Tras la llegada al poder de los radicales islamistas, las mujeres vieron muy limitadas sus posibilidades de educación, lo que ha llevado a algunas personas a formar una alternativa lejos de la mirada de los combatientes.
Publicidad
Catorce niñas afganas se reúnen todos los días en el sótano de un edificio en Kabul para poder continuar sus estudios. Su profesora es una estudiante universitaria que les enseña matemáticas. Obviamente la improvisada escuela está escondida y las puertas y ventanas están tapadas para que nadie pueda ver u oír a las jóvenes. En la esquina de la habitación hay un pizarrón donde Nooria (nombre ficticio) escribe algoritmos para explicárselos a sus alumnas.
Después de que los talibanes derrocaran al gobierno de Ashraf Ghani y capturaran la capital, Kabul, impusieron restricciones a la educación de las niñas. En algunas ciudades, a ellas no se les permite ir a la escuela después del sexto grado, e incluso, en algunas zonas, las adolescentes tienen prohibido sentarse junto a estudiantes varones. Las medidas son arbitrarias y contrastan fuertemente con el discurso inicial de los radicales islamistas, que aseguraban que respetarían los derechos humanos fundamentales.
Los talibanes gobernaron Afganistán entre 1996 y 2001 con mano de hierro, impidiendo que las mujeres trabajaran e imponiendo limitaciones a su movilidad. A las niñas se les prohibió acudir a las escuelas y los combatientes azotaban a las que violaran las ley sharía, según la estricta interpretación de los talibanes.
Si bien ha habido varias manifestaciones en todo el país de grupos de mujeres contra el nuevo régimen, y han persistido en sus demandas de derecho a la educación, empleo y reunión, el grupo radical ahora en el poder se ha negado a escuchar.
La única forma de seguir estudiando
Sacar adelante la "escuela secreta" en este contexto ha sido especialmente difícil, pero muchos padres están determinados a educar a sus hijas y, por ello, están dispuestos a asumir riesgos. Por ejemplo, las niñas toman rutas distintas para ir a clases en distintos momentos de la jornada, para que las autoridades no noten esos desplazamientos.
En la sala de clases no hay sillas ni escritorios y las alumnas se sientan en círculo en el suelo. DW conversó con algunas de las estudiantes, pero por razones de seguridad no mencionaremos sus nombres verdaderos. Saleha, estudiante de 12 grado, dijo que no tuvo otra opción más que sumarse a la escuela secreta, toda vez que su propio colegio lleva ya dos meses cerrados.
"No aceptamos las restricciones y, con la ayuda de una profesora comenzamos esta escuela secreta. Queremos seguir estudiando", explicó a DW vía telefónica. Nooria, quien toma clases en esta escuela y estudiaba informática en la Universidad de Kabul antes de la llegada de los talibanes a la capital. Contó a DW que quería ser programadora, pero que ahora su sueño se hizo trizas.
"Me siento como si tuviera un cuerpo, pero no tuviera vida", dijo, al tiempo que confía en que estos "días aciagos" terminarán pronto.
Un esfuerzo arriesgado
Si bien el derrocado gobierno afgano estaba signado por la corrupción, nadie discute que la educación femenina fue uno de sus mayores éxitos. Cuando Estados Unidos invadió Afganistán en 2001 y sacó del poder a los talibanes, las mujeres prácticamente no tenían acceso a las escuelas. En 2020, en cambio, millones de chicas habían sido educadas, y decenas de miles de mujeres asistían a la universidad.
Naciones Unidas ha instado a los talibanes a asegurar que las mujeres sigan recibiendo educación en el país, pero el grupo radical no parece estar escuchando las recomendaciones, y, por ello, ahora educar a las mujeres implica un enorme desafío, y ante todo un riesgo, para quienes decidan sacar adelante esa empresa.
"Si los talibanes se enteran de nuestra 'escuela secreta', nos castigarán. Pese a ese peligro, no nos rendiremos", dice Saleha. Shamsia, una alumna de noveno grado, reconoce esos riesgos, pero no quiere perder sus nueve años de educación. "Sí, tengo miedo. Hago todo lo posible para ser tan discreta sobre mi educación como me sea posible", reveló a DW.
Publicidad
Restricciones financieras
Las estudiantes de esta escuela pagan una pequeña tarifa a la profesora, pero la situación financiera de la mayoría de las familias en Afganistán hace que incluso la más pequeña de las sumas suponga una enorme carga para ellas.
La economía afgana está al borde del colapso, y la miseria creciendo exponencialmente en un país devastado por la guerra. Naciones Unidas estima que cerca del 95 por ciento de la población afgana podría padecer hambre en los próximos años, y hasta el 97 por ciento de la población corre el riesgo de caer por debajo del umbral de la pobreza.
La comunidad internacional ha prometido otorgar ayuda financiera, pero la mayoría de los países se niega a negociar directamente con los talibanes. Estados Unidos ha congelado miles de millones de dólares en ayuda en línea con las sanciones internacionales contra los talibanes.
Para Nooria, el dinero es un asunto secundario. Ella dice que hay muchas familias que, pese a bregar con la pobreza, siguen comprometidas con la educación de sus hijas. "No estoy quitándoles dinero a los pobres, estoy ofreciendo un servicio", aclara.
(dz/cp)
Las numerosas prohibiciones que los talibanes imponen a las mujeres
Durante el primer gobierno talibán, mostrar los tobillos, reírse o salir solas de casa eran motivo suficiente para que las mujeres fueran castigadas. Los matrimonios forzados son un peligro latente para las niñas.
Imagen: Paula Bronstein/Getty Images
Combatientes talibanes en Afganistán
RAWA (Revolutionary Association of the Women of Afghanistan) es una organización fundada en 1977 para promover los derechos de las mujeres en Afganistán. Su papel cobra especial importancia ahora que los talibanes volvieron al poder. Estos reducen el rol de las mujeres hasta casi convertirlas en meros objetos. RAWA recopiló algunas de las prohibiciones impuestas por los radicales.
Imagen: Mohammad Asif Khan/dpa/AP/picture alliance
Borradas de la esfera pública
Esta fotografía se ha convertido en un símbolo del cambio de gobierno. Para los talibanes, las mujeres no juegan ningún rol en la esfera pública. Si bien hoy se presentan como moderados ante los ojos del mundo, la represión contra estudiantes y trabajadoras ha comenzado en algunas provincias. Una de las prohibiciones impuestas es que no puede haber imágenes de mujeres ni en revistas ni en tiendas.
Imagen: Kyodo/dpa/picture alliance
Las mujeres no se educan
En mayo de 2012, los talibanes tirotearon a Malala Yousafzai en Pakistán por pelear por el derecho de las niñas a recibir educación. A estos integristas les parece innecesario que las mujeres se eduquen, y a partir de los 10 años tienen prohibido ir a la escuela. No hablemos ya de la universidad. Durante el primer gobierno talibán (1996-2001), muchas escuelas se convirtieron en seminarios.
Imagen: Paula Bronstein/Getty Images
¿Modelos? Ni soñarlo
Los pantalones acampanados o los zapatos con taco alto están vedados, porque un varón no debe oír los pasos de una mujer. Las mujeres tampoco pueden usar vestimentas coloridas, porque para los talibanes los tonos vistosos son "sexualmente atractivos". Es decir, una escena como la de la foto, de un desfile de modas en Kabul en agosto de 2017, sería imposible hoy por hoy en Afganistán.
Imagen: picture-alliance/Photoshot
Nada de uñas pintadas ni maquillaje
Según RAWA, durante el primer gobierno talibán hubo reportes de mujeres a las que les fueron amputados los dedos por haberse pintado las uñas. Ellas tampoco pueden maquillarse o usar cosméticos, y si no se atienen a las estrictas normas de vestir de los talibanes, corren el riesgo de ser azotadas en público, como ocurrió ya en el pasado y como muchas temen que vuelva a ocurrir.
Imagen: Getty Images/AFP/R. Conway
Nada de TV y nada de tobillos
Todas las prohibiciones descritas fueron impuestas por los talibanes entre 1996 y 2001, y nada hace pensar que eso no volverá a suceder. Según el criterio de los radicales, las mujeres no tienen derecho a tener presencia en radio, TV ni en reuniones públicas. De hecho, no pueden siquiera escuchar música. En la foto, la presentadora Karishma Naz, que comete otro pecado: muestra los tobillos.
Imagen: picture-alliance/AP/R. Maqbool
Adiós a las bicicletas
En el primer régimen talibán, las mujeres tenían prohibido montar en bicicleta o en motocicleta. Si querían viajar en bus, debía ser en buses solo para ellas, pues no tenían permitido mezclarse con varones en el transporte público. Y si por alguna razón necesitaban un taxi, debían tomarlo en compañía de su mahram, una suerte de cuidador que debe ser un familiar cercano (padre, hermano o esposo).
Imagen: DW/A. Akramy
A los talibanes no les gustan las deportistas
Por cierto, las mujeres tampoco tienen derecho a participar en actividades deportivas o pertenecer a un club. Incluso hubo épocas durante el régimen talibán en que las castigaban por asomarse a la ventana o salir al balcón. Actividades como el montañismo practicado por Fatima Sultani (en la foto) probablemente dejarán de ser posibles ahora en Afganistán.
Imagen: Mohammad Ismail/Reuters
¿Podrán seguir trabajando fuera de casa?
Salvo algunas doctoras para atender a mujeres (pues ellas no pueden ser tratadas por médicos varones), los talibanes prefieren no ver a nadie del sexo femenino trabajando. Y si bien el 17 de agosto de 2021 llamaron a las funcionarias a presentarse en sus puestos, está por verse cuántos derechos les van a reconocer en ese campo. En la foto, la periodista Anisa Shaheed.
Imagen: Mortaza Behboudi/DW
Reducidas a la invisibilidad
La lista de prohibiciones es larga y los castigos son palizas públicas. Las mujeres deben usar un velo que las cubra completamente, no pueden salir solas ni estrechar la mano a un varón. Las lapidaciones por adulterio eran pan de cada día. Las mujeres incluso tenían vedado reír fuerte o ser fotografiadas. Además, muchas veces eran forzadas a casarse, incluso siendo niñas.
Imagen: Mary Evans Arichive/imago images
Mujeres de armas tomar
A la luz de la vida miserable a la que se vieron sometidas por los talibanes, muchas mujeres tomaron las armas para enfrentarlos. En la provincia de Ghor se montó una milicia femenina para frenar a los integristas, mientras que en Charkint, la gobernadora (una de las tres de Afganistán) Salima Mazari formó milicias que contuvieron a los talibanes hasta después de la caída de Kabul.
Imagen: Presseabteilung des Gouverneurs der Provinz Ghor