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“No hay dictadura buena, ni de derecha ni de izquierda”

Diego Zúñiga10 de septiembre de 2013

Roberto Ampuero, escritor y exembajador, habla de su experiencia como exmilitante comunista que llegó exiliado a Alemania tras el golpe de Augusto Pinochet.

Roberto Ampuerto.Imagen: Ministerio de Cultura de Chile

La historia del escritor Roberto Ampuero tiene tantas vueltas como las de su personaje más conocido, el detective Cayetano Brulé, quien protagoniza varias de sus obras. El actual ministro de Cultura del presidente centroderechista Sebastián Piñera fue militante de las Juventudes Comunistas, abandonó Chile tras el golpe de Estado, vivió en Alemania Democrática, estudió en La Habana y terminó cruzando el Muro de Berlín para vivir en Alemania Federal, convencido de que tras las alambradas y las torres de vigilancia se escondía una realidad socialista que, pasado el tiempo, él no quería para Chile.

“Berlín fue decisivo para mí. Salí de Chile el 30 de diciembre de 1973, tres meses después del golpe, con rumbo a Leipzig, donde tenía ubicación como asilado. Llegué a Berlín Occidental y, como no entendía mucho, le pedí al taxista que me llevara a Berlín Oriental. Él me dijo que no se podía, así que crucé en el famoso tren que unía ambos lados. Y cuando atravesé y vi el Muro, los vigías, las alambradas, los perros y todo eso, empezaron a temblar mis convicciones”, explica Ampuero en conversación con DW.

¿Por qué?

Yo era comunista, un joven comunista, y quería vivir mi utopía social. Pero llego allá y resulta que para que esa utopía funcionara, tenía que existir un muro y torres con soldados armados que no dejaban que la población circulara libremente. Yo había sufrido el golpe, había sufrido el fin de la institucionalidad democrática chilena, el bombardeo a La Moneda (palacio de Gobierno), pero conocer la realidad me produjo un rompimiento.

¿Cuándo ese rompimiento fue total?

Bueno, yo rápidamente fui conociendo a los muchachos y muchachas de la Freie Deutsche Jugend (Juventud Libre Alemana, movimiento juvenil de la RDA), con sus camisas azules y lemas de “viva el socialismo” y todo eso. Pero cuando nos tomábamos una cervecita o salíamos a pasear con las niñas, rápidamente contaban que lo único que querían era irse a Occidente. Eso fue en enero de 1974. Este cambio se consolida en La Habana, en 1976. Allí decido renunciar a las Juventudes Comunistas porque no me parecía que lo que había visto fuera bueno para Chile. Ni la dictadura militar con su pinochetismo ni los regímenes comunistas dictatoriales me parecían una buen a alternativa para mi país.

Usted ha vivido en Suecia, Cuba, Alemania, Estados Unidos y México. ¿Cómo ve a Chile a 40 años del golpe, con esa mirada medio chilena y medio extranjera?

Este año, para conmemorar los 40 años del golpe, hubo dos actos. Uno, muy emotivo, fue encabezado por el presidente Sebastián Piñera. A él se invitó a la oposición, para hacer una ceremonia de unidad nacional, de aprender y sacar lecciones del pasado, pero la oposición no aceptó y se reunió en otro sitio en Santiago. Y eso demuestra lo que hay en el ambiente. Yo pienso que no hay que confundirse. La relevancia que adquirió este tema en estos momentos, es porque estamos ad portas de las elecciones presidencial y parlamentaria. Y el golpe y el Gobierno de Salvador Allende tienen una connotación muy política y adquieren una dimensión muy intensa.

¿Y cómo analiza usted el escenario actual?

Yo subrayo que es necesario recordar, que nada nunca puede justificar la violación de los derechos humanos, que no hay dictadura buena, ni de derecha ni de izquierda, que nada justifica la desaparición, las torturas ni las detenciones arbitrarias por razones políticas. Pero Chile ha cambiado profundamente. Más de la mitad de los chilenos no había nacido antes del 11 de septiembre de 1973. Como decía el presidente Piñera, es importante no olvidar, pero también no transmitir las frustraciones y los odios que florecieron en ese momento en Chile. Es una combinación sabia de no olvidar y de buscar caminos conjuntos que proyecten un futuro.

¿Participó usted en el acto de La Moneda, con el presidente?

Naturalmente. Y fue muy emotivo y especial para mí, porque la imagen que siempre he guardado de La Moneda, que no puedo olvidar, es aquella del 11 de septiembre de 1973, cuando veía desde un techo de una casa en Las Condes cómo estaba siendo bombardeada. Estar ahí y oír ese mensaje amplio y democrático, llamando a no olvidar y a soñar con el futuro, fue importante. Ese mensaje es, para mí, lo más importante a estas alturas.

¿Se ha conseguido no olvidar y soñar con un futuro conjunto?

Hay unas encuestas interesantes que acaban de aparecer que dicen que los temas principales para los chilenos son la salud, la educación y la seguridad. Y los derechos humanos aparecen mucho más atrás entre las prioridades. Eso no quiere decir que a los chilenos no les interese el tema, sino que consideran que no es algo que esté amenazado en el país. En eso estamos todos claros, desde la izquierda a la derecha.

Escritor que no puede escribir

Ministro, usted es escritor. ¿Tiene tiempo para escribir ahora?

Yo siempre, antes de ser embajador en México y ahora ministro, escribía todos los días desde las 5.45 hasta las 8.30 de la mañana. Obviamente ahora, como ministro, la jornada es de 14 a 16 horas diarias, con muchas cosas que atender y muchos frentes que revisar, así que no me queda tiempo para escribir. Pero cuando termine mi misión volveré a escribir con muchos bríos e ideas nuevas.

Una vez dijo que esperaba volver a Berlín para escribir la segunda parte de su libro “Nuestros años verde olivo”.

Sí. Absolutamente. Para mí Berlín es una ciudad esencial en términos de la escritura, de visión de mundo, de desarrollo político. Yo me definí políticamente allí, y volver a la capital de Alemania, con su multiculturalidad, su diversidad e historia, me hará bien, es estimulante para cualquier artista estar en Berlín.

¿Pensó alguna vez en ser político?

No, nunca. Cuando me dicen que estoy metido en la política, yo respondo que estoy en la cultura. Pero es cierto, ser ministro es un cargo político. No lo pensé ni lo busqué, pero yo estaba de embajador de Chile en México y en junio de este año el presidente me ofreció la posibilidad de asumir en la cartera de Cultura, le dije que era un gran desafío y un gran honor y lo aceptaba con mucha responsabilidad.

¿Aceptó de inmediato o preguntó en casa? Uno no se manda solo…

Así es. Lo único que le pedí al presidente fue que me diera unos minutos para conocer la opinión de mi señora y mis hijos. Los niños dijeron que era fantástico volver a Chile, mi señora dijo lo mismo, así que llamé al presidente y le dije “ahora sí, la familia está de acuerdo, como siempre puede seguir contando conmigo”.

Autor: Diego Zúñiga
Editora: Claudia Herrera Pahl

Uno de los libros de Ampuero.
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