Los europeos tienden a idealizar a EE.UU. como socio. Alexandra von Nahmen opina que esa es una actitud que se debe abandonar lo antes posible, gane quien gane la Casa Blanca.
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Europa observa con sorpresa y en parte con asombro lo que está sucediendo en Estados Unidos. El país considerado como la cuna de la moderna democracia se tambalea. Mientras prosigue el recuento de votos, el actual presidente del país ya habla de fraude electoral. Políticos europeos advierten de que podría producirse una peligrosa crisis constitucional. Muchos ni siquiera pueden comprender cómo puede haber estadounidenses que han vuelto a votar por Donald Trump.
Europa observa lo que ocurre decepcionada y algo ofendida. Y reflexiona. El socio trasatlántico antes confiable se ha convertido en un extraño. Nos podrían haber ahorrado esta película de suspenso electoral. El deseo de Berlín, París o Madrid es la vuelta a alguna forma de normalidad y el restablecimiento lo antes posible de la confianza perdida.
La estrategia de política exterior de EE. UU.
Pero precisamente el proceso electoral estadounidense muestra que es inútil idealizar a aquel país. Hace mucho tiempo que está obsoleta nuestra ya de por sí desvirtuada (por muchas razones) perspectiva sobre EE. UU., país que gusta describirse a sí mismo como "a Shining City on a Hill" (una ciudad brillante sobre una colina). Esto ya era así con Barack Obama y seguirá siéndolo con Joe Biden, si finalmente gana la presidencia. Por su parte, EE.UU. siempre tuvo un enfoque pragmático hacia sus socios.
"¿Cómo sirven a nuestros intereses?" Esa es la cuestión más relevante para la política exterior estadounidense. Es cierto que existe entre Europa y EE.UU. una especial relación que se basa en valores conjuntos y una historia común. Por supuesto. Pero igualmente Washington aplica con frialdad una lógica estratégica sobre el factor costo-utilidad en la relación con cualquiera de sus socios.
Es necesario hacer un análisis sobrio
Ya en tiempos de Barack Obama, el Gobierno estadounidense dirigió su atención hacia el Pacífico. La competencia con China seguirá manteniendo en vilo a Washinton. Hace mucho que Estados Unidos no quiere seguir siendo la Policía del mundo. Los eslóganes "Buy American" y "Hire American" seguirán siendo populares en los próximos años.
También Joe Biden, en caso de que gane la presidencia, hará a los europeos reclamos que no se diferenciarán sustancialmente de los de Trump. Cuanto antes se haga la UE a la idea, mejor, pero mejor aún sería actuar de manera consecuente. Admitámoslo: el objetivo de alcanzar una Europa con autonomía estratégica es muy lejano, pero no hay más opción que jugar un papel geopolítico más importante y asumir más responsabilidad por la propia seguridad europea.
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Europa debe despertar
Por supuesto, Europa no puede prescindir de EE. UU. como socio. Nos necesitamos y nos beneficiamos el uno del otro. Pero Europa debe pisar más fuerte en su relación con Estados Unidos. El país americano es conocido por su superioridad militar, la alta tecnología de Silicon Valley y su libertad sin límites. Pero también por sus desigualdades, su cuestionable desregulación de la economía y su desbordante capitalismo.
No hay nada en contra de seguir amando todo aquello que nos gusta de Estados Unidos y seguir admirando la historia y el optimismo de aquel país. Pero a Europa le serviría más políticamente dejar que impere la estrategia y la confianza en sí misma en su relación con Estados Unidos, y concentrarse menos en la Casa Blanca y sus habitantes.
(ms/ers)
¿Cuánto poder tiene el presidente de Estados Unidos?
Sea quien sea el jefe en la Casa Blanca, algunos creen que tiene la supremacía política mundial. Pero no está tan claro: los poderes del Presidente de EE.UU. son limitados, y otros también tienen voz y voto.
Imagen: Klaus Aßmann
La Constitución lo dice
El presidente de EE.UU. es elegido por 4 años, por un máximo de dos mandatos. Es jefe de Estado y de gobierno, así que dirige el aparato gubernamental. Unos 4 millones de personas trabajan en el poder ejecutivo, incluídas las Fuerzas Armadas. El Presidente implementa las leyes aprobadas por el Congreso. Como el más alto diplomático, puede recibir a los embajadores - y así reconocer o no Estados.
Imagen: Klaus Aßmann
Control, gracias a los "checks and balances"
Los tres poderes tienen voz y voto y por lo tanto limitan mutuamente su poder. El presidente puede amnistiar a reos y nombrar jueces federales, pero solo con la aprobación del Senado. También nombra a sus ministros y embajadores, con el asesoramiento y la aprobación del Senado. Este es uno de los medios del Legislativo para controlar al Ejecutivo.
Imagen: Klaus Aßmann
El poder del "estado de la Unión"
El presidente debe informar al Congreso sobre el estado y el rumbo del país. Lo hace una vez al año en su discurso sobre el estado de la Unión. Aunque no se le permite presentar propuestas legislativas al Congreso, puede plantear sus asuntos en el discurso. De esta manera puede presionar al Congreso de una manera que es efectiva en términos de opinión. Pero eso es todo lo que puede hacer.
Imagen: Klaus Aßmann
Derecho a veto
Cuando el/la presidente devuelve un proyecto de ley al Congreso sin su firma, lo veta. Este veto sólo puede ser anulado por el Congreso con una mayoría de dos tercios en ambas Cámaras. Según el Senado, en la historia de Estados Unidos, de poco más de 1500 vetos, sólo 111 fueron anulados, cerca del siete por ciento.
Imagen: Klaus Aßmann
Zonas grises en la definición del poder
La Constitución y los fallos de la Corte Suprema no dejan muy claro cuánto poder tiene el presidente. Hay un truco que permite un segundo tipo de veto, el "veto de bolsillo". Bajo ciertas circunstancias, el presidente puede "meter un proyecto de ley en su bolsillo", lo que lo hace inválido. El Congreso no puede entonces anular este veto. Este truco se ha usado más de 1000 veces.
Imagen: Klaus Aßmann
Instrucciones con efecto de ley
El presidente puede ordenar a los funcionarios del gobierno que cumplan con sus obligaciones. Estas órdenes, conocidas como órdenes ejecutivas, tienen fuerza de ley. Nadie tiene que firmarlos. Sin embargo, el presidente no puede hacer lo que quiera. Los tribunales pueden revisar las órdenes o el Congreso puede aprobar una ley contra ellas. Y el próximo presidente puede simplemente derogarlas.
Imagen: Klaus Aßmann
“Acuerdos ejecutivos” para evadir al Congreso
El presidente puede negociar tratados con otros gobiernos, pero al final el Senado debe aprobarlos con una mayoría de dos tercios. Para evitar esto, en lugar de contratos, los presidentes utilizan "acuerdos ejecutivos", acuerdos gubernamentales que no requieren la aprobación del Congreso. Se aplican mientras el Congreso no se oponga o apruebe leyes que invaliden el acuerdo.
Imagen: Klaus Aßmann
¿Quién puede declarar una guerra?
El presidente es el comandante en jefe de las tropas de EE.UU., pero solo el Congreso puede declarar una guerra. No está claro cómo un presidente puede conducir a las tropas a un conflicto armado sin aprobación. El Congreso estableció que en la guerra de Vietnam se cruzó una línea roja y se intervino por ley. Así que el presidente solo puede arrogarse atribuciones mientras el Congreso no replique.
Imagen: Klaus Aßmann
El control final
Si un presidente abusa de su cargo o comete un delito, la Cámara de Representantes puede iniciar un procedimiento de destitución. Hasta ahora esto ha sucedido tres veces - sin éxito. Pero hay un instrumento más poderoso para detener al presidente: El Congreso aprueba el presupuesto, pero también puede recortarlo.