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Ingmar Bergman: muere un inmortal

ERS30 de julio de 2007

Ingmar Bergman consagró el cine de autor a nivel mundial. A su muerte, a los 89 años, se lo recuerda como el gran maestro de un séptimo arte con inconfundible sello existencial europeo.

Ingmar Bergman, el gran maestro del cine europeo.Imagen: picture alliance / dpa

Como “pintor del alma y de las pasiones humanas”, que dejó al mundo una obra universal e inmortal, definió la ministra de cultura de Francia a Ingmar Bergman, cuyo deceso a la edad de 89 años dejó al cine europeo huérfano de su máximo exponente del siglo XX. Jefes de gobierno y grandes figuras del cine y la cultura volvieron a recalcar, a la hora del adiós, el carácter excepcional de sus cintas, que marcaron en profundidad toda una época.

Espejo europeo

Ingmar Bergman, a fines del 2000.Imagen: AP

“En sus películas, Bergman expuso los miedos y crisis de los (europeos) contemporáneos. Su cine es, a la vez, de máxima espiritualidad, sin pretender dar respuestas. De ese modo, siempre nos volvemos a reconocer en él, como en un espejo”, señalaron el presidente de la Bienal de Venecia, Davide Croff, y el director de ese festival cinematográfico, Marco Müller.

Poco y nada tuvo que ver con la industria de la diversión la obra de este director sueco, que jamás transó ni se dejó seducir por los reflectores de la fama o el glamour al estilo de Hollywood. Lo suyo era hurgar en las honduras del alma, enfrentada a las eternas interrogantes de la humanidad sobre el amor, la soledad, Dios. No en vano, algunos lo han calificado como el “más europeo” de los directores europeos. Para otros, como Woody Alen, simplemente fue “con toda seguridad, el mejor director de mi época”.

Del Oso de Oro a la Palma de las Palmas

Bergman, al recibir uno de sus tantos premios, en 1961.Imagen: PA/dpa

Las dudas existenciales y el carácter metafísico de las historias que llevó a la pantalla no lo encerraron sin embargo en una torre de marfil del séptimo arte ni lo privaron del aplauso del público, por no mencionar el elogio general de la crítica. Ingmar Bergman conquistó prácticamente todos los máximos galardones que puede ganar un cineasta, incluyendo cuatro premios Oscar. La larga serie de laureles comenzó con el Oso de Oro del festival cinematográfico de Berlín, que obtuvo en 1958 con “Fresas salvajes”.

Un año antes de su éxito en la Berlinale, Bergman había participado en la competencia de Cannes con “El séptimo sello”, que recibió el premio del jurado, pero no la Palma de Oro a la mejor película. El festival francés, sin embargo, lo resarció ampliamente en 1997, en su quincuagésima edición, al otorgarle la “Palma de las Palmas”, por la obra de su vida. Fue allí donde figuras como Woody Allen, Wim Wenders y Steven Spielberg lo consagraron como el cineasta más importante de todos los tiempos.

Exilio en Alemania

Nacido en 1918 en Uppsala, el director sueco no siempre navegó, sin embargo, con el viento a su favor. En el primer tiempo provocó agrias controversias, con películas como “El silencio” (1963), cuyas escenas de sexo resultaron demasiado explícitas para esa época y fueron pusieron en acción a la censura de varios países. Tampoco su vida personal fue tan apacible, como se deduce de sus cinco matrimonios.

Hubo además un episodio turbulento, que provocó titulares ingratos en 1976: poco después de su gran éxito internacional como “Escenas de la vida conyugal” (Secretos de un matrimonio), acusaciones de evasión tributaria lo indujeron a abandonar Suecia, bajo protesta. Ingmar Bergman se instaló entonces en Munich, donde vivió hasta 1981 y realizó exitosos montajes en el Residenztheater.

De esa época data también la película “El huevo de la serpiente” (1977), la primera película de Bergman rodada en el extranjero, en este caso, en Berlín occidental. La trama de esta cinta transcurre en la Alemania de los años 20, en la que se incubaba ya el horror del nazismo.

De regreso a su patria, donde fue rehabilitado, el director siguió siempre activo. Pero, tras la exitosa película Fanny y Alexander, se concentró más en el teatro. Una actividad que, en el fondo, no significa una cesura en lo que fue el móvil de toda su creación artística: la confrontación del hombre con los enigmas de la vida y la muerte, que ahora tocó también a la puerta de su casa, en las islas Feroe.

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