Nuestro cuerpo utiliza receptores para medir la temperatura. Si esta cae bruscamente, intenta activar el metabolismo para mantener la temperatura en equilibrio.
Cuando ingerimos alimentos, estos se trituran y se transforman de tal manera que las células puedan absorber los nutrientes. Además, el metabolismo también se encarga de calentar el cuerpo. Cuando hace frío, por ejemplo, este necesita más energía, y los vasos sanguíneos se contraen para que no se derroche demasiado calor.
Del frío en los dedos a la hipotermia
Sin embargo, si a las células les falta sangre, se vuelven quebradizas y nuestro cuerpo comienza a sentir dolor: primero en los dedos de las manos y los pies, en la nariz y en las orejas. Si la temperatura corporal sigue bajando, entonces en los órganos vitales, como el corazón, los pulmones y el cerebro. Estos solo funcionan de forma limitada. Si la temperatura corporal baja dos grados más de lo normal, se produce hipotermia. Para protegerse ante esta situación, nuestro cuerpo trabaja más duro, los músculos se activan, y temblamos en todo el cuerpo.
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Dejar de temblar, mala señal
Cuando el cuerpo alcanza la temperatura de 32 grados centígrados, deja de temblar, lo que no es una buena señal. Esto significa que ya no tiene energía, ni siquiera para temblar. Nuestro cerebro y las terminaciones nerviosas ya no transmiten señales, y nuestros brazos y piernas se entumecen. En esta fase, dejamos de sentir dolor, pero apenas podemos movernos, y ni hablar ni pensar con claridad. Nos sentimos confundidos y desorientados. Llegados a este punto, el cuerpo solo funciona a un ritmo muy bajo, porque activó su sistema de emergencia.
Cuidado con el alcohol
Hay gente que cree que puede ayudar al cuerpo con un poco de alcohol, y eso es falso. Al principio, el alcohol puede dar la impresión de que sentimos un calor acogedor, porque nuestros vasos sanguíneos se dilatan. Pero en verdad, el cuerpo bombea sangre caliente, que se enfría con más rápidez. Sentimos calor en la superficie de la piel, pero el propio cuerpo se congela. Nuestros órganos dejan de estar bien abastecidos de sangre, y la temperatura corporal continúa descendiendo. Las temperaturas bajo cero nos paralizan, y con cada grado a la baja, es más peligroso.
Si la temperatura corporal desciende por debajo de los 29,5 grados centígrados, el cerebro deja de funcionar. Estamos inconscientes, entre la vida y la muerte. Nuestro corazón trabaja menos: en lugar de 60 latidos por minuto, solo late una o dos veces. La sangre ya no puede bombearse por todo el cuerpo con rapidez. Esta situación puede derivar en muerte por hipotermia, casi con seguridad.
(rmr/ers)
Animales y plantas desafían el frío del invierno
Cuando las temperaturas bajan y los días se vuelven más cortos, animales y plantas se preparan para el invierno. Estas son sus estrategias para sobrevivir cuando escasea el alimento y sus hábitats se congelan.
Imagen: H.Schweiger/WILDLIFE/picture alliance
Sobrevivir en bosques helados
Cuando llega el invierno con toda su crudeza, los árboles dejan de crecer para ahorrar energía. La escasez de agua puede convertirse en un problema serio si el suelo se congela, porque entonces no llega líquido a las raíces. Por eso, las coníferas que mantienen sus agujas durante el invierno desarrollan una especie de capa de cera protectora, para limitar la pérdida de agua.
Imagen: Stephan Rech/imageBROKER/picture alliance
Desprovistos de follaje
Los árboles caducifolios, en cambio, se desprenden de su follaje al aproximarse el invierno. De otro modo perderían agua a través de las superficies de las hojas, debido a la evaporación. Los árboles también pueden proteger sus células del congelamiento trasladando agua de sus tejidos a espacios intercelulares. Agunos pueden producir más azúcar en invierno, aumentando su resistencia al frío.
Imagen: Andrew McLachlan/All Canada Photos/picture alliance
Despensa llena
Los crudos inviernos también ponen a prueba a los animales. No solo se reduce el alimento disponible, sino que la menor cantidad de horas de luz diurna les deja menos tiempo para buscar qué comer. Muchos almacenan alimentos por adelantado. Esta pica (o conejo roca), que habita en las montañas de Norteamérica, Asia y partes de este de Europa, sobrevive almacenando vegetación seca en su madriguera.
Imagen: H.Schweiger/WILDLIFE/picture alliance
Un nuevo abrigo
Algunos animales se preparan para el invierno acumulando una capa extra de grasa y dotándose de un pelaje más grueso. El zorro del Ártico incluso muda su piel. Cambia su pelaje oscuro estival por un abrigo completamente blanco. Esto le permite camuflarse y cazar a sus presas con más facilidad. Su cuerpor compacto y el grueso pelaje de sus patas también le ayudan a mantener el calor corporal.
Hibernación
Muchos mamíferos, como las marmotas, combaten el frío con la hibernación. Se refugian en una madriguera protegida y entran en un profundo sueño. En ese estado, su ritmo cardiaco se reduce drásticamente y su temperatura baja, para ahorrar energía. También los osos hibernan, pese a que cuentan con un grueso abrigo de piel. A diferencia de las marmotas, mantienen su temperatura relativamente estable.
Los insectos, cuyo cuerpos tienen un alto componente de agua, tienen que evitar congelarse si quieren sobrevivir. Algunas especies lo logran generando un anticongelante que evita que se formen cristales de hielo en sus células. Un estudio descubrió que este coleóptero de la familia Pyrochroidae puede resistir temperaturas de hasta 30 grados bajo cero de esta manera.
Imagen: D. Vorbusch/McPHOTO/picture alliance
Subsistir en la oscuridad
Los musgos de la Antártida también han desarrollado formas de resisitir temperaturas gélidas. Estos vegetales crecen pegados al suelo para protegerse de los feroces vientos y pueden resisitir largos períodos sin agua, cuando esta se congela. Los bancos de musgo permanecen "dormidos" por meses, cuando hace demasiado frío o hay demasiada oscuridad, y se reactivan rápidamente en primavera.
Las tortugas pintadas pasan el invierno en el fondo de los estanques, incluso cuando el agua se congela. Oriundas de América del Norte, reducen su metabolismo en más de un 90 por ciento, lo que les permite sobrevivir sin alimento. Generalmente suben a la superficie en busca de aire, pero en el invierno absorben suficiente oxígeno a través de la superficie de su cuerpo, sin usar sus pulmones.