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Los contrarrevolucionarios de Riad y Teherán

Rainer Sollich
2 de enero de 2020

Arabia Saudita e Irán compiten por influencia. Pero, como queda en evidencia ahora en Irak, ambos comparten un interés por evitar una nueva “Primavera árabe”, a juicio de Rainer Sollich.

Irak Bagdad Frau bei Protesten
Imagen: Reuters/A. Jadallah

Quien intente vislumbrar si la segunda oleada de los movimientos de protesta árabes, iniciada en 2019, podría tener éxito, debería recordar por qué fracasó la primera, a partir de 2011, en países como Egipto o Siria. Se fracturó, según el caso, ante el caos, la violencia o la guerra. Pero en todas partes se estrelló también contra la voluntad de supervivencia política de las élites gobernantes y sus potencias "protectoras” regionales.

Por ejemplo, en Baréin, donde una monarquía sunita gobierna a una población de mayoría chiíta, el levantamiento fue aplastado con la ayuda de tropas armadas procedentes de Arabia Saudita. Las Casas Reales de Manama y Riad, estrechamente hermanadas, evitaron así dos escenarios desde su punto de vista inquietantes: el desarrollo de una verdadera democracia en Baréin y el surgimiento de un Estado de cuño chiíta, que se zafara de la influencia de la sunita Arabia Saudita y osara un acercamiento a Teherán.

"Protector de los chiítas”

Irán ha asumido la pose de "potencia protectora de los chiítas”, y con este pretexto amplía su influencia en el mundo árabe, sobre todo en detrimento de los sauditas, que en general suelen marcar la tónica en la región. Los dos escenarios antes mencionados no solo habrían amenazado los intereses de los gobernantes de Baréin, sino también los de los sauditas.

Rainer Sollich, de DW.

Otro ejemplo notable es el de Egipto. Allí, el levantamiento de 2012 condujo primero a elecciones libres, de las que emanó un gobierno controlado en la práctica por los Hermanos Musulmanes. Estos, aliados de Catar y Turquía, son vistos por Arabia Saudita y por los Emiratos Árabes Unidos como peligrosos rivales en la lucha de poder en la región.

También en este caso, saudíes y emiratíes advirtieron en su momento un doble peligro: tanto una próspera sociedad civil democrática egipcia, como un Egipto exitoso infiltrado por los Hermanos Musulmanes y bajo influencia turca y catarí, habrían supuesto un duro golpe para su propio poder. En consecuencia, cooperaron estrechamente con los militares egipcios, contrarios a los Hermanos Musulmanes: surgió así un movimiento de protesta, que aparentemente se alzó con valor contra el gobierno de Mohamed Mursi, pero que en realidad preparó la vía para que los militares tomaran de nuevo el poder. El financiamiento llegó discretamente desde Abu Dabi. La represión, que persiste hasta ahora en Egipto, no solo llevó a la cárcel o silenció a muchos miembros de los Hermanos Musulmanes, sino también a muchos activistas democráticos.

Adalides de la contrarrevolución

Es casi como una regla: allí donde se alza la ira popular contra gobernantes corruptos y autoritarios, entran en su defensa sus aliados regionales, como Arabia Saudita o los Emiratos Árabes Unidos. Ellos son, por así decirlo, los adalides de la contrarrevolución.

Y esto se aplicada cada vez más de igual modo a Irán, la potencia rival, que también teme perder influencia a nivel regional. Por eso, Teherán envió tempranamente fuerzas de Hezbolá a Siria, para proteger al régimen de Bashar al Asad. Y por eso Teherán se posiciona claramente contra los nuevos levantamientos populares en el Líbano e Irak. Ambos apuntan contra el sistema de clientelismo religioso y, en caso de tener éxito, mermarían la influencia iraní en esos países.

En el Líbano, Irán ha intentado que la comunidad chiíta se mantenga lo más alejada posible de las protestas. Y en Irak, fuerza proiraníes luchan -incluso con francotiradores- para evitar que precisamente la mayoría chiíta se alce contra una excesiva influencia de la "potencia protectora de los chiítas”. La influencia de Teherán en Irak se ve seriamente amenazada por ello, y el régimen se defiende por todos los medios. 

Es posible que Irán haya modificado exitosamente la agenda con el ataque de milicias proiraníes contra la embajada de Estados Unidos en Bagdad, volviendo a canalizar las iras populares hacia las fuerzas de "ocupación” estadounidenses, que habían mostrado al menos simpatía por las protestas anti-iraníes. El ataque no solo apuntó contra los intereses de EE.UU. en Bagdad, sino que también tuvo por objeto desacreditar al movimiento democrático y anti-iraní en Irak.

Ante este trasfondo, solo cabe admirar el valor de los nuevos movimientos de protesta en países como Irak, Líbano, Argelia y Sudán. La gente se manifiesta en su mayoría pacíficamente, por valores como la libertad, la justicia y la dignidad humana.

Pero no se debe subestimar la voluntad ni la brutalidad de los regímenes afectados y las potencias regionales que defienden su propio poder. Así las cosas, no se puede descartar que se derrame sangre en esta "Primavera árabe 2.0”.

(er/cp)

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