La palma que hizo de la selva peruana un desierto (I)
Enrique Anarte | Luis García Casas
5 de diciembre de 2019
Los indígena uchunya llevan años enfrentándose a una empresa que ha deforestado la selva amazónica de la que vivían.
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Érase una vez un pequeño pueblo amazónico que dijo "basta". La historia podría contarse en muchas de las variopintas lenguas indígenas que nacieron a la sombra de la selva, pero esta en concreto está escrita en shipibo y su epicentro está en Santa Clara de Uchunya. Ese es el nombre de la aldea del departamento peruano de Ucayali en el que discurre.
Corría el año 2014 cuando David se dio cuenta de que Goliat se le había colado en casa. El gigante bíblico figuraba en el registro empresarial desde hacía dos años como Plantaciones de Pucallpa Sociedad Anónima Cerrada, cuyos terrenos son hoy propiedad de Ocho Sur P. S.A.C. La empresa de palma aceitera formaba del grupo internacional de agronegocios conocido como Grupo Melka.
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Otra empresa de este mismo grupo fue ya condenada en Perú a pagar 15 millones de soles (casi 4,5 millones de euros) en una reparación civil por tráfico ilegal de madera en un caso de deforestación en la vecina región de Loreto. El conglomerado empresarial, que aterrizó en el país en 2010, es propiedad del empresario checo-estadounidense Dennis Melka, quien incluso está siendo investigado directamente por la Fiscalía Ambiental de Loreto.
La empresa se llevó un total de 222 parcelas
El grupo se hizo con 222 parcelas sobre las que la Dirección Regional de Agricultura de Ucayali había concedido, entre 1997 y 2009, constancias de posesión y, luego, títulos de propiedad, a otros tantos colonos. Esto, sin tener en cuenta, como prescribe la ley, que se encontraban en los territorios ancestrales de una comunidad indígena. Las consecuencias para los locales fueron inmediatas.
"Cuando entró la palma, la empresa deforestó toditos nuestros bosques; nosotros vivíamos de eso antes, antiguamente", dice a DW Peter Benavides, un miembro de la comunidad uchunya. "Era un desierto cuando la palma entró, deforestó todito, los animales murieron, no había agua", resume gráficamente.
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Este cambio radical del ecosistema local afectó a la subsistencia cotidiana de la comunidad, argumenta Benavides: "Nosotros también ya, día a día, no teníamos alimentos para que sobrevivieran nuestras familias". Y no es el único cuya vida se transformó. "Antes de que la empresa llegase acá era muy bueno", recuerda su vecina Judit Zangano, entrevistada por DW. "Nos íbamos a cazar, a traer frutos de la naturaleza, del bosque".
La empresa ha sido acusada de deforestar en torno a unas 7.000 hectáreas de selva para su plantación de palma aceitera. Desde el aire, la imagen es la de un frondoso manto verde que se ve súbitamente interrumpido por unas enormes extensiones de cultivo sistemáticamente organizadas en una cuadrícula, como si de una planificación urbana se tratara. Si el bosque amazónico encarna un caos natural, la plantación es el orden perfeccionista concebido por el hombre para explotar la naturaleza.
Cuando la palma aceitera y la hierba a su alrededor está crecida, el verde al menos parece disimular a simple vista la radical alteración del ecosistema. Cuando acababa de ser plantada, la metáfora de un desierto no resultaba exagerada.
Los guardias de la plantación habrían agredido a los indígenas que se acercaban a sus lindes. Varios de los miembros de la comunidad relataron a DW los ataques sufridos con armas de fuego. Según el jefe uchunya, Efer Silvano, desde hace aproximadamente un año muchos de estos guardias son de origen venezolano. En ese período temporal, la situación política y humanitaria en la Venezuela de Nicolás Maduro se ha recrudecido a un ritmo vertiginoso, empujando a cada vez más personas al extranjero. Perú es el segundo país que acoge a más venezolanos, después de Colombia.
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"Sin territorio no hay pueblos indígenas”
"El caso de la empresa de palma aceitera le ha cambiado la vida radicalmente a la comunidad", explica Silvano. "Ahora ya no podemos acceder a donde antes pescábamos, cazábamos y recogíamos nuestras medicinas tradicionales, a nuestro territorio ancestral".
Su antecesor en el cargo, Carlos Hoyos, coincide: "Sabemos muy bien que nosotros, como pueblo indígena, nuestra supervivencia de vida es nuestro territorio y nuestra agua". Como resumió el abogado de la comunidad ante el Tribunal Constitucional, Juan Carlos Ruiz, durante el juicio que está hoy pendiente de sentencia: "El derecho a la propiedad no es un derecho más de los pueblos indígenas: sin territorio no hay pueblos indígenas".
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Santa Clara de Uchunya, un pueblo en lucha en la Amazonía peruana
Los uchunya, una comunidad indígena del pueblo shipibo ubicada en Ucayali, se enfrentan a una empresa de palma aceitera que opera en sus tierras ancestrales. DW los visitó para retratar su vida cotidiana.
Imagen: DW/L. García Casas
Nuestro hogar, la selva amazónica
Santa Clara de Uchunya está situada a pocos kilómetros de Pucallpa. Esta comunidad indígena de la Amazonía peruana forma parte del pueblo shipibo y habita a orillas del río Aguaytía, afluente del Ucayali. Desde hace años, sin embargo, se han visto involucrados en un conflicto territorial con una empresa de palma aceitera.
Imagen: DW/L. García Casas
El reto de liderar una comunidad en lucha
Efer Silvano es el jefe de la comunidad uchunya, un cargo que se renueva cada tres años y se elige por votación. Aunque no hay veto alguno a las mujeres, en la práctica, ninguna ha sido escogida aún para ser jefa. En la imagen, el actual líder viste las ropas tradicionales de este pueblo que, no obstante, han sido excluidas de la indumentaria cotidiana del lugar.
Imagen: DW/E. Anarte
Imagen paradisíaca, realidad más compleja
La cabaña de la imagen da una idea de cómo son las viviendas de Santa Clara. El suelo tiene que estar elevado porque las inundaciones pueden convertir el claro en el que está construida la población en un lago. La elección del techo es muy importante a la hora de hacerse un hogar: la chapa puede proteger mucho mejor de la lluvia, pero también puede producir un calor insoportable.
Imagen: DW/E. Anarte
Un coche para la selva
En la selva amazónica peruana también hay vehículos a motor. Los “motocars” como el de la imagen son esenciales para la movilidad entre las poblaciones más aisladas de la región, especialmente si llueve, porque los caminos se vuelven intransitables para otros medios de transporte. Eso sí, la contaminación de la gasolina y el ruido que producen son el precio a pagar, y difícil de pasar por alto.
Imagen: DW/E. Anarte
La “cocha” es la respuesta a todo
El lago Uchunya, al que los locales se refieren como “la cocha”, es una pieza clave de la organización económica de la comunidad. Cuando no tienen agua corriente, vienen aquí a bañarse o a lavar la ropa. Además, de sus aguas obtienen el pescado que tanto les gusta desayunar. Por supuesto, también es un agradable lugar para pasar su tiempo libre.
Imagen: DW/L. García Casas
Bien acompañado se trabaja mejor
Aunque cada uno tiene sus tierras (las "chacras"), en muchos sentidos la vida aquí requiere de colaboración. Las redes familiares de apoyo son de vital importancia, pero también la cooperación entre miembros de la comunidad. En la imagen, varios uchunya -mujeres, hombres e incluso menores- pelan yuca conjuntamente.
Imagen: DW/E. Anarte
Plátano para desayunar, almorzar y cenar
El plátano no es solo una fruta o un complemento para la ensalada en estas latitudes. La banana es la base de la dieta local y se come en multitud de formas, a menudo frita o machacada. Por eso muchas de las tierras que cultivan los uchunya están repletas de los árboles que dan estos frutos, los cuales resisten muy bien el calor de la zona.
Imagen: DW/L. García Casas
Las reglas del partido son las mismas
El deporte también está enormemente presente en el día a día de la comunidad. Cada tarde, al terminar las labores, se organizan partidos de fútbol masculino entre los vecinos. Las mujeres, mientras tanto, juegan al vóleibol, aunque algunos hombres también se les unen. Como en Europa, el fútbol femenino en igualdad de condiciones sigue siendo un asunto pendiente.
Imagen: DW/E. Anarte
Una iglesia vacía en medio de la selva
Hace años que la comunidad carece de un líder religioso cristiano. De acuerdo con los locales, el último misionero, de nacionalidad estadounidense, abandonó la población por problemas de alcoholismo. En la actualidad, los uchunya no tienen un credo oficial, aunque algunos de sus miembros profesan el cristianismo a título individual.
Imagen: DW/E. Anarte
Soldando bajo el calor amazónico
Neiser es el único mecánico de la comunidad. Aunque la mayoría de los hombres uchunya son autosuficientes y saben construir su casa, cazar, cultivar y pescar, el desarrollo de nuevas necesidades, como la de reparar los motocars, fomenta una relativa especialización del trabajo en esta población indígena.
Imagen: DW/E. Anarte
Frontera y fuente de vida
El río Aguaytía es clave para la economía local, ya que es una importante fuente de pescado. Al otro lado, donde se encuentra en esta imagen el comunero Walter, están las tierras ancestrales donde opera la empresa de palma aceitera. Como consecuencia de la disputa, los uchunya ya no pueden obtener tantos alimentos de la caza como antes.
Imagen: DW/E. Anarte
Arte para comer
La popular artesanía shipibo también está presente en Santa Clara de Uchunya, aunque todos dicen que mucho menos que en el pasado. Cuencos cuidadosamente elaborados como los de la imagen se utilizan para comer y beber, además de ser motivo de orgullo local.
Imagen: DW/L. García Casas
La mejor arma: la sonrisa de un niño
Aunque los uchunya llevan años enfrentados a la empresa que, dicen, les ha arrebatado parte de sus tierras ancestrales, la alegría es un don que nadie ha logrado robarles aún. Tampoco la ilusión de los más pequeños, que pronto tendrán que decidir si continuar con el modo de vida tradicional o intentar estudiar y tomar caminos que los llevarán, al menos a corto plazo, lejos de la comunidad.