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Muere el hombre más dulce de Alemania

Luna Bolívar Manaut17 de enero de 2007

Su nombre original era Rudolf August Oetker, pero todos lo conocían como Dr. Oetker. Sus polvos empaquetados de los que se extraían deliciosos pasteles endulzaron la infancia a más de una generación de alemanes.

Rudolf August Oetker muere a las 90 años.Imagen: AP

El verdadero padre del invento, y auténtico doctor, fue el abuelo de Rudolf August Oetker, quien en 1891 en su farmacia de Bielefed, en el nordoeste alemán, dio con la fórmula de la que nacieron los primeros polvos para hornear. Con el nieto Oetker estos polvos convertirán al negocio familiar en un consorcio internacional con ramificaciones en todo tipo de sectores, que van desde el inmobiliario hasta el Vodka Gorbatschow. Porque, como solía decir Rudolf August Oetker, “no conviene poner todos los huevos en la misma cesta”.

No sabemos si fueron los pasteles en polvo o las pizzas congeladas los que concedieron tan longeva vida a Oetker, que murió en enero de 2007 en Hamburgo, habiendo alcanzado los 90 años. Pero, sin lugar a dudas, fueron estos productos los que hicieron de él uno de los hombres más ricos de Alemania.

Un símbolo con pasado tormentoso

Dr. Oetker, imagen de un "clásico" en el mercado alemán.Imagen: dpa

En 1944, el padrastro de Oetker murió en uno de los bombardeos que asolaron Alemania durante la II Guerra Mundial. Desde ese momento, Oetker se hizo cargo del negocio alimenticio familiar que por aquellos entonces flirteaba con el nazismo, haciéndose llamar “Empresa Ejemplar Nacionalsocialista”. El mismo Oetker que se convertiría en el rey de los pasteles instantáneos y el pudin en bolsa fue miembro del brazo armado de las SS, cuestión sobre la que Oetker nunca quiso hablar en público.

Terminada la guerra, Dr. Oetker pasó a ser una de esas compañías que ejemplificaban por sí solas la fuerza del milagro alemán. Las madres germanas no volvieron a hornear a la vieja usanza. Una combinación de bolsitas con polvos diversos de las que extraía en poco tiempo un apetecible, y milimétricamente perfecto pastel, sustituyó para siempre a las manos arremangadas para amasar harina y a las cocinas embadurnadas del suelo al techo. Había nacido la era de la práctica por encima del romanticismo y Dr. Oetker acompañaba en ella, junto con las lavadoras AEG, al conjunto de las amas de casa de Alemania.

Oetker, padre e hijo, junto a un retrato del abuelo fundador de Dr. Oetker.Imagen: dpa

Dr. Oetker es algo más que una mera empresa: es un símbolo. Símbolo de una Alemania que renace tras la destrucción dramática de la II Guerra Mundial. Símbolo de una infancia dulce para millones de alemanes, que siguen considerando natural que las tartas de cumpleaños y los pudin de postre estén contenidos por partes en cajas de cartón. La muerte de Oetker es más que la muerte de un empresario. Dr. Oetker es una pieza fija en los recuerdos de muchos alemanes.

Ahorrando se construye un consorcio

Nacido el 20 de septiembre de 1916, Oetker entró en el negocio del polvo de hornear con 25 años. Su vida la dedicó a la empresa que había heredado y jamás permitió que el consocio, que ocupa hoy a 23.000 trabajadores y facturó más de 7.000 millones de euros en 2005, dejara de ser propiedad de la familia Oetker. Tras su fallecimiento, será su hijo mayor, August Oetker, quien se hará cargo de la compañía. Una generación más al frente del grupo.

Pasteles y púdines semilistos para comer son la base de un gran consorcio.Imagen: AP

Dr. Oetker sacó al mercado en 1970 la primera pizza congelada. Desde entonces hasta hoy, la empresa no ha cesado en su diversificación, abandonando hace tiempo el campo de los alimentos para adentrarse en el de las bebidas alcohólicas, el transporte por mar, las inmobiliarias e incluso la banca. Así sigue la compañía uno de las principales premisas de Oetker, que hasta su muerte no dejó de supervisar la marcha del negocio.

Vista, perspicacia y sentido común en lo económico dicen que fue la receta, también en polvo y lista para cocinar, del éxito de Oetker. Cierto es que el rey del pudin consideraba que “los negocios hay que hacerlos con el corazón, y luego usar la cabeza”, y era gran amante del ahorro: “El ser ahorrativo lo lleva uno desde la cuna. O se es, o no se es. Si hay una luz encendida que no debería de estarlo, yo la apago. O el jabón: hay que usarlo hasta el final. ¿Cómo? Se pegan los restos del viejo al recién estrenado, y ya está”.

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