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La vergüenza de Gijón

Daniel Martínez24 de junio de 2014

La circunstancia de que Estados Unidos y Alemania se enfrentan en el Mundial sabiendo que con un empate ambos equipos pasan a la siguiente ronda despierta suspicacias y sospechas basadas en una bochornosa historia real.

Deutschland vs Österreich Horst Hrubesch 1982 in Gijon
Imagen: imago/Werek

Si a los dos equipos les conviene el resultado, ¿por qué no? La pregunta no es nueva, y la situación, por lo menos para los alemanes, tampoco. Así como en esta ocasión en Brasil, en el Mundial de España en 1982 se enfrentaron dos equipos a los que un marcador clasificaba a la siguiente fase del evento.

Los protagonistas: Alemania y Austria. El escenario: el estadio de Gijón. El marcador: el necesario 1-0 que les servía a las dos selecciones. El resultado: una de las mayores vergüenzas del fútbol internacional y uno de los episodios más bochornosos en la historia del fútbol alemán, considerado como un claro ejemplo de afrenta al “juego limpio”.

El pacto

El histórico partido en Gijón duró en realidad solo 11 minutos. Los restantes 79 difícilmente se pueden considerar fútbol pese a cumplir todos las exigencias del reglamento: una cancha, dos porterías, 22 jugadores, un balón, un árbitro y dos asistentes. Cuando Horst Hrubesch anotó de cabeza el 1-0 para Alemania tanto sus compañeros, como los jugadores austriacos, dejaron de correr y de atacarse.

La pelota empezó a estorbar, nadie la quería, todos se miraban entre sí sabiendo que el marcador era exactamente el que ambos equipos necesitaban para seguir con vida en la competición eliminando a Argelia, que pese a tener los mismos puntos que Alemania y Austria, terminaría por fuera por culpa de la diferencia de goles.

Hoy, 32 años más tarde, con excepción del defensor alemán Hans-Peter Briegel, quien en el 2007 se disculpó públicamente ante los aficionados argelinos por la “picardía”, no hay ningún jugador que acepte abiertamente la existencia de un “arreglo”. Pese a ello, en los libros de historia del fútbol se habla del partido como “la vergüenza del pacto de no agresión de Gijón”.

Y es que el “pacto” fue tan evidente que en Austria el presentador de la transmisión en vivo, Robert Seeger, invitó a la audiencia a apagar el televisor y dijo “¡Qué pena me da mi país!”. Su colega alemán, Eberhard Stanjek, afirmó al aire “va a dar alegría cuando esto se acabe. Lo que se ha visto es una completa deshonra, al partido no se le puede calificar de otra forma”. En el estadio, entretanto, el público agitaba los pañuelos blancos y abucheaba a los futbolistas que sin inmutarse continuaron esperando a que el tiempo se agotara.

Las consecuencias

Argelia, sin éxito, protestó ante la FIFA por la “injusticia” en el amaño del tránsito del partido. Pero aunque el comportamiento de austriacos y alemanes se quedó sin castigo, pues técnicamente no infringieron ninguna normativa, si generó una gran revolución en las reglas del juego.

La primera medida correctiva, que entró en vigor dos años más tarde en la Eurocopa de 1984, fue la de jugar de forma paralela los últimos partidos de las fases de grupo. La segunda llegaría 10 años más tarde, en 1992, cuando se oficializó después de casi una década de discusión en la comisión de reglamento de la FIFA la prohibición a los arqueros de tomar con las manos las devoluciones de balón de sus compañeros.

Y es que exactamente ese fue uno de los recursos utilizados por Alemania para demorar aún más el partido contra Austria. Al respecto, años después, el arquero alemán Toni Schumacher diría enfadado: “Yo atajé todo lo que me llegó al arco. Fueron solo dos balones, es cierto, pero los atajé. ¿Qué querían que hiciera? ¿Que me fuera adelante y me tirara yo mismo un balón a la cabaña?”.

¿Se repetirá la historia?

Jürgen Klinsmann y Joachim Löw, amigos entrañables de siempre que en el Mundial de Brasil 2014 son rivales.Imagen: picture-alliance/dpa

Hoy es difícil de imaginar que algo así suceda en el fútbol. La sombra de la vergüenza debe ser suficiente para que una historia como la de Gijón no se repita en Brasil. Además, la simple duda reforzada por el hecho de que Jürgen Klinsmann, el entrenador de Estados Unidos, es alemán, ya ha suscitado vehementes reacciones. “Si mi equipo no jugara siempre a ganar, México no estaría en el Mundial”, declaró.

Klinsmann se refería así a la derrota que Estados Unidos le propinó a Panamá en las eliminatorias de la CONCACAF al Mundial. Ese resultado, que para los norteamericanos era irrelevante, le abrió paso a la selección mexicana para llegar a Brasil. Con este argumento Klinsmann desestimó cualquier sospecha de que podría “darle una mano” a su amigo y protegido Joachim Löw, quien en el Mundial del 2006 fuera su asistente y luego lo sucedió en el banco de entrenadores de Alemania.

Pese a la controversia por un posible “nuevo Gijón” en el Mundial de Brasil, el central alemán Mats Hummels, en un apunte humorísitico, se disculpó por adelantado y dijo: “Si en el minuto 91 del partido contra Estados Unidos el marcador está 1-1 no voy a intentar como último hombre de la defensa gambetear a cuatro rivales. Máximo a dos, pero no a cuatro. Espero su comprensión”.

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