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Kabul, esperanza y retroceso

12 de agosto de 2011

El barrio de Karte Seh de Kabul es un crisol de diversidad donde coexisten ricos, pobres y escépticos del parlamento y la democracia. La juventud y las mujeres aspiran a una mejor educación y tiempos mejores.

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911 Spurensuche Afghanistan

Con la caída de los talibanes en el 2001 Kabul contaba con unos 600.000 habitantes. Hoy en día la cifra oscila entre 4 y 5 millones. Un desarrollo que se puede observar claramente en el barrio de Karte Seh al oeste de la capital afgana, donde se ven las insignias del nuevo régimen en el poder y se escuchan los comentarios sin maquillaje del pueblo.

El barrio, que se encuentra en una obra permanente, parece en ebullición. “Donde se construye hay inversión y hay esperanza”, opina Mirwais, un taxista.

Pancartas promocionan los institutos de educación privados.Imagen: dw

Fachadas de lujo al lado de construcciones de barro

En Karte Seh vivía antes la clase media acomodada de Kabul, que dejó sus elegantes residencias al huir del caos y la guerra para refugiarse en el exilio. Pero el conflicto empujó a gente del campo a la ciudad que a su llegada levantó construcciones de barro. Como resultado ostentosas villas de columnas doradas, cuya arquitectura recuerda a las construcciones en Dubai o en Paquistán, conviven con modestas viviendas. Cerca del puente rojo Pol-e-sorkh, se enfrentan la parte rica con la pobre de la ciudad, una mezcla colorida de etnias, donde se ven pocas mujeres usando burka. Sólo la calle principal se encuentra asfaltada por lo que los camiones de carga envuelven a los transeúntes en una nube de polvo a su paso.

Los talibanes extorsionan

Todo comerciante en el bazar tiene una historia que contar. “Yo soy Haji Murad Ali”, dice un hombre de baja estatura que lleva puesto un gorro de rezo musulmán. “Los talibanes me han hostigado muchas veces”. El hombre es propietario desde hace diez años de una panadería que vende especialidades locales, galletas y dulces. “Los talibanes llegaban en cuanto veían que llevaba ropa nueva, decían que yo era un comandante rico y comenzaban a golpearme con cables”. El hombre recuerda como se divertían torturando a sus víctimas. “Todo lo que querían era dinero”, afirma.

En ese sentido según él poco ha cambiado. Hace dos semanas le robaron y cuando llegó la policía no querían ayudarlo, lo único que querían era su dinero. “Si discutes con la policía te arrestan, así que prefiero cerrar la boca de lo contrario acabaré en un agujero oscuro en la prisión”.

El panadero Haji Murad Ali, muestra los tetimonios del último robo que sufrió.Imagen: dw

Vigilando a políticos


Sonia, una joven rusa, vive con su esposo afgano Sanjar en Karte Seh. Se conocieron en Polonia donde él estaba estudiando. Viven a poca distancia del parlamento, lo que les ha abierto los ojos ante algunas realidades incómodas.

“Nuestro vecino es miembro del Parlamento y pese a que proviene del campo se ha enriquecido en muy poco tiempo”, afirma Sanjar. “Uno se pregunta cómo se ha hecho de tanto dinero como funcionario público”.

Se rumorea que el lavado de dinero proveniente del petróleo y el tráfico de drogas es lo que está impulsando el auge en la construcción en la capital. Eso provoca furia en Sanjar. “Solía pensar que el votar era una obligación cívica, algo que tenía que hacer, pero creo que estamos lidiando con la mafia, no con el gobierno”.

El Parlamento y la Guerra Civil a principios de la década de los 90 son para Sanjar dos caras de una misma medalla. “El pueblo está representado por asesinos. Esta gente destruyó el barrio en su tiempo. Son responsables de la muerte de unas 60.000 personas. Entonces nos disparaban con metralletas, ahora están sentados en el Parlamento”. Algo que Sanjar no entiende, es que diplomáticos occidentales elogien a estos representantes como símbolo de la nueva democracia, cuando deberían estar ante los tribunales.

En esta aula del Instituto Ibn Sina, se imparten clases de derecho.Imagen: dw

Universidades privadas para los hambrientos de educación

Unas calles más allá unos carteles muestran a sonrientes mujeres que llevan puestos sombreros de doctorado. Es publicidad de universidades privadas. Las universidades públicas no pueden atender la enorme afluencia de estudiantes por lo que una docena de institutos privados intentan calmar el hambre de conocimiento. Uno de esos institutos, el Ibn Sina, honra con su nombre a uno de los grandes eruditos islámicos. Ali Amiri, uno de sus fundadores, realizó su promoción en Wittgenstein, Alemania, y explica porqué la afluencia de estudiantes es tan elevada.

“Una parte de los estudiantes, la minoría Hazara, fue discriminada durante mucho tiempo. No podían, por ejemplo, convertirse en oficiales del ejército ni estudiar leyes o ciencias políticas. Esta prohibición ha sido levantada y por eso el gran interés en estudiar ahora.

Entre los 300 estudiantes hay muchas mujeres, que han sido exoneradas de las cuotas universitarias. “No quiero convertirme en diputada, eso sólo significa problemas”, señala una joven estudiante de derecho. “Estudio derecho porque quiero ayudar a las mujeres que han sido maltratadas”. En el aula de clases los hombres se sientan en las filas de atrás mientras que las mujeres se sientan adelante. Algunas llevan pañuelos coloridos y van maquilladas.

Sólo en Kabul las mujeres tienen oportunidades

“Lo que ustedes ven aquí existe sólo en Kabul”, dice otra estudiante. “Sólo aquí puede una mujer llevar el pañuelo islámico como ella quiera. En la provincia las mujeres no pueden ni salir de sus casas solas, tampoco pueden estudiar. Y si lo hacen entonces tienen que llevar puesta la Burka”, dice. “La mujer afgana es vista por los hombres como máquinas procreadoras de hijos, algunas llegan a tener hasta a 18 niños”.

Autor: Martin Gerner/ Eva Usi

Editor: Pablo Kummetz