Hace 75 años, el padre franciscano y futuro san Maximilian Kolbe se ofreció a ocupar el lugar de un sentenciado a muerte en Auschwitz. Su acto continúa inspirando acciones humanitarias.
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El 29 de julio de 1941, el comandante jefe Karl Fritzsch ordenó que diez hombres debían morir de hambre en respuesta a la supuesta fuga de tres internos. Cuando oyó su sentencia, Franciszek Gajowniczek, un sargento del Ejército polaco, casado y padre de dos niños, estalló en lágrimas, provocando que Maximilian Kolbe se acercara hasta Fritzsch para hacerle una propuesta.
“Soy un sacerdote católico polaco”, le dijo, según atestiguaron los internos que presenciaron la escena. “Me gustaría ir en su lugar, puesto que él tiene esposa e hijos”. Fritz aceptó la oferta y Kolbe fue a cumplir su condena junto con los otros nueve hombres, a quienes trató de consolar. Dos semanas más tarde, Kolbe y los otros tres prisioneros que aún seguían vivos fueron asesinados en la cámara de gas y sus cuerpos fueron incinerados.
Raymund Kolbe había nacido en 1894, en la región polaca de Lodz, entonces territorio del Imperio Ruso. De padre alemán y madre polaca, pobres, pero muy devotos, Kolbe fue enviado junto con su hermano a estudiar en el seminario franciscano de Lyiy, donde recibió como religioso el nombre de Maximilian. Después estudió Filosofía y Teología en Roma. La muerte no le era extraña: dos de sus hermanos murieron antes de cumplir los cinco años y su padre fue ejecutado por luchar contra Rusia por la independencia polaca.
Como sacerdote, Kolbe fundó un monasterio cerca de Varsovia, que incluía alojamiento, espacio para seminario, talleres, imprenta y edición, así como su propia emisora. El complejo fue rápidamente conocido por la región y acogió a más de 700 franciscanos hasta finales de la década de 1930. La labor de Kolbe allí finalizó en 1939. Los nazis hicieron del monasterio una prisión y expulsaron a la calle a sus habitantes. Kolbe fue arrestado, liberado y de nuevo apresado. En 1941 fue enviado a Auschwitz y murió a la edad de 47 años.
Compasión “radical”
La terrible muerte de Kolbe inspiró a sus compañeros de cautiverio, así como a la futura resistencia. “En medio de la destrucción, el terror y el mal, hizo florecer la esperanza”, dijo Michal Micherdzinski, uno de los testigos de la propuesta de Kolbe, durante una entrevista concedida poco antes de morir, en 2006. Gottfried Bohl, director de noticias en la agencia católica alemana KNA, dice que el acto de auto sacrificio de Kolbe “es una muestra de compasión en su forma más radical. Sacrificó su vida para salvar la de otro ser humano. Esto nos muestra cómo los actos de humanidad persisten incluso en los momentos más oscuros e inhumanos”.
A principios de la década e los 60, cuando las relaciones entre Alemania y Polonia eran tensas, obispos de ambos países impulsaron la canonización de Kolbe. “Trabajaron por la reconciliación cuando nadie más lo hacía”, dice Bohl. “Y se los recibió con hostilidad por ese motivo”. Kolbe fue beatificado por el papa Pablo VI en 1971 y canonizado como mártir en 1982 por Juan Pablo II. En ambas ceremonias estuvo presente Franciszek Gajowniczek, que vivió hasta los 93 años gracias a Kolbe.
Gajowniczek viajó por Europa y Estados Unidos promoviendo el trabajo de Kolbe, que es el patrón de los drogadictos, los prisioneros y los periodistas. Durante la reciente visita del papa Francisco a Auschwitz, el pontífice rezó en la celda donde Kolbe vivió su martirio. Dos organizaciones activas continúan en Alemania su labor. Fundada en 1973, la Obra Maximilian Werk se encuentra en la ciudad de Friburgo y sirve como refugio para los sobrevivientes de los campos de concentración nazis, independientemente de su fe. Hay otra fundación en Berlín con el nombre de Kolbe que lleva a cabo proyectos de reconciliación en Europa.
Auschwitz: "La muerte no tiene la última palabra"
Estos artistas lucharon por su supervivencia en campos de concentración. En la exposición "La muerte no tiene la última palabra" ("Der Tod hat nicht das letzte Wort"), en el Parlamento alemán, se pueden ver sus trabajos.
Imagen: Staatliches Museum Auschwitz-Birkenau in Oœwiêcim
Los artistas olvidados
Durante el régimen nazi, muchos artistas fueron perseguidos. Pero pocos conocen a los artistas que siguieron produciendo obras en los campos de concentración. El pintor Waldemar Nowakowski, en la foto, fue uno de ellos. La exposición "Der Tod hat nicht das letzte Wort" (“La muerte no tiene la última palabra”) se puede ver desde el 27 de enero en el Parlamento Alemán.
Imagen: Staatliches Museum Auschwitz-Birkenau in Oœwiêcim
Los horrores de Theresienstadt
El autor, curador e historiador del arte Jürgen Kaumkötter se dedicó durante más de 15 años a investigar las obras de arte de artistas perseguidos, desde 1933 hasta 1945. No solo tuvo en cuenta las obras creadas durante esa época, sino también aquellas que la tematizan hasta hoy. Leo Haas es autor de este aguafuerte sobre el campo de concentración de Theresienstadt (1947).
Imagen: Bürgerstiftung für verfolgte Künste – Else-Lasker-Schüler- Zentrum – Kunstsammlung Gerhard Schneider
Pintar en el “Museo del campo de concentración”
Se sabe que los artistas de Theresienstadt pintaban, pero también en Auschwitz había un “Museo”. Allí había materiales como lápices, papeles y pinceles a disposición de los creadores para que estos llevaran a cabo obras para las SS. Del campo de concentración de Auschwitz II, sin embargo, apenas se conocen algunas obras. En la foto: Autorretrato de Marian Ruzamski (1943-1944).
Imagen: Staatliches Museum Auschwitz-Birkenau in Oœwiêcim
Imágenes de la nostalgia
Este retrato pertenece a Jan Markiel (1944) y fue hecho sin materiales “oficiales” de Auschwitz I. Representa a la hija de un panadero de las cercanías de Jawiszowice, que había ayudado a los prisioneros dándoles pan y enviando sus cartas. El color proviene de trozos de pigmento arrancado a las paredes, y un trozo de lino de los colchones hizo de lienzo.
Imagen: Staatliches Museum Auschwitz-Birkenau in Oœwiêcim
Testigo de los hornos crematorios
Yehuda Bacon (dcha.) llegó a Theresienstadt en 1942, a los 13 años, y en diciembre fue trasladado a Auschwitz-Birkenau. Allí trabajó como mensajero y se le permitía calentarse en invierno acercándose a los hornos de los crematorios. Lo que vio allí no solo lo contó durante el famoso Juicio de Fráncfort, sino también en los dibujos que realizó luego de finalizada la II Guerra.
Imagen: Bürgerstiftung für verfolgte Künste – Else- Lasker-Schüler-Zentrum – Kunstsammlung Gerhard Schneider
La segunda generación
Michel Kichka es uno de los historietistas más renombrados de Israel: “Segunda generación: lo que nunca le dije a mi padre” es una novela gráfica sobre la infancia de Kichka y su padre, un sobreviviente de Auschwitz. El trauma del padre se transfirió al hijo. Cuando Michel Kichka solo pudo vencer sus pesadillas reflexionando, no sin cierto humor negro, sobre los horrores vividos por su progenitor.
Imagen: Egmont Graphic Novel
Metáfora de la Shoa
También los hijos de la artista israelí Sigalit Landau son sobrevivientes del Holocausto, y su profesor de dibujo fue el también sobreviviente Yehuda Bacon, que trabaja hasta hoy como docente de arte en Israel. Sus trabajos están llenos de alusiones metafóricas al Holocausto, como en estos zapatos, que se pueden ver en la exposición en el Parlamento alemán.
Imagen: Sigalit Landau
"La muerte no tiene la última palabra"
Sigalit Landau recolectó 100 pares de zapatos en Israel y los arrojó al Mar Muerto. El mar los cubrió con capas de sal, y ahora son símbolos de la vida que vence a la muerte. Su deseo era que se expusieran en Berlín como símbolo de la esperanza que vence a la desesperación. La exposición “La muerte no tiene la última palabra” se puede ver hasta el 27 de febrero en el Parlamento Alemán, en Berlín.