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Vida en las Galápagos

Monika Sax (lab)10 de febrero de 2009

Bolívar Montalvo Opinel, habitante de las Galápagos, recuerda su llegada por primera vez a las Islas hace 50 años. La vida nunca fue fácil, pero el amor que siente por su patria ya es irreversible.

Bolívar Montalvo Opinel haciendo una visita guiada por la Isla de Santa Cruz.Imagen: DW

2009 es un año especialmente significativo para la historia de la evolución. Hace 200 años que nació Charles Darwin, hace 150 que publicó su rompedor trabajo sobre el origen de las especies, y hace 50 años que las Islas Galápagos, el lugar en el que la evolución es evidente aún hoy, se convirtió en parque nacional.

También hace 50 años que Bolívar Montalvo Opinel se trasladó al paradisíaco archipiélago situado a 1.000 kilómetros al oeste de Ecuador. Desde entonces, vive entre océano y volcanes, entre naturaleza salvaje y oleadas de turistas.

Mapa de las Islas Galápagos.Imagen: AP

Un viaje de altibajos

En medio del océano pacífico, 19 cimas volcánicas sobresalen de la brillante superficie del profundo mar azul: las Islas Galápagos, o ‘Las islas encantadas’, tal y como las llamó su primer descubridor. Hace 50 años, hechizaron también a Bolívar por primera vez: “El viaje fue cielo y mar. Vimos ballenas a lo lejos, y también delfines. Pero lo más maravilloso fue el recibimiento de los leones marinos y pelícanos en el Puerto Ayora, uno de los momentos más memorables en la isla”.

Con 70 años a día de hoy, Bolívar se deleita en recordar su llegada a la isla de Santa Cruz. Su bronceado rostro muestra claras huellas del sol y del viento. En aquél momento se sintió como Cristóbal Colón, descubriendo un nuevo mundo.

Su ruta a las Galápagos comenzó en el páramo montañoso de los Andes. Allí vivió y creció, en Otavalo, un pequeño poblado amerindio rodeado por precipicios de 500 metros de altura. Cuando tenía 18 años, él y su familia perdieron su hogar.

“Fue una odisea. El primer día fuimos de Quito a Riobamba en tren. Al día siguiente, de Riobamba a Duran, y después cogimos el ferry hasta Guayaquil. Pero allí nos esperaba una desafortunada sorpresa: el entonces alcalde nos dijo que no se nos permitía ir a las Galápagos, porque el proyecto más importante era la construcción del Parque Nacional por primera vez.”

Leones marinos en el Puerto Ayora.Imagen: DW

Una mala primera impresión

Los investigadores habían dado la alarma: grandes cantidades de tortugas gigantes estaban muriendo para servir de alimento a los turistas. Gaviotas, pelícanos y alcatraces de patas azules eran golpeados con piedras por diversión.

Con el fin de salvar lo que aún quedaba por ser salvado, el gobierno ecuatoriano había declarado las Islas Galápagos como Parque Nacional. Pero nada se sabía del destino de las 25 familias retenidas en el puerto de Guayaquil a quienes el gobierno había prometido tierras y bienes. Todo ello se había venido abajo.

“Nos llevaron al muelle de la ciudad. Allí construimos una tienda de campaña, porque no sabíamos a dónde debíamos ir. Un grupo de adultos hacía guardias nocturnas para evitar robos, y así, tuvimos que dormir a la intemperie durante 43 días”.

Tras todo ello, al final pudieron partir. No obstante, el entusiasmo por el recibimiento de los fieros leones marinos duró poco. Ante ellos se extendía un país prácticamente desierto, invadido por la maleza y la roca volcánica. “Avistamos tan sólo doce chozas de madera. Ni siquiera sabíamos dónde habíamos arribado, o a dónde debíamos ir. Fue muy frustrante.”

Las pocas familias que ya se encontraban allí les ayudaron durante los primeros días. Les dieron algo de comer y agua. Finalmente, Bolívar y su familia se hicieron camino hacia el interior de la isla, a fin de encontrar la prometida parcela de tierra.

“Al día siguiente llegamos a una tierra montañosa, en el camino antiguo, lleno de barro y cieno, con nuestros zapatos buenos hechos trizas. Tres días después no había ya más calzado, y tuvimos que caminar descalzos, aprovechando cualquier cosa para protegernos los pies. Y también fue horrible el acoso de las hormigas rojas. Hasta que al fin llegamos al lugar de las últimas cabañas, donde había hombres con un trozo de tierra cada uno para sus propias viviendas. Fue el inicio de la colonización de esta tierra.”

Tortugas gigantes de las Galápagos.Imagen: DW

La rutina en el trópico

La vida diaria era dura. La temperatura era cálida y húmeda, y la vegetación era muy densa. Cuando tenían suerte, un barco venía cada seis meses con provisiones: arroz, azúcar y café. Pero la gente vivía básicamente de lo que cultivaban.

Cuando alguien se ponía enfermo, la condiciones eran complicadas. Bolívar recuerda una situación crítica: “Tenía un problema con el hígado, y el médico me había dicho que no me quedaba más de un año de vida. Pero gracias a una medicina natural de los Montuvios (una comunidad mestiza en la costa tropical del Ecuador), que siempre habían vivido ahí, puedo contarlo hoy.”

A pesar de la dura vida, tanto él como sus amigos eran jóvenes bastante normales. “Solíamos salir por la calle; no la calle actual, sino aquella calle antigua que tiene muchas curvas. Entre bromas y tonterías, uno de ellos preguntó una vez sobre qué chica nos gustaba. Mi amigo contestó que le gustaba una chica de la familia Pajosteros, y yo dije lo mismo… ¡Qué casualidad! Justo en ese momento, apareció por una esquina la madre y las dos hermanas de la chica sobre la que estábamos hablando. No pudimos seguir la conversación y nos pusimos rojos como tomates”.

Ninguno de los dos Casanovas tuvo suerte en su empresa. En la isla habían demasiados hombres y muy pocas mujeres. Pero Bolívar encontró suerte en la desgracia: a causa de una grave herida en el brazo, tuvo que volver a su ciudad natal, Otavalo, para ingresar en el hospital.

Allí conoció a Doña Gloria, su mujer, con quien tiene dos hijos. Aunque hoy están divorciados, todavía se dibuja una sonrisa en el rostro de Bolívar al recordarlo. “Hoy vivo solo, y bien tranquilo”.

Iguanas de las Galápagos.Imagen: picture-alliance / maxppp

Una tierra salvaje domesticada

Una palmera da sombra al patio interior de la pequeña morada de Bolívar, donde las aves darwinianas cantan y su nieto juega en el jardín. Pero el silencio y la tranquilidad se terminan un par de pasos más adelante. En la calle principal se alzan cibercafés, restaurantes y tiendas como setas en el monte. En 1980, 3.000 personas visitaron la isla. Hoy, el número llega a las 120.000.

Debido a estas cifras de turismo, cada vez más ecuatorianos desean vivir en este lugar. “En mi opinión, el control de inmigración no funciona bien, y es algo que debe ser limitado”, opina Bolívar. “Si se fijan ahora mismo en la población, verán que hay muchas mujeres embarazadas. Galápagos se verá en dificultades, la gente no dejará de venir, habrán más robos, subirá el índice de criminalidad, habrá más conflictos, si no se educa a la gente.”

La educación es el punto clave. Bolívar está seguro de ello. Tanto los colonos como los turistas deben aprender a respetar el fino equilibrio de la isla, evitando por ejemplo animales o plantas importados.

En la vecina isla Isabella, más de 100.000 cabras debieron ser sacrificadas para que las tortugas pudieran sobrevivir. Las cabras se comían el alimento de las tortugas gigantes. Pero la indiferencia ante equilibrio natural no es el único problema de las Islas Galápagos.

Polémica en las altas esferas

“Otro problema es el sistema político” afirma Bolívar con vehemencia. “Hasta hace poco, la directora del Parque Nacional era la señora Raquel Molina. Ella prohibió que un barco turístico, propiedad de una de las personas más ricas de Ecuador, navegara dentro del parque. Pero el gobierno, en el nombre el Ministerio de Medio Ambiente, pasó por alto la orden de la directora, y así, el barco hizo su recorrido.”

Y esto no es todo. Al intentar controlar el barco, tanto la directora como sus empleados recibieron brutales palizas. Afortunadamente, una delegación de alto rango de la UNESCO se encontraba en ese mismo momento en la Isla. Pudieron ver con sus propios ojos el crecimiento de la comunidad y los efectos negativos del turismo y de la introducción de nuevas especies animales y vegetales, y fueron testigos de la violenta coacción sufrida por los trabajadores del Parque Nacional.

Bolívar Montalvo Opinel.Imagen: DW

En consecuencia, en junio de 2007 declararon las Islas Galápagos como Patrimonio de la Humanidad en peligro. Bolívar se alegró de que al fin se hiciera algo para proteger a su isla.

“Cuando observas los colores del mar alrededor de la isla, el turquesa, el verde esmeralda, el azul intenso… Simplemente, te hechiza. He visto el baile de los flamencos y los cormoranes. Aunque para mí, lo más hermoso son los leones marinos.”

En la obra de Hemingway Por quién doblan las campanas, Bolívar encontró las palabras perfectas para describir su isla: “El mundo es un lugar maravilloso por el que merece la pena luchar.”

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