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Indignación con Bolsonaro: ¿y luego qué?

Vanessa Fischer
23 de agosto de 2019

Arde la Amazonía. ¡Bolsonaro tiene la culpa!, dice el mundo, indignado. Pero esa es una visión de corto alcance. Todos tendremos que pagar, si queremos que esa selva tropical se salve, opina Vanessa Fischer.

Brasilien Brände im Amazonasgebiet
Imagen: picture-alliance/dpa/ICMBio/Christian Niel Berlinck

El Amazonas es el pulmón del mundo, que produce una quinta parte del oxígeno global. Ese pulmón es presa de incendios de dimensiones no vistas desde hace años. El presidente de Brasil está en el blanco de la crítica internacional porque, con su agresiva retórica, mueve a la gente a recurrir a las armas o a prender fuego; porque, como presidente, urde teorías de conspiraciones, despide a renombrados científicos cuando sus publicaciones no le agradan y rechaza cualquier injerencia en asuntos nacionales.

Seguro, la crítica es justificada. Pero ¿sorprende realmente la retórica de Bolsonaro? ¿Qué otra cosa cabía esperar de un populista como él? Mientras más se caldee el ambiente, mientras mayor sea la indignación, menos dispuesto a conversar estará este gobierno. Eso no puede corresponder al interés de la comunidad internacional.

¿Qué se propone hacer esa comunidad internacional, aparte de indignarse y compartir compungidos trinos con el hashtag #PrayForTheAmazon?

Justamente ahora arden las llamas en diversas partes, pero la destrucción del Amazonas avanza imparable desde hace mucho tiempo, a veces en forma más lenta, ahora de nuevo de manera más rápida, pero sostenidamente. Y no solo se trata de ganar terrenos agrícolas para el ganado o el cultivo de soja. Desde hace años ha vuelto a aumentar la cantidad de minas ilegales de oro. Gigantescas represas se han levantado en la última década solo en la Amazonía brasileña. Hasta 2030 han de ser más de 20; son proyectos que fueron aprobados durante el gobierno del izquierdista Luiz Inácio "Lula” da Silva, represas de dudosa eficiencia energética que tienen un gran impacto en el ecosistema, y cuya construcción supone inundar áreas completas.

Consecuencias ya visibles

En 2012, pude apreciar en Porto Velho, capital del estado de Rondonia y baluarte del lobby agrario, las primeras consecuencias de la represa que acababa de entrar en operaciones en el río Madeira. Se trata de un río que arrastra muchos sedimentos de los Andes. Cuando se hizo el embalse, por lo pronto toda la ciudad se inundó. Y ese ha sido el mal menor. Por estos días, los aviones no pudieron aterrizar en Porto Velho debido a que los pilotos no podían ver nada por la humareda.

Vanessa Fischer

La destrucción de la Amazonía avanza inexorablemente desde hace mucho tiempo. Las sanciones no servirán de nada. Por el contrario: congelar o incluso eliminar fondos para proyectos de protección de la selva y el clima, como han anunciado últimamente Alemania y Noruega, le hace el juego al gobierno de Bolsonaro y a los intereses de la industria agropecuaria de Brasil. Y debilita a las numerosas personas e iniciativas que defienden la selva. De su gobierno, nada pueden esperar. Los fondos públicos destinados a medidas de protección ambiental y climática se redujeron ya fuertemente en 2018.

Si se ha de salvar a largo plazo la Amazonía, la comunidad internacional tendrá que aportar mucho más dinero para un fondo global, pagos de compensación y un compromiso global de postergar los intereses económicos en la región amazónica. Un marco adecuado para ello sería la conferencia de la ONU que tendrá lugar en septiembre en Nueva York, y en cuya agenda figura muy alto el combate al cambio climático. Allí, el mundo podría demostrar si es capaz de actuar, o solo de indignarse.

(er/jov)

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