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“No se puede acabar con el racismo si se dice que no existe"

21 de marzo de 2022

DW conversó con dos académicos europeos que han estudiado en profundidad el fenómeno del racismo y sus secuelas en América Latina.

Symbolbild Entwicklungshilfe
Imagen: RioPatuca Images/Fotolia

No figura en ningún programa político con su nombre. Suele negarse o camuflarse. Porque el racismo, como concepto, está desacreditado. Pero existe. Aunque la ciencia haya echado por tierra las teorías racistas que surgieron a fines del siglo XVIII y en el siglo XIX, y haya demostrado que no es biológicamente válido dividir a los seres humanos en diferentes razas. Aunque se haya acabado con el apartheid oficial en Sudáfrica o hayan sido abolidas las leyes de segregación racial en Estados Unidos hace décadas.

"Genéticamente, existe una sola raza humana”, subraya Peter Wade, académico de la universidad de Manchester. Pero el racismo sigue marcando la vida de millones de personas, en tierras latinoamericanas y en otras partes del mundo. Jean-Frédéric Schaub, de la Escuela de Estudios Superiores de Ciencias Sociales (EHESS) de París, lo define como "un tipo de gestión política de la sociedad, en la que quienes toman decisiones presuponen que los caracteres morales o sociales de las personas y de los grupos se transmiten de generación en generación”, biológicamente.

Origen colonialista

¿Cuál es el origen de este fenómeno, que sigue permeando las sociedades por mucho que se haya intentado combatirlo, especialmente desde que el racismo llevara alcanzara la cúspide del horror con el Holocausto, producto del delirio racial nazi? ¿Cuáles son sus raíces en América Latina? Peter Wade, doctor en antropología social, se ha dedicado a estudiar el tema en la región, especialmente en Colombia, y es autor de diversas obras al respecto, entre ellas, Raza y etnicidad en América Latina. A su juicio, "el racismo tiene sus raíces en los procesos de colonialismo que llevaron a cabo los europeos, subyugando y dominando al resto del mundo”.

Explica que ya había antecedentes en el siglo XIV, cuando, sobre todo en España y Portugal, se comenzó a hablar de la "raza judía” o de los "moros”. "Se los veía como personas inferiores porque tenían esa sangre, y eso estaba íntimamente asociado a ciertas prácticas religiosas. Esas creencias religiosas, raciales, ya existían antes de la colonización de las Américas. Era la idea de que las personas tenían cierta esencia en la sangre y que esa esencia definía ciertas pautas de comportamiento, o ciertas capacidades morales e intelectuales”, indica.

Justificación de la subyugación

Esa visión se trasladó a América con la conquista y la colonización. Y sirvió para justificarlas. "Tuvo que ver con la dominación,con la subyugación de los indígenas y los africanos. Sirvió para creer que era justificable dominarlos de esa manera, despojarlos de sus tierras, esclavizarlos”, dice Wade.

Lienzo de Tlaxcala.Imagen: picture-alliance/akg-images

Schaub, autor del libro Para una Historia Política de la Raza, hace notar que la conquista tuvo lugar en un marco especial, el del cristianismo, que explícitamente afirma la igualdad espiritual de todos los seres humanos. "El cristianismo tuvo de alguna forma que resolver esa ecuación imposible… Y eso es lo que explica, de hecho, la necesidad de recurrir a argumentos de carácter racista. Se dice que todos los hombres son iguales, pero se debate la duda de si los amerindios son plenamente seres humanos. De la misma manera que se plantea la cuestión, en el siglo XVIII, en particular, sobre si realmente los africanos y los europeos pertenecen a la misma especie dentro de la humanidad. Se fueron buscando muchos argumentos, por lo general a posteriori, para justificar una explotación dura, a veces despiadada, de las personas y los territorios”, dice.

Las secuelas del período colonial aún son perceptibles. En opinión de Schaub, "en América Latina, como también en Europa y otros lugares del mundo, se reproduce un fenómeno, muy bien documentado, y es que las sociedades se segregan o se segmentan según líneas que acaban cobrando una dimensión hereditaria”. Hace notar que no es lo mismo ser descendiente de vencedores, que de vencidos. O descender de esclavos que de no esclavos. "Estas dos situaciones mantienen un cierto vínculo con identificaciones de carácter fenotípico, es decir, descender de vencidos es tener el aspecto físico amerindio, descender de esclavos es tener rastros de un aspecto físico afro, aunque las familias se hayan mezclado mucho” afirma. Y agrega una tercera línea que tiene raíces en la posición religiosa.

Racismo y clasismo van de la mano

De esa forma se puede identificar las raíces de fenómenos que todavía empañan la vida cotidiana de los ciudadanos de las repúblicas latinoamericanas. Porque el racismo no se manifiesta aislado, sino muchas veces imbricado con otras formas de segregación, como el clasismo. "Emplean los mismos mecanismos. Y, en América Latina, sobre todo, van muy de la mano. Porque, por razones históricas, los europeos siempre conformaron una élite. Están muy entrelazados el racismo y el clasismo, y muchas veces es muy difícil distinguir cuál está operando en un contexto específico”, observa Peter Wade.

Niños del pueblo miskito en Honduras.Imagen: B. Trapp/blickwinkel/picture alliance

Schaub coincide con esa apreciación. Para él, está claro que "cuando las personas, definidas en parte en función de su genealogía, de su origen físico, están estancadas en situaciones sociales desfavorecidas y su origen es obstáculo para que puedan emanciparse de situaciones de subalternidad, entonces claramente estamos ante una situación de racismo”.

La tendencia actual a revalorizar la cultura de los pueblos originarios es vista por ambos expertos como algo positivo, pero mantienen cierto escepticismo. "Hay un reconocimiento de las identidades de los pueblos originarios y de los pueblos afrodescendientes, pero al mismo tiempo, eso no necesariamente da pie a un reconocimiento del racismo, como un proceso estructural que afecta a los pueblos afrodescendientes y a los pueblos indígenas, y que los relega a un estatus marginal en la sociedad. O sea, no equivale a reconocer la existencia del racismo como un sistema de distribución de poder y de riqueza”, dice Wade. Y subraya que "no se puede acabar con el racismo si se dice que no existe”.(ms)

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