mi marido está en el Ejército defendiendo al país y mi hijo en Járkov. Mi corazón está roto en tres pedazos. A medida que se estrechaba el cerco alrededor de la ciudad, cortaron la electricidad, el agua y el gas. Pudimos comprar una cierta cantidad de alimentos en el mercado. Cocinamos en una chimenea y recolectamos leña por todo el barrio, incluso durante los bombardeos.

Gente excavando agujeros para enterrar a las víctimas en plena ciudad de Mariúpol.Imagen: Alexander Ermochenko/REUTERS

Al final también bombardearon el edificio donde yo estaba. Pensé que se vendría abajo porque vibraba mucho, pero el sótano aguantó. Allí hacía, como máximo, cinco grados de temperatura. Lo peor fue la falta de agua. Tuvimos suerte porque cuando nevó, pudimos llenar dos tinas de nieve.

Decidimos salir de Mariúpol en auto. Cuando cargábamos el coche, chocaban trozos de metal o de metralla contra mi valla. A las 12 del mediodía nos fuimos de Mariúpol, una ciudad en ruinas y ardiendo. A las 9 de la noche llegamos a Berdiansk, donde dormimos en un colegio. A la mañana siguiente, íbamos en convoy de autos, en los que había niños. Todos conducían con cuidado por miedo a las minas sin detonar. En todos los lugares de control, había rusos. Llegamos a la ciudad de Dnipró a las 7 de la tarde, otro convoy de autos no tuvo tanta suerte y fue bombardeado, con víctimas.

Natalia Koryagina se escondió en esta casa.Imagen: Natalia Koryagina

"¡Es el infierno!"

Oleksandr Skorobohatko, empleado de una organización humanitaria internacional, abandonó Mariúpol el 15 de marzo.

A principios de marzo, me quedó claro que la ciudad estaba amenazada por una catástrofe humanitaria. Cuando dejaron de llegar alimentos y medicinas, la gente entró en pánico.

Mi hermana y yo nos hospedamos en casa de unos parientes. Dormimos en el suelo del pasillo, porque allí nos sentíamos seguros. De alguna manera nos acostumbramos al bombardeo y a la falta de comida. Pasamos mucho tiempo con los vecinos y cocinamos con fogatas.

El corredor humanitario se hizo esperar. La gente tenía pocas esperanzas y hablaba de que era más seguro quedarse en la ciudad. Cuando escuchamos en la radio que 500 autos habían llegado a Zaporiyia, no nos lo creímos, pero un conocido nos dijo que habría otra caravana. Con rapidez, nos alejamos en autos de la ciudad, conduciendo por carreteras secundarias, y a cinco o diez kilómetros de distancia ya se podía escuchar el silencio.

Por todas partes había puntos de control y largas colas de espera. Cuando llegamos a Zaporiyia fuimos conscientes de que logramos salir de Mariúpol. Me sentía culpable por no haber advertido a amigos y familiares con niños, y entonces decidí ir a recogerlos. De nuevo pasé por muchos controles ,y en el último antes de Mariúpol, los soldados de la llamada "República Popular de Donetsk” me confiscaron el auto. En el siguiente pueblo pude comer y dormir. Al día siguiente, un grupo de buenas personas me llevaron de regreso a Zaporiyia. Todo lo que ha sucedido me acompañará toda mi vida, también los muertos.

Nadie puede estar seguro de salir con vida de Mariúpol. Y así y todo, sigo buscando la posibilidad de llevar a mis familiares al pueblo más cercano y más seguro. ¡Es el infierno!

(rmr/ms)