La tardía capitulación de Japón
15 de agosto de 2015 La capitulación incondicional de la Alemania Nazi el 8 de mayo de 1945 puso fin a la Segunda Guerra Mundial en Europa; pero la Guerra del Pacífico duró otros tres meses. Japón, encarnado por el emperador Hirohito y el resto de la cúpula gobernante, se empeñó en esperar a que las circunstancias favorecieran una capitulación honorable; una que permitiera darle continuidad a la monarquía y al sistema de gobierno de la isla.
El precio de la tardía rendición de Japón fue la muerte de cientos de miles de personas; costo que, según el historiador estadounidense Herbert P. Bix, biógrafo de Hirohito, no fue considerado por quienes llevaban las riendas del país ni siquiera al percatarse, a principios de 1945, de que la victoria militar nipona era imposible. Algunos miembros de la élite local favorecían la búsqueda de una solución pacífica, pero no se impusieron.
Bombas sobre Japón
Los otros, los militaristas, siguieron fantaseando con escenarios y maniobras desesperadas que la Unión Soviética, el Reino Unido y Estados Unidos –los aliados más fuertes– terminaron haciendo añicos en la Conferencia de Potsdam, celebrada cerca de Berlín entre el 17 de julio y el 2 de agosto de 1945. La Declaración de Potsdam incluyó un ultimátum a Japón y fijó las condiciones bajo las cuales debía rendirse.
“Como Alemania había capitulado sin poner condición alguna, Estados Unidos se propuso conseguir que Japón hiciera lo mismo”, comenta Florian Coulmas del Instituto para Asia Oriental de la Universidad Duisburgo-Essen. Los líderes nipones rechazaron el ultimátum, temiendo que el emperador Hirohito sería destronado. Estados Unidos reaccionó lanzando bombas atómicas sobre Hiroshima, el 6 de agosto, y Nagasaki, tres días después.
La invasión de Manchuria
El 8 de agosto, la Unión Soviética rompió su pacto de neutralidad con Japón e invadió Manchuria, un “Estado marioneta” erigido por los japoneses en el noreste de China. Esa moción había sido acordada por los aliados en la Conferencia de Yalta, en febrero de 1945. Y aún así, el consejo de guerra nipón fue incapaz de ceder frente a la solicitud de capitulación recibida. Fue tras discusiones interminables que Hirohito aceptó rendirse.
Los detalles en torno a la toma de decisión de Hirohito siguen siendo muy opacos, pues los japoneses destruyeron buena parte de los documentos alusivos. El 15 de agosto de 1945, una grabación gramofónica del discurso de capitulación imperial dio la vuelta al mundo. En ella, Hirohito rompió con su retórica belicista y se presentó como un pacifista; un gesto que varios historiadores describen como un gran atrevimiento.
Cálculos, no concesiones
Por su parte, el Gobierno estadounidense le siguió el juego. “La ironía de la historia es que las condiciones de los militaristas nipones no fueron aceptadas, pero sí cumplidas”, señala Coulmas. Aunque Japón se rindió incondicionalmente, a los japoneses se les permitió conservar a su emperador. Coulmas advierte que eso no debe ser percibido como una concesión de Estados Unidos, sino como un cálculo muy acertado de Washington.
Estados Unidos estaba convencido de que alcanzaría ciertas metas más fácilmente con la ayuda del emperador japonés. Y así fue: Washington veía venir una confrontación con la Unión Soviética a mediano plazo y se aseguró de tener a Japón de su lado. Hoy día, Japón es el uno de los aliados más estrechos de Estados Unidos.