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La energía nuclear, ¿es realmente barata?

30 de marzo de 2011

La energía nuclear es barata, reza una de las premisas fundamentales que habla a favor de esta fuente. Las organizaciones ecologistas y los desastres como Chernóbil o Fukushima arrojan, sin embargo, otras cifras.

Central nuclear de Philippsburg, Alemania.Imagen: dapd

“Las ocho mentiras del lobby de la energía nuclear”, enumera en uno de sus panfletos el Instituto de Medio Ambiente de Múnich. Encabezando la lista: “el uso de la energía atómica garantiza un suministro eléctrico barato”. “Sin subvenciones”, replica el centro muniqués, “el kilovatio de electricidad atómica costaría dos euros la hora”. A modo de comparación, la Agencia Federal de Redes, responsable red eléctrica germana, calcula que un hogar medio paga hoy en el país 23,42 céntimos por el kilovatio/hora.

Sólo en Alemania, entre 1950 y 2010 la energía nuclear le ha costado a las arcas del Estado 204.000 millones de euros, indica un informe presentado recientemente por Greenpeace. Durante los próximos 12 años, y aunque no se lleve a cabo la planeada prolongación de la vida de las plantas atómicas, ésta consumirá 100.000 millones de euros públicos más.

La compañía energética RWE y el Foro Alemán de la Energía Atómica califican el estudio de poco serio. A tales cifras llegan los ecologistas porque incluyen en la suma no sólo la financiación directa al sector por parte de organismos gubernamentales, sino también la participación del bolsillo del contribuyente en el mantenimiento de los depósitos de residuos nucleares, sobre todo de algunos en críticas condiciones que requieren constantes inversiones, las rebajas impositivas a las compañías energéticas y el resultado de la falta de competitividad en este mercado, que también se refleja en las facturas.

No hay aseguradora en el mundo que responda en caso de accidente nuclear.Imagen: AP

Sin seguro

“Greenpeace utiliza datos confusos que tienen como único objetivo apuntalar sus viejas teorías y notas de prensa”, opina el Foro Alemán de la Energía Atómica. Y eso a pesar de que la organización medioambiental reconoce, con todo, haber dejado costos fuera de su informe. “El precio de una catástrofe nuclear”, apunta el experto en temas energéticos Andree Böhling, “es imposible de calcular.”

El precio de una catástrofe nuclear resulta tan imposible de calcular que no existen aseguradoras en el mundo que acepten responder ante él. Después de Fukushima, la política se plantea la posibilidad de convertir el seguro de las centrales atómicas en obligatorio. Pero, mientras tanto, es el dinero público el que corre al rescate en caso de necesidad. Al fin y al cabo, los momentos de emergencia no son propicios al reparto de gastos.

Hasta dos billones de yenes tendrá que asumir en créditos la operadora de Fukushima, Tepco, para afrontar el pago de los trabajos en su dañada central y el coste del suministro eléctrico que no puede prestar. Entidades japonesas estudian la posibilidad de concederle estos fondos. En cualquier otro lugar, la compañía lo tendrá difícil para acceder a ellos: su credibilidad se encuentra al nivel del suelo. También Tokio se plantea prestarle apoyo financiero, e incluso se especula con la posibilidad de nacionalizar Tepco, cosa que, teniendo en cuenta la situación de la empresa, cabe dudar de que pudiera ser positiva para las arcas públicas.

Un cuarto de siglo después, las cercanías de Chernóbil siguen siendo una zona muerta.Imagen: Krementschouk

Millones de años

El problema de los desastres nucleares es que son de gigantescas dimensiones sus y consecuencias persisten a larguísimo plazo. 25 años después del accidente de Chernóbil, el reactor dañado se encuentra en una zona desierta a la que sólo se accede con permiso especial. La cúpula que lo cubre tiene que ser renovada, con el costo consecuente. La radioactividad en las regiones cercanas sigue provocando enfermedades y deformaciones en los recién nacidos, y todavía contamina la tierra, el agua y los productos agrícolas. Un final para esto no se prevé hasta dentro de millones de años.

Un sector agropecuario que tiene que suspender indefinidamente su actividad. Mano de obra constantemente aquejada de neumonías, migrañas, cánceres y otros males. Niños venidos al mundo con discapacidades que les acompañarán toda la vida. Junto al drama humano, el golpe económico es uno del que ningún consorcio energético puede realmente hacerse cargo. Entonces sólo queda el Estado. Y al final, vuelve a valer la vieja regla: mientras que los beneficios se privatizan, las pérdidas se hacen públicas.

LB/ dpa/ rtrd/ epd

Editor: Enrique López

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