Marina Abramovic, Premio Princesa de Asturias de las Artes
12 de mayo de 2021
La serbia Marina Abramovic, ícono de la "perfomance", con una carrera de más de cinco décadas, ha sido galardonada con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2021, en España.
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La artista serbia Marina Abramovic, conocida como la reina de la "performance" y con una carrera de más de cinco décadas, ha sido distinguida este miércoles (12.05.2021) con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2021, al que optaban cincuenta y nueve candidaturas de veinticuatro nacionalidades.
La multipremiada artista, nacida en 1946 en Belgrado, en lo que entonces era Yugoslavia, ha dedicado su vida a un trabajo que explora "los límites del cuerpo y la mente a través de performances arriesgadas y complejas en una constante búsqueda de libertad individual", según la nota de prensa de la Fundación Princesa de Asturias.
Entre sus principales obras se encuentra la serie "Ritmos", "Lips of Thomas", "Barroco balcánico" o , donde Abramovic estuvo sentada inmóvil en una silla un total de 700 horas durante tres meses y miraba a los ojos a los visitantes.
El de las Artes, que el pasado año recayó de forma conjunta en el italiano Ennio Morricone -fallecido poco después a los 91 años- y el estadounidense John Williams por sus emblemáticas composiciones que han servido como bandas sonoras a cientos de películas, es el primero de los ocho galardones convocados anualmente por la Fundación que lleva el nombre del título de la heredera de la Corona española en fallarse, y que este año alcanzan su cuadragésima primera edición.
rml (efe, afp)
Marina Abramovic en el Bundeskunsthalle de Bonn
El Bundeskunsthalle extiende la alfombra roja para recibir a Marina Abramović. Del 20 de abril al 12 de agosto de 2018, la estrella de la performance presenta su show “The cleaner” en el principal templo del arte de Bonn
Imagen: Marco Anelli /Marina Abramovic Archives
2018: "Marina Abramović - The Cleaner"
Algunos la recuerdan por haberse tendido desnuda sobre un bloque de hielo. Otros, por rasguñarse la piel y gritar hasta quedarse sin voz. Muy pocos artistas han expuesto sus cuerpos a experiencias tan radicales como la serbia Marina Abramovic. Su retrospectiva “The Cleaner”, en el Bundeskunsthalle, de Bonn (20.04.-12.08.2018), pasa revista a la vida y obra de esta estrella de la performance.
Imagen: picture-alliance/dpa
1973: Dolor
“Yo sentí que mi cuerpo no tenía límites, que el dolor no importaba, que nada importaba. Y esa sensación era embriagadora. En ese momento me percaté de que había encontrado mi medio de expresión”, escribió Marina Abramović en su autobiografía. Esta imagen documenta una de sus primeros performances: armada con diez cuchillos y dos grabadoras, Abramović mostró tempranamente de lo que era capaz...
Abramović creció en Belgrado, en el seno de una familia de partisanos. Por un lado, tuvo el privilegio de una temprana formación artística, Por otro, conoció desde pequeña la soledad y la violencia familiar. La represión que se vivió en Yugoslavia bajo el régimen de Tito es un tema recurrente en su obra. Amante del riesgo, Abramović fue salvada de las llamas por espectadores de su performance.
Las heridas autoinfligidas o causadas por terceros, la desnudez y la pérdida de la consciencia eran la regla, no la excepción, en su obra temprana. Con sus performances radicales, la joven nacida en 1946 se rebelaba contra la estética meramente decorativa de su entorno: “Yo llegué al punto de creer que el arte debía ser apabullante, articular preguntas y orientar hacia el futuro”, dijo una vez.
Tras conocer al alemán Ulay (Frank Uwe Laysiepen), la vida y el trabajo de Abramović tomó otro rumbo: se volvieron inseparables como amantes y artistas. Su primer performance juntos –la colisión de sus cuerpos desnudos, una y otra vez, durante 58 minutos– tuvo lugar en la Bienal de Venecia.
Imagen: Ulay/Marina Abramović/Moderna Museet
1978: Fusión creativa
Abramović y Ulay vivieron y trabajaron juntos durante doce años; cuatro de ellos lo pasaron en un pequeño coche de Citröen, sin mayores ataduras, viajando de un lugar a otro, adonde quiera que los invitaran a presentar sus performances.
La separación de la pareja inspiró un último performance juntos en 1988. El acto de caminar el uno hacia el otro, a lo largo de la Gran Muralla china, fue concebido originalmente como una declaración de amor; el objetivo era casarse cuando se encontraran cara a cara. Pero el amor compartido fue perdiendo fuerza; Abramović y Ulay terminaron separándose tras una caminata de tres meses.
Su separación de Ulay no interrumpió la labor creativa de Marina Abramović. Al contrario: en 1997 fue invitada a presentarse en la sección internacional del pabellón italiano de la Bienal de Venecia. Su performance consistió en limpiar huesos de reses durante siete horas consecutivas a lo largo de cuatro días. Su alusión a las guerras de los Balcanes fue premiada con un León de Oro.
Su interacción con la montaña de huesos en Venecia trajo a la memoria un performance previo titulado “Limpiando el espejo” y conservado en video. En la década de los noventa, Marina Abramović dedicó mucho tiempo a la docencia; sus estudiantes salieron de sus cursos armados con lo que se conoce como el “método Abramović”.
Tras mudarse a Nueva York en 2000, Abramović trabajó intensamente. Poco a poco, el público estadounidense comenzó a digerir su propuesta artística. En “House with an ocean view” (“Casa con vista al océano”), Abramović pasó doce días ininterrumpidos habitando tres pequeñas habitaciones a la vista de quien quisiera contemplarla con el fin de alterar el campo energético entre ella y los espectadores.
En la retrospectiva “La artista está presente”, organizada por el Museo de Arte Moderno de Nueva York, Abramović repitió por primera vez los performances más conocidos de su carrera. Ella misma estuvo en el museo durante tres meses; los visitantes podían encontrarse con ella sin mayor intermediación. La cobertura mediática del evento permitió que nuevas audiencias conocieran su trabajo.