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La moral, la política y la paz

12 de octubre de 2002

El premio Nobel de la Paz tiene este año un doble carácter, de reconocimiento y advertencia: Jimmy Carter, incansable promotor del entendimiento, representa hoy el otro rostro de la política estadounidense.

Jimmy Carter, Premio Nobel de la Paz 2002.Imagen: AP

El poder y la ética no siempre van de la mano. Con frecuencia aparecen incluso en aberrante contraposición. Y no ha faltado uno que otro Maquiavelo de nuestros días que ha dictaminado su incompatibilidad. Hace poco más de dos décadas, el caso de Jimmy Carter pareció darles la razón. Su estrepitoso derrumbe político, tras el fracasado intento de liberar a los rehenes estadounidenses en el Teherán de 1980, confirmó que los éxitos como el logrado en Camp David se olvidan pronto. Sin lograr la reelección, el ex presidente llegó a encarnar la imagen del fracaso político.

La encarnación de los ideales

Pero la lógica del poder tiene corto aliento. No así los ideales que ha defendido, dentro y fuera de la Casa Blanca, el flamante galardonado con el Premio Nobel de la Paz. "Para mí eres la encarnación de las ideas norteamericanas de libertad y paz y del sentido de la justicia", escribió en su mensaje de felicitación Hans Dietrich Genscher, quien durante largos años dirigió las relaciones exteriores de Alemania. Un elogio difícil de superar.

El idealismo de Carter no es abstracto, sino activo y práctico. Junto a la organización que lleva su nombre y que se apresta a cumplir 20 años, el ex presidente ha acudido prácticamente a todo llamado que se le haya formulado para mediar en conflictos o actuar como observador en elecciones en los más diversos lugares del mundo, desde América Latina hasta los confines de Asia.

El "mejor ex presidente"

Su incansable esfuerzo en pro de la democracia y el respeto de los derechos humanos le ha valido ser considerado por muchos como "el mejor ex-presidente" estadounidense de la historia. Quizá sea justamente porque, liberado de los pies forzados del cargo, ha podido permitirse actuar y hablar sin tapujos. Ciertamente no siempre sus iniciativas han sido del agrado del gobierno de Washington, menos cuando la administración ha estado en manos de sus adversarios republicanos.

Sin embargo, las actividades de Carter no llevan el sello de un compromiso ideológico. Así lo volvió a demostrar recientemente con su viaje a Cuba, que atrajo el interés internacional meses atrás. Junto con demandar allí reformas y libertades democráticas, se pronunció a favor de levantar el embargo estadounidense contra la isla.

Un mal trago para Bush

Tampoco la concesión del premio Nobel a Carter debe haber sido precisamente un halago para la administración Bush. Sobre todo porque, en su fundamentación, el Comité destacó expresamente que "en una situación actualmente marcada por la amenaza del uso de la fuerza, Carter ha permanecido fiel al principio de que los conflictos deben ser resueltos en lo posible a través de la mediación y la cooperación internacional, sobre la base del derecho internacional, el respeto de los derechos humanos y el desarrollo económico".

A buen entendedor, pocas palabras. No obstante, para despejar las dudas que pudieran quedar, alguien le preguntó al presidente del Comité del Premio Nobel si esto podía interpretarse como una crítica a los planes bélicos del presidente Bush. La respuesta de Gunnar Berge fue categóricamente afirmativa, aunque luego le valió reproches dentro del propio gremio. Sea como fuere, Carter ha manifestado sin ambigüedad alguna su rechazo a la senda seguida por el gobierno estadounidense con respecto a Irak. Hoy mismo afirmó en una entrevista que, de haber sido congresista, no habría votado a favor de autorizar al presidente el uso de la fuerza. Pero la suya no es la lógica del poder.

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