Hitler y los alemanes
14 de octubre de 2010Es la primera vez que una exposición en Alemania intenta descifrar el enigma de la popularidad de Adolf Hitler durante el Tercer Reich. La muestra titulada “Hitler y los alemanes”, subtitulada “Nación y crimen”, exhibe hasta el 6 de febrero un total de 600 objetos y alrededor de 400 fotografías y carteles.
El eje conductor de la muestra es el dictador que, según el curador Hans-Ulrich Thamer, no tenía en realidad ningún atributo que no fuera el de orador y agitador. “El aura carismática que se creó en torno a su figura se debió a las expectativas que depositó en él la población en un momento en el que Alemania atravesaba una profunda crisis económica en el período de entreguerras”, señala.
El poder que alcanzó Hitler no se explica por sus cualidades personales, sino por las condiciones políticas y sociales y los efectos psicológicos que esa situación provocó en la población alemana. “La población buscaba un chivo expiatorio al que pudiera echar la culpa de su miseria, lo que también les ofreció Hitler, estigmatizando a judíos, izquierdistas y luego a gitanos, homosexuales y otros grupos considerados como extraños a la sociedad”, dice.
Uniformes de la Gestapo
En la muestra se exhiben desde uniformes de la Gestapo y de las SS hasta el escritorio fabricado con maderas finas y la esvástica incrustada, que Hitler ocupó en la cancillería. También pueden verse sables, puños de hierro, cachiporras y botas militares que hablan del potencial violento de símbolos considerados viriles. Se exhiben estandartes plebeyos del partido nazi que símbolizaban la cercanía con el pueblo o sombreros de cilindro que representaban distinción social.
Uno de los uniformes en exhibición fue fabricado por la marca Hugo Boss, que en aquella época tenía una pequeña sede en Stuttgart y Tubinga, en el sur de Alemania. A través de documentos, fotografías y testimonios se abordan las distintas etapas del nazismo y se explica cómo Hitler operó desde el poder destruyendo adversarios y sindicatos, que inicialmente subestimaron al dictador, hasta el encumbramiento del nacionalsocialismo y el potencial tremendamente destructivo que desató en Europa previamente a su caída.
No hay reliquias de Hitler
En la muestra no hay ningún objeto que haya pertenecido al dictador. “No queríamos reliquias, sino más bien analizar la estilización de la política a través de su propaganda”, señala Thamer.
“El carisma de Hitler duró mucho tiempo y eso se explica por la disposición de la población a participar en su lucha, la gente se decía que había que trabajar para el Führer”, dice el curador, que muestra como ejemplo un gran tapiz con una esvástica en el centro, confeccionado por una pequeña comunidad evangélica. “Gestos como éste se vieron en numerosos grupos sociales, lo que muestra las grandes expectativas que despertó el dictador en la población, en grupos empresariales, agricultores, en los jóvenes”, dice.
No hay ninguna publicidad sobre la exhibición, en cumplimiento de la ley alemana que prohíbe mostrar símbolos nazis. Pero al ingresar a un espacio subterráneo el visitante se sumergirá en el mundo nazi, desde cajetillas de cigarros con la svástica, la carretilla para vender el diario del partido “Voelkischer Beobachter”, figuras de juguete con la imagen de Hitler, hasta el prototipo del modelo Volkswagen diseñado por el fabricante Ferdinand Porsche, que éste dio al dictador como regalo de cumpleaños.
Además de documentar la construcción del Estado nazi con su industria, autopistas y festivales, la exhibición también refleja el creciente odio racial y la discriminación. Un cartel muestra a un niño con discapacidad mental al lado de un musculoso atleta rubio, que advierte sobre "los peligros democráficos si los retardados tienen cuatro hijos y los normales sólo dos".
Acoso a los judíos
"Todos los días en los diarios se leían consignas como 'los judíos son nuestra desgracia'. A partir de su posición de poderío, el partido radicalizó gradualmente el acoso a los judíos hasta que comenzó con su deportación en 1942, con una amplia aceptación por parte de la población”, afirma el curador.
El experto explica el mecanismo que convirtió en asesinos a los que trabajaban en los campos de concentración. “Tenían una base ideológica que se había forjado en el partido y que contaba, además, con la presión del grupo. Lo sabemos de un batallón policial en el que el comandante le dijo a su tropa: ahora les tocará hacer algo horrible, tienen que fusilar a esos judíos rusos en el foso, el que no quiera participar se puede quedar en su casa a pelar papas. ¿Qué hombre que creciera bajo los ideales masculinos del período entreguerras iba a optar voluntariamente por quedarse en la cocina?”, pregunta Thamer. “Después se daban cuenta de lo que habían hecho y se refugiaban en el alcohol”, concluye.
Autora: Eva Usi
Editor: Pablo Kummetz