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La lucha contra la desinformación empieza por más equidad

8 de diciembre de 2022

¿Por qué son creíbles las mentiras y cómo frenarlas? A pesar de los esfuerzos de verificación de datos, la desinformación y las noticias falsas continúan proliferando. DW entrevistó al profesor Steven Livingston.

Steven Livingston
El profesor Steven Washington es experto en desinformación y sus amenazas para la democracia. En la pasada Reunión de Autoridades Electorales (RAE), convocada por la OEA en Quito, dictó la conferencia inaugural. Imagen: privat

Hechos falsos, noticias inventadas  y desinformación son amplificados por las redes sociales y muchas veces reproducidos por los medios de comunicación. Su impacto en tiempo de elecciones y para la democracia  es investigado por Steven Livingston, director fundador del Instituto de Datos, Democracia y Política, y profesor de relaciones públicas y medios de la Universidad George Washington.

DW: ¿Por qué son especialmente dañinas la desinformación y las noticias falsas en contextos electorales?

Steven Livingston: Una elección está en el centro mismo de la democracia y parte de la base de que los ciudadanos deben tener la capacidad de tomar decisiones y votar informados.

Pero si la calidad de la información que reciben es tan cuestionable que su capacidad para discernir qué es verdad y qué no está erosionado, esto erosiona a la democracia misma.

Desinformación y fake news  siempre han existido, ¿qué las hace más problemáticas hoy?


Su observación es correcta. Por cierto, la mayoría de mis colegas evitan usar el término fake news porque ha sido apropiado por los mismos políticos que están en el negocio de crear noticias falsas. 

Ahora, con las plataformas de redes sociales y personas como Elon Musk, dueño de Twitter, proclamando tener la visión absoluta de la libertad de expresión, se malinterpreta la naturaleza de esta bajo la ilusión de que cualquiera tiene el derecho de decir cualquier cosa que quiera. Eso no es verdad. En Alemania, la legislación reciente reconoce que, para el bien de la democracia, se deben mantener ciertos estándares (Ley de Aplicación de Redes, NetzDG).


¿Cómo se protege la sociedad ante la desinformación?


Es importante entender el efecto de la desinformación en un contexto político, social y económico. Finlandia, por ejemplo, al igual que otros países nórdicos, tiene un alto grado de cohesión social y de resiliencia ante la desinformación, aunque tiene alta penetración de internet y uso de redes sociales.

Esto es debido a sus características sociales y económicas, que lo hacen resistente ante la desinformación, a diferencia de Estados Unidos y el Reino Unido.

¿Cómo se ve esa falta de resiliencia?

Tenemos que pensar en la cohesión social y cuán sana es una sociedad. Yo lo explico con una alegoría médica. Si una persona ya está débil y enferma, una nueva infección tiene mayor probabilidad de afectarla que a un joven sano.

Usando la misma metáfora, algunos países están bastante enfermos y, si se añade el estrés adicional de mayor desinformación, no logran lidiar tan bien con ella como lo haría, por ejemplo, un país nórdico, Nueva Zelanda o Costa Rica, países que muestran un alto grado de salud y capacidad de resistir la infección.

¿Por qué algunas personas no son capaces de distinguir entre hechos verdaderos y mentiras?


Estudios de las ciencias cognitivas sobre la desinformación indican que las personas tienden a creer ciertas ideas porque coinciden con sus valores y creencias, y hay una gran resistencia a cambiar creencias, aunque no estén basadas en evidencia. Esto es porque nuestras creencias tienen mucho que ver con nuestra identidad, con lo que pensamos de nosotros mismos.

Por ejemplo, en Estados Unidos, alguien que reclama que la elección de 2020 fue robada, en algún nivel sabe que probablemente no es cierto, pero una parte de su identidad lo hace pensar que, al ser republicano tiene que decir que la elección fue robada.

¿Cómo aprovechan esto las redes sociales?

Los algoritmos que han desarrollado las plataformas de redes sociales están diseñados para afirmar y reafirmar identidad, no para corregir. Por decirlo de otra manera, ganan dinero sosteniendo la atención y lo hacen no solo confirmando información, sino alimentando y entregando información que profundiza la conexión con ciertas creencias.

Algunas personas creen más en lo que ven en las redes sociales que la opinión de un experto, ¿por qué?


Una persona seguidora de Trump creerá lo que él dice o en Venezuela creerán lo que dice el partido líder. En Brasil, Bolsonaro sigue el mismo guion de Trump, que es decir que hay una verdad dada, decir cuál es esa verdad, y señalar que todos los demás son parte de la industria de las noticias falsas o son parte del Deep State.

Esas categorías construidas para los seguidores no son solo para reafirmar sus creencias, sino también para rechazar sistemáticamente otras fuentes o alternativas como, ciertamente, las ideas de los expertos. ¿Recuerda el Brexit, cuando políticos británicos bien reconocidos decían que la gente ya estaba harta de los expertos? Y resultó que los expertos estaban bastante en lo cierto.

¿Con qué estrategias se puede combatir la desinformación?

Debemos ser algo escépticos ante la idea del chequeo de datos (fact checking) y la alfabetización mediática (media literacy) como grandes soluciones. Comprobar los hechos está bien, pero tengo reservas. La primera razón es que investigaciones de colegas, científicos cognitivos, aquí y en otras universidades, indican que, al mostrarle a la persona que su creencia es falsa, alinea las creencias con la información objetiva, pero el problema es que la duración es relativamente corta, de dos, tres, máximo cinco días.

Y si le preguntan una semana después, habrá vuelto a la creencia que estaba equivocada en primer lugar. Esto ocurre por toda la presión social: su familia, amigos, las noticias que lee y su identidad empujan a la persona de vuelta a creer algo que no es verdad.

¿Vale la pena de todas maneras?

Bueno, aporta algo, pero no dura mucho. Por eso soy cauto. La otra razón es que, debido al panorama mediático fragmentado, la gente que más necesita leer la información corregida no la ve.

Si el Washington Post, CNN o el New York Times publican la corrección, eso no va a ser visto por alguien que sigue un medio alternativo. De acuerdo con las investigaciones, hay cierta evidencia que sugiere que la gente tiende a desviar la atención y quien necesita leer la corrección nunca lo hace.

"Una elección está en el centro mismo de la democracia y parte de la base de que los ciudadanos deben tener la capacidad de tomar decisiones y votar informados”, dice el experto Steven Livingston. Imagen: Eraldo Peres/AP Photo/picture alliance

¿Y sobre el aporte de la alfabetización mediática?

Está bien, pero si volvemos a las ciencias cognitivas y cómo incorporamos la información, es algo más profundo que entrenar para adquirir habilidades. Nos vemos atraídos por un ambiente medial que reafirma nuestras creencias, nuestras normas y nuestra identidad, y eso no es algo que pueda ser corregido por algún entrenamiento, tiene que ser algo más profundo.

Siento ser pesimista acerca de la alfabetización mediática y el fact checking, no quiero decir que hay que descartarlos completamente, pero hay que ser prudente con respecto a lo que podemos esperar de ambos.

¿Qué podemos hacer entonces?


Hay dos formas de entender el problema. Una es ver el retroceso democrático como un problema de los medios, en que las causas y soluciones se encuentran en sus contenidos y sistemas. Sin negar la importancia de esto, si en cambio lo entendemos como un problema social, vemos que tenemos que abordar las causas fundamentales de la falta de cohesión social y de la inequidad económica y social, que hacen a las democracias más vulnerables a la desinformación.

Cuanto mayor es la cohesión, es menos susceptible, como ocurre en los países nórdicos o Alemania, que son democracias saludables. Al final, la solución se encuentra en cambios sociales y no en cambios técnicos de los medios. No se trata de un problema mediático, es primeramente un problema social y económico.

A su vez, la desinformación en redes sociales profundiza esta falta de cohesión. ¿Cómo se rompe este círculo?

Las redes sociales son como la gasolina, que exacerba y hace que el fuego arda con más fuerza. No estoy diciendo que no sean un problema, sino que es un problema intermedio, porque la causa principal se encuentra en la misma sociedad. Si queremos quebrar la susceptibilidad que se encuentra en las plataformas de redes sociales, abordemos las condiciones sociales. (ms) 


 

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