En el siglo XVIII se abre el horizonte de la Historia: El hombre comienza a considerarse el diseñador de la Tierra creada por Dios como "el mejor de todos los mundos posibles". Él mismo es quien debe inventar las reglas que hagan posible este mundo mejor. El tercer capítulo gira en torno a la esperanza de las mentes ilustradas de resolver pacíficamente el eterno conflicto entre las religiones.