La revolución inconclusa
12 de diciembre de 2011Hace doce meses, Gamal Mubarak, Saif Al-Islam y Ahmed Saleh tenían buenas perspectivas de hacer carrera. Como hijos de dictadores árabes, estaban perfectamente entrenados para la jefatura de Estado. Porque Hosni Mubarak, en Egipto, Muammar al Gadafi, en Libia, y Ali Abdullah Saleh, en Yemen, pretendían legar sus cargos a sus vástagos. A fin de cuentas, ése parecía ser el método más sencillo para asegurar la influencia y la riqueza de la propia familia. Y ese fue por décadas uno de sus principales intereses.
El fracaso de las dictaduras republicanas
Pero los dictadores sacaron mal las cuentas. Desde el comienzo de la “primavera árabe”, cuatro de ellos fueron expulsados del poder y los sueños de sucesión familiar se esfumaron. Más aún: el modelo de las dictaduras republicanas, que dominó el mundo árabe desde las décadas del 50 y 60, parece haber fracasado. Los principales afectados por la ola de protestas han sido aquellos países donde se intentó instaurar una sucesión dinástica en una república, como lo hiciera el ex presidente sirio, Hafez el Assad. Su hijo Bashar defiende aún por todos los medios su poder, pero también sus días de presidente parecen estar contados.
El derribo de los dictadores ha abierto el camino a elecciones realmente libres, que fueron una de las principales demandas de los manifestantes. Sin embargo, poco después de los primeros comicios libres en la región, el optimismo inicial se ha esfumado en muchas partes. En Túnez, en la elección de la Asamblea Constituyente obtuvo la primera mayoría el partido islamista Ennahda; en las elecciones parlamentarias egipcias se perfila igualmente una victoria islamista. Los radicales salafistas obtuvieron un resultado sorprendentemente bueno. Las voces de los demócratas, blogueros, mujeres modernas y musulmanes moderados – pilares de la revolución- parecen perderse en el vacío. Por lo menos han fracasado por ahora en las urnas.
Demócratas decepcionados
“No son los demócratas los que han sacado provecho de la caída o el debilitamiento de los regímenes del mundo árabe, sino sobre todo los bien organizados y cada vez mejor financiados movimientos islamistas, surgidos en su mayoría de los Hermanos Musulmanes”, afirma Guido Steinberg, especialista en el Cercano Oriente de la Fundación Ciencia y Política. También en Yemen y en Libia, los islamistas son los que más parecen haberse beneficiado del derrumbe del antiguo orden.
Muchos demócratas están decepcionados con esta evolución. La construcción de verdaderas democracias, si es que ha comenzado, avanza con gran lentitud. Aún no está a la vista una sociedad pluralista y todavía no hay solución para los graves problemas económicos y sociales de la zona. La economía tunecina está en el suelo. También los egipcios se enfrentan a enormes problemas económicos. Desde el inicio de la primavera árabe no han llegado inversiones extranjeras y también el turismo ha mermado. Al mismo tiempo, el desempleo ha aumentado y los déficits fiscales han alcanzado dimensiones alarmantes. En Libia y Yemen, junto con la producción petrolera colapsó toda la economía.
Muchos jóvenes ya han dejado sus países, debido a las crisis sociales, la alta tasa de desempleo juvenil y la falta de perspectivas económicas. De la situación actual se benefician sobre todo los Hermanos Musulmanes, que en muchos países árabes estaban prohibidos, pero eran tolerados. Ellos disponen de una buena estructura organizacional y desde hace décadas actúan en el campo de la ayuda social. Pese a ello, el presidente del Parlamento alemán, Norbert Lammert, considera que no hay que ser demasiado pesimistas: “no debemos cometer el error de pasar por alto -debido a las complejas pugnas y los considerables problemas de estos países- las oportunidades que se abren”, advierte.
Monarquías estables
A la convulsión regional han permanecido en gran medida ajenas las monarquías árabes, con la excepción de Baréin. Es verdad que también en Marruecos y en Jordania se han producido protestas contra el alza del costo de la vida, contra la corrupción y contra el gobierno. Pero estas protestas no se dirigían contra el rey, ni condujeron a la caída del régimen. Por el contrario: los reyes Mohamed VI, de Marruecos, y Abdullah, de Jordania, consiguieron aplacarlas mediante reformas, reestructuraciones de gabinete y -en el caso marroquí- con un referéndum y elecciones anticipadas.
También el respaldo de las seis monarquías del Golfo tuvo probablemente un papel importante. Bajo el liderazgo saudita, el Consejo de Cooperación del Golfo no sólo intervino militarmente en Baréin, sino que también lo respaldó con 10 mil millones de dólares, al igual que a Omán. Además ofreció la membresía a Marruecos y Jordania y les concedió cuantiosas ayudas.
En Omán, Arabia Saudita y Kuwait hubo protestas aisladas, pero los monarcas lograron apaciguar a la población con regalos económicos, la generación de empleos, la creación de subsidios de desempleo y la concesión de mayores derechos cívicos. Sólo en Baréin se produjeron violentos enfrentamientos entre partidarios del gobierno y de la oposición, que derivaron en un conflicto entre la mayoría chiíta y la monarquía sunita.
Este conflicto parece tener eco en Siria. Allí, la cúpula de gobierno alauita –considerada estrecha aliada de Irán, de mayoría chiíta- lucha contra su propia población, en la que predominan los sunitas. El temor a una guerra civil crece día a día, ya que las protestas continúan. Como en el caso de Libia, las monarquías del Golfo se han puesto allí de parte de los alzados y los respaldan con propaganda a través de los canales de televisión de Al Yazira y Al Arabiya. Las monarquías árabes, con Arabia Saudita y Qatar a la cabeza, también desempeñaron un papel central para que la Liga Árabe aislara políticamente a Siria.
“Siempre partimos de la base de que estábamos ante una ola democrática. Pero pasamos por alto que el conflicto que en realidad predomina en la región es el que existe entre Irán y sus adversarios en el mundo árabe”, indica Guido Steinberg. El especialista de la Fundación Ciencia y Política estima que este conflicto regional influye en los acontecimientos. Por otro lado, considera que “la región se volverá más conservadora y un poco más plural”. Pero aclara que con ello no quiere decir que se vuelva necesariamente “más pluralista y democrática”.
Autora: Anne Allmeling /Emilia Rojas
Editor: José Ospina-Valencia