Nemat y Abud temen la repatriación
22 de diciembre de 2015Es divertidísmo ver a Nemat, un joven de 16 años, y a Abud , de 17, en la cocina de la aldea infantil SOS de Landsberg. Se la pasan bromeando con sus amigos alemanes. Les gusta hacer pollo con arroz. Siempre. Si no se puede, con pasta.
En el año que llevan en el albergue han aprendido bien alemán. Cuando, a pesar de ello, no se entienden, dicen algo que suena a dialecto bávaro como “Host mi?” que significa “Verstehst Du mich?”, es decir, “¿me entiendes?”
“Hablar en bávaro es raro para mí, no es eso lo que aprendimos. Nos enseñaron a hablar alemán estándar”, cuenta Nemat, que nació en Kabul.
Entre afganos y sirios a veces hay tensiones, pues sus mentalidades difieren, cuentan a DW los monitores del albergue. Pero con Nemat y Abud, al parecer, no es así. Son almas gemelas. “Es tranquilo y no habla mucho. Me gusta ese tipo de personas”, dice Nemat sobre Abud.
Abud quiere llegar a ser informático; Nemat, mecánico automotriz. En la escuela de oficios a la que asisten ambos tienen que mejorar sus calificaciones en matemáticas.
La noticia de que estos muchachos son trabajadores ha corrido por el pueblo. Ambos tienen ya una oferta para hacer una práctica en una empresa local.
Todo perdido
Nemat perdió a sus padres en Afganistán. No le gusta hablar de ello. Su odisea del año anterior la resume así: medio año en Irán. Luego a Turquía. Después en un bote a Grecia. Tomó después la llamada ruta de los Balcanes. La idea que lo guiaba era llegar a la prometedora Alemania.
También Abud había oído hablar de Alemania: “Siempre me habían dicho que aquí se podía ganar dinero y tener libertad”. Libertad y justicia es lo que más le importa a Abud. Sabe lo que significa perderlas: en la guerra, su familia lo perdió todo en Siria. La casa, el trabajo, la patria. Sus padres y sus ocho hermanos huyeron hacia el Líbano, luego a Egipto. No tuvieron suerte. Los niños tuvieron que ponerse a trabajar. “Tenía que trabajar casi doce horas para ganar diez euros. Quería ahorrar para llegar a Alemania”, cuenta Abud.
Sus padres no tenían dinero para salir del país. “Mi padre no pudo entender que me fuera solo”, cuenta Abud. Ahorró dos años, hasta juntar los casi 3000 euros para el tramitador. La travesía en bote, de quince días, de Egipto hacia Italia, casi le cuesta la vida. “Nos quedamos sin gasolina. Estuvimos seis días a la deriva. Pensé que me había llegado la hora”, recuerda.
El sonido de un helicóptero llegó entonces a los oídos de los 300 pasajeros de la pequeña embarcación. Era la Guardia Costera italiana. Abud fue enviado a Alemania.
Miedo a la deportación
En Landsberg, Nemat y Abud conversan a menudo con su monitora, Maria Stock. Aunque no les gusta hablar de política, no son ajenos a la polémica que existe en Alemania por el tema de los refugiados. “Cerrar fronteras”, “repatriar refugiados”, “declarar Afganistán un país seguro”, son frases que se oyen a menudo. “He aprendido alemán, hago todo lo necesario. ¿Me van a decir ahora que me tengo que marchar? Para mí eso es un gran problema”, dice Nemat angustiado.
Desde que se rumoreó que algunos de los terroristas de los atentados de París habían llegado como refugiados, en el pueblo hay gente que les ha dado la espalda a Abud y a Nemat. “Me da igual. Si quieren hablar, que hablen”, comenta Nemat.
Ambos jóvenes querrían quedarse en Alemania. Abud tiene la esperanza de que le permitan traer a sus padres y a una hermana. Por el momento, se sienten muy agradecidos de que los hayan acogido con cariño en la aldea infantil.