Migración a EE. UU.: "La caravana era mi única oportunidad"
13 de noviembre de 2018
Maribel Ponce Hernández se unió a la caravana de migrantes caminando por Centroamérica para huir de Honduras. Es inquebrantable en su objetivo: llegar a EE. UU. Independientemente de lo que diga y haga Donald Trump.
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Maribel Ponce Hernández, de 46 años de edad, viaja con sus cuatro hijos, de entre 11 y 25 años, hacia Estados Unidos. Es uno de los casi 5.000 migrantes centroamericanos que actualmente atraviesan México con la esperanza de encontrar un futuro mejor. El presidente Trump ha prometido posicionar hasta 15.000 soldados en la frontera con México para evitar la entrada de la caravana de migrantes. El viernes pasado (9.11.2018) anunció que suspendió el derecho de asilo de los migrantes que intenten acceder a EE.UU. ilegalmente.
A pesar de las amenazas provenientes de Washington, Hernández, quien partió de Honduras a mediados de octubre, no se deja intimidar. "Me fui de mi país porque soy valiente, no porque soy cobarde”, dice. "Soy una madre desesperada, en busca de protección para mis hijos", añade. Su pesadilla comenzó cuando su marido falleció hace tres años de SIDA, tras haberla contagiado. En Honduras es difícil encontrar medicamentos antirretrovirales. Desde 2010, en el país ha aumentado en un 11 por ciento las muertes relacionadas con dicha enfermedad.
La caravana, ¿la única solución?
Hernández vendía verduras en Olanchito, un pequeño pueblo en el noroeste de Honduras, hasta que las protestas por las elecciones presidenciales y la oleada de violencia también llegaron a ese pequeño rincón. El país tiene uno de los mayores índices de homicidios del mundo desde 2010, según el gobierno de Estados Unidos.
Carolina Jiménez, directora de investigación para las Américas de Amnistía Internacional, señala que los efectos del conflicto en Centroamérica van más allá del asesinato. "La violencia no solo se mide teniendo en cuenta el índice de homicidios", opina. "La presencia de pandillas y su control sobre el territorio, la impunidad que existe en estos países frente a esta violencia y las situaciones en las que el Estado participa activamente en la violencia, son el cóctel perfecto para que las personas se sientan obligadas a abandonar sus comunidades", añade.
Al temer por su seguridad y la de sus hijos, Hernández decidió salir de Honduras, aunque sabía que significaría un viaje largo y difícil, ya que tendría que dejar allí a uno de sus hijos con una afección cardíaca. "Fue el hambre lo que me hizo irme", dice. "Buscar una vida mejor en otro país. La caravana fue mi única oportunidad", explica.
Hernández y sus hijos viajaron a través de Honduras y Guatemala, subieron montañas, cruzaron ríos, huyeron de la policía, y llegaron finalmente a México.
Vulnerables ante el abuso
Hernández tuvo problemas con la diabetes que padece y tuvo que ser hospitalizada. Sus hijos fueron trasladados a un centro de detenidos en Tapachulas, Chiapas, donde, según ella, las condiciones eran nefastas. Anna Saiz, directora del grupo de abogados para migrantes Sin Fronteras, critica que alrededor del 30 por ciento de los detenidos allí son menores. "El Estado actuó usando políticas y prácticas de intimidación y confrontación contra la gente que venía en este éxodo”, explica. La actitud del gobierno mexicano ha sido duramente criticada por grupos locales de defensa de derechos humanos.
Hernández y su familia pudieron quedarse en México con un permiso de 45 días. Ella trabajó lavando ropa para otros migrantes y sus hijas para una fábrica de tortillas, donde no les pagaron. "Como migrantes, ¿dónde te puedes quejar? Solo se aprovechan de ti”, dice quejándose.
Preparada para trabajar
Con la ayuda de un cura, la familia consiguió unirse de nuevo a la caravana. Llegó a la capital mexicana la semana pasada, donde la acogida fue muy positiva: hubo ayuda legal y sanitaria, y los capitalinos ofrecieron ropa y comida a los migrantes. Unos días más tarde, toda la familia continuó el viaje para llegar a Estados Unidos: 2.800 kilómetros hasta la ciudad fronteriza de Tijuana y, desde allí, a EE. UU.
El viaje es peligroso, sobre todo por los cárteles de drogas. Las autoridades mexicanas han informado que alrededor de 100 inmigrantes, niños incluidos, han sido secuestrados de la caravana. Así y todo, Hernández está decidida a acabar esta odisea: "Quiero saber cómo va a terminar todo esto. Y espero algún día poder decir: gracias, Guatemala, gracias, México”.
(rmr/er)
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¿Por qué huir de Honduras?
Ante la ola de personas que emigran en busca de un futuro mejor, cabe preguntarse el porqué de esa difícil decisión. A continuación, algunas imágenes que narran el contexto en el que viven miles de hondureños.
Imagen: DW/Aitor Saez
Periferia de Tegucigalpa
Según datos oficiales, el año pasado se registraron 588 asesinatos en la capital hondureña. Es decir, que la tasa de homicidios cayó a 85,09 asesinatos por cada 100.000 habitantes. En un año Tegucigalpa pasó del cuarto puesto al 36 de las ciudades más peligrosas del mundo.
Imagen: DW/Aitor Saez
Patrullaje
Una camioneta de la policía patrulla las calles de la colonia 28 de marzo, "La 28", es uno de los diez barrios más peligrosos de Tegucigalpa. El crimen se ha reducido en esta zona gracias a la iniciativa de "Policía Comunitaria", que consiste en realizar actividades recreativas con los vecinos en lugar de hacer uso de la fuerza.
Imagen: DW/Aitor Saez
"Casas locas"
Varios agentes acceden a una "casa loca", nombre con que se conoce a las viviendas que las Maras utilizan para torturar y ejecutar a sus víctimas.
Imagen: DW/Aitor Saez
Lucha contra la corrupción policial
Otra de las claves de la disminución de la violencia fue la depuración de la Policía. Se separó del cuerpo policial a 4.500 agentes sospechosos de estar involucrados con el crimen organizado.
Imagen: DW/Aitor Saez
Persecución a la extorsión
Las maras han transformado sus actividades criminales: del asalto y el secuestro al narcomenudeo y la extorsión. La Policía ha centrado esfuerzos en perseguir este último delito, que considera origen de otras formas de violencia. Algunas ONG, sin embargo, denuncian detenciones arbitrarias.
Imagen: DW/Aitor Saez
"Mara o muerte"
José, exmiembro de la Mara 18, borró de su cuerpo el tatuaje de la pandilla, pero no las secuelas por haber asesinado a ocho personas. Tras el asesinato de su hermano, se metió a la pandilla como única solución para proteger a su familia. Ahora quieren matarlo los familiares de sus víctimas, bandas rivales y su expandilla, castigo que aplican a aquellos que abandonan a “la familia”.
Imagen: DW/Aitor Saez
Refugio de expandilleros
Unos 80 expandilleros se esconden en el Proyecto Victoria, una de las pocas iniciativas de reinserción de ex mareros. Esta iniciativa se ubica en medio de la montaña con el objetivo de evitar que sean localizados por sus "exhermanos".
Imagen: DW/Aitor Saez
Mareros desde niños
Jesús entró a la Mara 18 cuando tenía tan sólo diez años. Todo empezó como un juego con tareas de vigilancia menores hasta que empuñó un arma. “No tengo miedo a la muerte... Si pensara que voy a morir, nunca estaría tranquilo”, asegura sobre la amenaza de salir de la pandilla.
Imagen: DW/Aitor Saez
Víctimas escondidas
A su hijo de 12 años lo violaron y golpearon durante dos años. Era la cruel forma en que la Mara de su barrio reclutaba a las personas. Cuando su madre denunció lo acontecido, la Mara los amenazó de muerte, motivo que los obligó a abandonar su hogar. Ahora la familia vive escondida en un hostal y sin poder abandonar la habitación desde hace seis meses.
Imagen: DW/Aitor Saez
Cuatro disparos
La agente Medrano se incorporó a la Policía con 20 años. En ocho años ha recibido cuatro disparos de bala. En una ocasión, tuvo que esconderse en un contenedor para salvar su vida. Aun así, no teme a las pandillas.
Imagen: DW/Aitor Saez
Los barberos de la Mara
Estos dos jóvenes abrieron su propia peluquería y al poco tiempo fueron obligados por la Mara de su barrio a ser sus barberos. Uno de ellos vivió una balacera con la policía mientras que le cortaba el cabello a un pandillero. Ahora su abuela los acompaña a todas partes como protección. “Si estoy yo, una anciana, no los van a matar”, dice.
Imagen: DW/Aitor Saez
Huir o morir
Los jóvenes rezan antes de emprender su viaje a Estados Unidos. Tuvieron que cerrar su peluquería por temor a los pandilleros. Debido a las amenazas, no pueden salir de su casa ni trabajar en otro lugar. “Quiero trabajar tranquilo, tener libertad y desde allí ayudar a mi familia”, aseguró uno de ellos sobre el motivo de su emigración.
Imagen: DW/Aitor Saez
Las mujeres, con mayor riesgo
Esta mujer llora al recordar las siete ocasiones en que ha tratado de llegar a EE. UU. En una de ellas la deportaron en la misma frontera estadounidense. Trata de huir de los maltratos de su exmarido y de la pandilla a la que este pertenece. En su último viaje se llevó a sus tres hijos pequeños, pero fueron detenidos por las autoridades mexicanas por una alerta migratoria de su propio exmarido.