La sobrepesca amenaza a la foca del Caspio
5 de julio de 2016 El Mar Caspio es un lago de agua salobre, extenso y antiguo. Formado hace 5,5 millones de años, es el mayor cuerpo de agua cerrado en la tierra. Cubre una superficie de 371.000 kilómetros cuadrados (143.000 millas cuadradas) entre Europa y Asia limitando con cinco países diferentes, entre ellos Irán y Kazajistán.
Cabría pensar que la foca del Caspio (Pusa caspica) disfruta de una vida bastante buena como único mamífero y depredador superior en este hábitat único e importante, pero nada más lejos de la realidad. Durante el siglo pasado, el número de ejemplares de esta especie, una de las más pequeñas de la familia de focas sin orejas, ha disminuido de manera drástica como resultado de la actividad humana.
"Las poblaciones de pinnípedos (familia a la que pertenecen estos mamíferos marinos) tienden a ser bastante robustas. En realidad no existe otra amenaza más que la humana", afirma Simon Goodman, un biólogo evolutivo de la Universidad de Leeds y miembro clave del Proyecto Foca del Caspio, una alianza internacional que ha trabajado en la protección de esta especie durante muchos años.
De acuerdo con los antiguos registros de caza, los científicos concluyen que a finales del siglo XIX hasta un millón de focas tomaba el sol en las orillas del mar Caspio y perseguía presas en sus frías aguas. Ahora sobreviven poco más de 100.000 ejemplares – una décima parte de la población original.
La causa principal de esta disminución se debe a la desenfrenada caza con fines comerciales que tuvo lugar durante la era soviética. Esta situación se frenó poco después de la caída del bloque ya que los enormes barcos rompehielos necesarios para llegar a las zonas de cría de focas eran difíciles de conseguir.
Ahora, los países que rodean el mar Caspio imponen cuotas anuales sobre el número de ejemplares que están permitidos cazar. Sin embargo, este mamífero se enfrenta a otra amenaza humana: nuestro apetito por el caviar.
Un negocio maloliente
En enero de 2014, las autoridades rusas prohibieron la pesca de esturión salvaje, fuente principal de caviar. Esta medida también fue respaldada por los otros países del mar Caspio: Azerbaiyán, Irán, Kazajistán y Turkmenistán.
La prohibición se impuso como consecuencia de una sobrepesca desenfrenada, que empujó a la especie al borde de la extinción. Un informe publicado en mayo de 2016 por el grupo ecologista WWF (Asociación para la Defensa de la Naturaleza) mostraba todas las especies de esturión, que se encuentran bajo amenaza en el mundo.
Sin embargo, teniendo en cuenta que una onza (28 gramos) de caviar se paga a 63 euros (70 dólares) y la demanda del producto en el mercado negro aumenta, la tentación de cazar esturión de forma furtiva y recolectar sus huevos es enorme.
Esto es importante porque el Mar Caspio produce el 90% de caviar de todo el mundo y las focas del Caspio se encuentran entre dos fuegos.
En la temporada de pesca entre 2008 y 2009, al menos 1.215 focas quedaron enredadas en las grandes redes de malla utilizadas para pescar esturiones, según un estudio de 2013 publicado por Goodman y su colega Lilia Dmtrieva de la Universidad de Leeds.
"En la actualidad hay cientos, si no miles de focas, que se ahogan en las redes o que tienen mallas rodeando sus cuerpos, que las mata lentamente", explica Sue Wilson a DW, otra de las autoras del informe. "Adonde quiera que vayan, terminan nadando entre trozos de red. Es una situación horrible", añade.
Según Wilson, que a su vez es coordinadora del Proyecto Foca del Caspio, la cantidad exacta de la pesca ilegal y del daño que sufren animales es difícil de determinar debido a su carácter ilegal. Las cifras reales podrían ser aún mayores.
Una cosa es segura de acuerdo a los ecologistas, y es que si no perdemos nuestro apetito por el caviar, la foca del Caspio seguirá amenazada.
"Mientras siga siendo un negocio tan lucrativo, será difícil hacer algo real para luchar contra él", dice Goodman.
La ayuda se acerca
Uno de los mayores problemas de esta especie es que su hábitat, que fue abundante durante un tiempo, se ha convertido en una trampa peligrosa. Dado que el Caspio no tiene salida al mar, el animal no puede migrar, sino que solo puede buscar oportunidades en las aguas estancadas del lago. Otro problema de la ubicación es que los esfuerzos para la conservación a gran escala requieren la cooperación entre los cinco países del Caspio, que hasta ahora ha resultado ser difícil.
Aun así, las redes de ecologistas locales están trabajando duro para tratar de estabilizar la población de focas.
En Kazajistán, por ejemplo, científicos como Mirguliy Baimukanov proporcionan conexiones de gran valor a las autoridades. Como miembro del Instituto de Hidrobiología y Ecología de la ciudad de Almaty, Baimukanov colabora con el gobierno para gestionar las visitas internacionales, así como los informes necesarios para investigar esta especie.
Gran parte del trabajo se realiza en otoño en un lugar cerca de la frontera con Turkmenistán, donde los animales son fáciles de acceder y de admirar. Baimukanov ha ayudado en la monitorización de las cifras poblaciones y también ha participado en la investigación sobre los efectos de la captura accesoria, que hace referencia a todas las especies que se pescan accidentalmente, es decir, que no son el objetivo de una determinada pesquería.
En Azerbaiyán, Tariel Eybatov ha estudiado a estos animales durante más de 40 años y los ha visto desaparecer frente a sus ojos. Es el caso, por ejemplo, de una península, que una vez fue el hogar de unos 200.000 ejemplares y en la que desde hace años no se ha visto ninguno.
Asimismo faltan recursos para realizar un seguimiento de los animales y determinar si se han extinguido o simplemente han migrado a otra área del mar. Esto también se refleja en las inconsistencias de los esfuerzos de los diferentes países del Caspio para su conservación.
No obstante, a pesar de los problemas Goodman se muestra esperanzador para el futuro, pero solo si los países actúan ahora.
"Creo que si conseguimos algunas políticas para reducir los niveles de mortalidad y ofrecer protección a los hábitats críticos, daríamos un paso bastante importante”, afirma Goodman. "Pero el reloj no se detiene y la inacción de la última década, no está ayudando", concluye.