Macedonia ha cerrado sus fronteras para todos los refugiados, excepto para los de Siria, Irak y Afganistán. Muchos niños están varados en una inhóspita tierra de nadie. Un reporte desde Idomeni, Grecia.
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“Las cosas que dibujan estos niños son terribles: gente con pistolas, imágenes cargadas de violencia, escenas de tortura…”, comenta Iro Kofokotsios, una griega de 18 años que se acercó a la frontera de su país con Macedonia junto a un grupo de voluntarios de la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA, por sus siglas en inglés). Provenientes de Tesalónica, Kofokotsios y sus amigos visitaron el campamento de refugiados del pueblo heleno de Idomeni y organizaron un espacio para que los pequeños jugaran e hicieran manualidades.
“No pudimos traerles comida; pero pensamos que podíamos traerles sonrisas”, dice Kofokotsios, con un dejo agridulce. La semana pasada, Macedonia cerró sus fronteras para todos los refugiados, excepto para los que vienen de Siria, Irak y Afganistán. Desde entonces, decenas de niños están varados en una inhóspita tierra de nadie, expuestos a la inclemencia del tiempo y otros peligros. Sólo en este campamento hay setenta de origen diverso; hay iraníes, pakistaníes, marroquíes, somalíes, sudaneses, bangladesíes…
En las primeras tres semanas de noviembre, antes de que Macedonia restringiera el paso de refugiados, 4.259 menores de edad no acompañados fueron registrados en el país, según el ministerio del Interior macedonio.
Antes y después de la foto de Aylan Kurdi
Durante los juegos, las risas de los niños casi se imponían sobre los gritos de protesta de los refugiados adultos que se enfrentaban a la policía antimotines griega. Aproximadamente un 25 por ciento de los 700.000 migrantes que llegaron a Grecia este año son infantes. Según Kate O’Sullivan, de la organización humanitaria Save The Children, 110 niños han perdido la vida en camino hacia Europa desde septiembre, cuando las fotos del cadáver de Aylan Kurdi –el bebé sirio retratado boca abajo en una playa– conmocionaron al mundo.
Ahora, para muchos, el cierre de la frontera macedonia puede significar que la odisea fue emprendida en vano. Además, agrega Bertrand Desmoulins, del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), “cerrar las fronteras abre las puertas a la violencia, la explotación y al tráfico”. Los testimonios de algunos niños revelan, incluso, que las nuevas restricciones al movimiento de los refugiados les han hecho la vida más difícil hasta a aquellos que lograron cruzar la frontera heleno-macedonia.
Feda, una siria de 16 años, cuenta que los familiares con que emigró tuvieron problemas para pasar de Grecia a Macedonia porque el camino estaba bloqueado por otros refugiados enfurecidos ante las restricciones. “Tuvimos que esperar toda la noche. No dormimos No comimos. Hacía frío. Ahora estoy muy contenta de estar de este lado”, admite Feda, consciente de que su pasaporte sirio también le permitirá atravesar Serbia, Croacia y Eslovenia, otros países europeos que sólo le dan paso a refugiados de Siria, Irak y Afganistán.
El campo de refugiados de Moria
Los refugiados que llegan a Lesbos son enviados a Moria, para ser registados. Debido a las largas colas, las malas condicios higiénicas y la falta de recusos, algunos lo consideran el peor campo de refugiados del mundo.
Imagen: DW/D. Cupolo
Refugiados y refugiados
Al llegar a Lesbos, los refugiados son separados. Los sirios son enviados al campo de Kara Tepe, donde la mayoría dispone de un alojamiento sólido. Los de otras nacionalidades son llevados al campo de Moria, el primer centro para el registro de personas que dejaron sus países huyendo de la miseria. Allí, los refugiados duermen en carpas o a la intemperie, a la espera de poder viajar a Atenas.
Imagen: DW/D. Cupolo
Demasiada gente
El hacinamiento causa a menudo fricciones, como en esta cola para la comida. De acuerdo con un informe de la ONU, el campamento fue concebido para 410 personas. Sin embargo, hay allí entre 2000 y 4000 refugiados, dice Fred Morlet, que coordina el trabajo de los voluntarios en Lesbos. "Desde el principio faltaron recursos y ahora éste se ha convertido en el peor campo de refugiados del mundo".
Imagen: DW/D. Cupolo
Escasez de alimentos
Ramona Brongers, fundadora de la fundación Live for Lives, comenzó a trabajar con su ONG en Moria después de haber visto un llamado de auxilio en internet. "Preparamos 1.500 raciones al día, pero nunca basta para dar comida a todos", cuenta. Y agrega: "Ayudamos como podemos, pero los problemas son enormes y las organizaciones más grandes no asumen la responsabilidad".
Imagen: DW/D. Cupolo
"Dormir entre la basura"
Brongers relata que sus 36 voluntarios se vieron superados por las labores de aseo y recolección de desperdicios. "Mire a su alrededor, la gente duerme en la basura", dice Brongers. Acota que "es imposible mantener este lugar limpio; siempre estamos al borde de una epidemia". Hace poco se reportó un brote de sarna en el campo de Kara Tepe.
Imagen: DW/D. Cupolo
Falta de motivación
Morlet reprocha la actitud de los encargados del campamento. "Los funcionarios todas luces no está motivados y a veces no vienen a trabajar, lo que implica que los refugiados no son registrados, mientras sigue llegando más y más gente. Dos horas de dilación significan un desastre humanitario".
Imagen: DW/D. Cupolo
Caminante descalzo
"Caminé de Pakistán a Turquía sin zapatos", dice Fiaz Uddah (al centro), quien espera que llamen su número. "Dormimos así, en estas cajas de cartón. No tenemos mantas", dice por su parte su amigo Israr Ahmed. Y añade: "Hacemos esto porque no queremos que nuestros hijos vivan como nosotros".
Imagen: DW/D. Cupolo
¿Quién decide?
Arshid Rahimi, un afgano veinteañero de Ghazni, dice que su madre lo forzó a partir después de que su padre y su hermana fueran asesinados durante un ataque talibán contra una escuela cercana a su casa. "Mi vida se veía amenazada por los talibán, pero aquí la gente dice que he venido por razones económicas", señala, y pregunta: "¿Quién decide si soy un refugiado o no?"
Imagen: DW/D. Cupolo
"Se parece a Guantánamo"
Algunas familias pueden quedarse en las carpas de Moira, que son escasas, pero Morlet compara el campamento con una prisión. "Con cercos y alambrada de púas, se parece a Guantánamo", comenta. No obstante, predice que el número de refugiados no se reducirá. "Hay quienes dicen que el invierno los frenará, pero el mar es más calmado en invierno", apunta.
Imagen: DW/D. Cupolo
En manos de Dios
"Cuando estaba a bordo del bote en que vine hacia acá, en medio del océano, comprendí que estamos solos, en las manos de Dios", dice Pejman Usefi, un afgano que vivía en Irán. "Si Dios decide salvarte, entonces te salvarás. Así es como veo mi situación en este campamento".