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La Guerra de los Treinta Años y la Paz de Westfalia

2 de junio de 2009

El 24 de octubre de 1648 fue firmada en Osnabrück la segunda parte de la Paz de Westfalia. Desde 1618, casi todas las potencias europeas se enfrentaron entre sí, lo que dejó un saldo de millones de muertos.

Imagen: picture-alliance/akg-images

El detonante de la guerra fue el enfrentamiento en torno a la libertad religiosa. Pero rápidamente quedó claro que Francia y Suecia, las dos grandes potencias europeas,, tenían fundados intereses políticos para entrar en la guerra: querían expandir su esfera de influencia hacia el centro del continente y contener el poder del emperador alemán. Por su parte, el Kaiser no sólo debía contar con la participación de las grandes potencias europeas en las hostilidades, sino también considerar las aspiraciones a una mayor autonomía por parte de los príncipes regionales.

De la Europa católica romana a la Europa cristiana

La Guerra de los Treinta Años tuvo lugar fundamentalmente en el norte y este de Alemania, donde dejó una horrenda huella de devastación. Al final supuso para católicos, protestantes y calvinistas la libertad religiosa. Como ya lo había hecho la Paz Religiosa de Augsburgo en 1555, la Paz de Westfalia aseguró a cada uno de los ciudadanos la libertad de elegir su credo. Adicionalmente, a partir de entonces los súbditos pueden abandonar un territorio si la religión impuesta por sus gobernantes no es de su agrado. Esa libertad es parte de uno de los derechos fundamentales conquistados a través de luchas en Europa, que debilitó a la Iglesia Católica. Aunque ésta siguió siendo una poderosa institución, los protestantes y calvinistas ganaron una mayor influencia. La Europa católica romana se transformó en los siguientes siglos en un continente cristiano.

La Biblia de Gutenberg.Imagen: AP

Responsabilidad conjunta ante Europa

En Münster, en donde en mayo de 1648 comenzó a firmarse la Paz de Westfalia, y en Osnabrück se escribieron importantes capítulos de la historia europea. Por primera vez los países europeos vieron el conjunto del continente; quisieron asumir una responsabilidad conjunta sobre todo el territorio. Lo que tuvo lugar en Münster y Osnabrück fue algo así como lo que hoy en día se conoce como “Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa”. El nuevo orden creado fue garantizado por las grandes potencias y otorgó a Suiza y los Países Bajos su independencia. Suecia regía los obispados de Bremen y Verden, mientras que el príncipe elector de Brandeburgo recibió territorios que pronto serían la cuna de Prusia. También Francia alcanzó sus objetivos de guerra ganando regiones que le permitirían librarse del acorralamiento de los Habsburgo.

Catedral de San Paulo, en Münster.

Fundamento de la actual Alemania

Muchas disposiciones de la Paz de Westfalia significaron una carga para el emperador alemán, si bien al mismo tiempo fueron fortalecidos los derechos de los príncipes en Alemania. A partir de entonces los príncipes regionales podían tomar parte en las decisiones sobre guerra y paz, impuestos y leyes que afectaran al “Sacro Imperio Romano-Germánico”. También podían pactar alianzas con potencias extranjeras siempre y cuando no contravinieran los intereses del Kaiser y del Imperio.

Alcaldía de Osnabrück, en donde tuvieron lugar las negociaciones previas a la Paz de Westfalia.Imagen: Presse

Con ello los Estados regionales alemanes se convirtieron en sujetos independientes del derecho internacional. Dependiendo de sus posibilidades, podían intervenir así en la política europea. El aumento de poder de estos príncipes regionales es una de las piedras angulares del orden federal de la actual República Federal de Alemania, en la que los ministros-presidentes vigilan con celo los derechos que corresponden a sus respectivos Estados federados.

Potencias garantes: Francia y Suecia

Suecia y Francia asumieron las garantías de la Paz de Westfalia. Sin su autorización no podía cambiarse ninguna disposición. Para los alemanes, que vivían en más de 300 pequeños Estados independientes, esto tuvo una consecuencia. En caso de querer fusionarse con otro Estado, sólo podían hacerlo con la aprobación de Francia y Suecia.

El mantenimiento de este status quo en el centro de Europa respondió a las necesidades de seguridad de los Estados europeos que querían impedir el surgimiento de un poderoso Imperio Alemán en el corazón del continente. A partir de entonces los alemanes no deciden por si mismos sobre su destino, sino que dependen de los intereses de sus vecinos. Una situación que volvió a jugar un papel fundamental en 1990 en el proceso de reunificación de los dos Estados alemanes. No en vano la unidad alemana es parte de la integración europea.

Autor: Matthias von Hellfeld/ EU

Editor: Pablo Kummetz

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