DW conversó con dos académicos europeos que han estudiado en profundidad el fenómeno del racismo y sus secuelas en América Latina.
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No figura en ningún programa político con su nombre. Suele negarse o camuflarse. Porque el racismo, como concepto, está desacreditado. Pero existe. Aunque la ciencia haya echado por tierra las teorías racistas que surgieron a fines del siglo XVIII y en el siglo XIX, y haya demostrado que no es biológicamente válido dividir a los seres humanos en diferentes razas. Aunque se haya acabado con el apartheid oficial en Sudáfrica o hayan sido abolidas las leyes de segregación racial en Estados Unidos hace décadas.
"Genéticamente, existe una sola raza humana”, subraya Peter Wade, académico de la universidad de Manchester. Pero el racismo sigue marcando la vida de millones de personas, en tierras latinoamericanas y en otras partes del mundo. Jean-Frédéric Schaub, de la Escuela de Estudios Superiores de Ciencias Sociales (EHESS) de París,lo define como "un tipo de gestión política de la sociedad, en la que quienes toman decisiones presuponen que los caracteres morales o sociales de las personas y de los grupos se transmiten de generación en generación”, biológicamente.
Origen colonialista
¿Cuál es el origen de este fenómeno, que sigue permeando las sociedades por mucho que se haya intentado combatirlo, especialmente desde que el racismo llevara alcanzara la cúspide del horror con el Holocausto, producto del delirio racial nazi? ¿Cuáles son sus raíces en América Latina? Peter Wade, doctor en antropología social, se ha dedicado a estudiar el tema en la región, especialmente en Colombia, y es autor de diversas obras al respecto, entre ellas, Raza y etnicidad en América Latina. A su juicio, "el racismo tiene sus raíces en los procesos de colonialismo que llevaron a cabo los europeos, subyugando y dominando al resto del mundo”.
Explica que ya había antecedentes en el siglo XIV, cuando, sobre todo en España y Portugal, se comenzó a hablar de la "raza judía” o de los "moros”. "Se los veía como personas inferiores porque tenían esa sangre, y eso estaba íntimamente asociado a ciertas prácticas religiosas. Esas creencias religiosas, raciales, ya existían antes de la colonización de las Américas. Era la idea de que las personas tenían cierta esencia en la sangre y que esa esencia definía ciertas pautas de comportamiento, o ciertas capacidades morales e intelectuales”, indica.
Justificación de la subyugación
Esa visión se trasladó a América con la conquista y la colonización. Y sirvió para justificarlas. "Tuvo que ver con la dominación,con la subyugación de los indígenas y los africanos. Sirvió para creer que era justificable dominarlos de esa manera, despojarlos de sus tierras, esclavizarlos”, dice Wade.
Schaub, autor del libro Para una Historia Política de la Raza, hace notar que la conquista tuvo lugar en un marco especial, el del cristianismo, que explícitamente afirma la igualdad espiritual de todos los seres humanos. "El cristianismo tuvo de alguna forma que resolver esa ecuación imposible… Y eso es lo que explica, de hecho, la necesidad de recurrir a argumentos de carácter racista. Se dice que todos los hombres son iguales, pero se debate la duda de si los amerindios son plenamente seres humanos. De la misma manera que se plantea la cuestión, en el siglo XVIII, en particular, sobre si realmente los africanos y los europeos pertenecen a la misma especie dentro de la humanidad. Se fueron buscando muchos argumentos, por lo general a posteriori, para justificar una explotación dura, a veces despiadada, de las personas y los territorios”, dice.
Las secuelas del período colonial aún son perceptibles. En opinión de Schaub, "en América Latina, como también en Europa y otros lugares del mundo, se reproduce un fenómeno, muy bien documentado, y es que las sociedades se segregan o se segmentan según líneas que acaban cobrando una dimensión hereditaria”. Hace notar que no es lo mismo ser descendiente de vencedores, que de vencidos. O descender de esclavos que de no esclavos. "Estas dos situaciones mantienen un cierto vínculo con identificaciones de carácter fenotípico, es decir, descender de vencidos es tener el aspecto físico amerindio, descender de esclavos es tener rastros de un aspecto físico afro, aunque las familias se hayan mezclado mucho” afirma. Y agrega una tercera línea que tiene raíces en la posición religiosa.
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Racismo y clasismo van de la mano
De esa forma se puede identificar las raíces de fenómenos que todavía empañan la vida cotidiana de los ciudadanos de las repúblicas latinoamericanas. Porque el racismo no se manifiesta aislado, sino muchas veces imbricado con otras formas de segregación, como el clasismo. "Emplean los mismos mecanismos. Y, en América Latina, sobre todo, van muy de la mano. Porque, por razones históricas, los europeos siempre conformaron una élite. Están muy entrelazados el racismo y el clasismo, y muchas veces es muy difícil distinguir cuál está operando en un contexto específico”, observa Peter Wade.
Schaub coincide con esa apreciación. Para él, está claro que "cuando las personas, definidas en parte en función de su genealogía, de su origen físico, están estancadas en situaciones sociales desfavorecidas y su origen es obstáculo para que puedan emanciparse de situaciones de subalternidad, entonces claramente estamos ante una situación de racismo”.
La tendencia actual a revalorizar la cultura de los pueblos originarios es vista por ambos expertos como algo positivo, pero mantienen cierto escepticismo. "Hay un reconocimiento de las identidades de los pueblos originarios y de los pueblos afrodescendientes, pero al mismo tiempo, eso no necesariamente da pie a un reconocimiento del racismo, como un proceso estructural que afecta a los pueblos afrodescendientes y a los pueblos indígenas, y que los relega a un estatus marginal en la sociedad. O sea, no equivale a reconocer la existencia del racismo como un sistema de distribución de poder y de riqueza”, dice Wade. Y subraya que "no se puede acabar con el racismo si se dice que no existe”.(ms)
La diversidad de los pueblos indígenas en América Latina
Según datos de UNICEF, en América Latina existen actualmente 522 pueblos indígenas. México, Bolivia, Guatemala Perú y Colombia aglutinan el 87% de los pueblos indígenas de América Latina y el Caribe.
Imagen: Christopher Pillitz
Amazonia, fuente de diversidad
Según el Atlas Sociolingüístico de Pueblos Indígenas en América Latina de UNICEF, la Amazonia es la región con mayor diversidad de pueblos indígenas (316 grupos), seguida por Mesoamérica, la cuenca del Orinoco, los Andes y la región del Chaco. Brasil (foto) es el país con más diversidad de pueblos indígenas con un total de 241. Colombia es el segundo con (83), seguido por México (67) y Perú (43).
Imagen: DW/T. Fischermann
Diversidad de pueblos y lenguas
Cinco pueblos agrupan varios millones de personas: Quechua (foto), Nahua, Aymara, Maya yucateco y Ki'che; y seis aglutinan entre medio y un millón de habitantes: Mapuche, Maya q'eqchí, Kaqchikel, Mam, Mixteco y Otomí. Cerca de una quinta parte de los pueblos indígenas perdió su idioma nativo en las últimas décadas. De 313 idiomas indígenas, el 76% es hablado por menos de 10.000 personas.
Imagen: picture-alliance/Robert Hardin
Cada vez más urbanos
Aunque más del 60% de la población indígena de Brasil, Colombia, Ecuador, Honduras y Panamá todavía vive en zonas rurales, más del 40% de la de El Salvador, México y Perú reside en áreas urbanas. En Chile (foto) y Venezuela, la población que vive en ciudades supera el 60% del total. Éstos tienen 1,5 veces más acceso a electricidad y 1,7 veces más acceso a agua corriente que los de zonas rurales.
Imagen: Rosario Carmona
Conviviendo con la pobreza
Según un informe del Banco Mundial, la pobreza afecta al 43% de los hogares indígenas, más del doble de la proporción de no indígenas. El 24% de todos los hogares indígenas vive en condiciones de pobreza extrema, es decir 2,7 veces más que la proporción de hogares no indígenas. En 2011, en Guatemala, tres de cada cuatro habitantes de zonas con pobreza crónica pertenecían a un hogar indígena.
Imagen: picture-alliance/Demotix
Educación superior: un privilegio para muy pocos
El reporte del Banco Mundial 'Latinoamérica indígena en el siglo XXI' apunta que la finalización de estudios primarios entre indígenas urbanos es 1,6
veces mayor que entre los que habitan en zonas rurales, mientras que los que terminan la educación secundaria es 3,6 veces mayor y los que cursan estudios superiores es 7,7 veces mayor. El acceso a la universidad es un privilegio para muy pocos.
Imagen: Uskam Camey
Brecha digital: exclusión social
A pesar de la aparente familiaridad de este miembro de la tribu Kayapó (Brasil) con la tecnología, los miembros de pueblos indígenas no se han beneficiado de su masificación. Estos tienen cuatro veces menos acceso a internet que los no indígenas en Bolivia y seis veces menos acceso en Ecuador. Asimismo, los indígenas tienen la mitad de acceso a un computador que los no indígenas en Bolivia.
Imagen: AP
Implicados en la vida política
Los pueblos indígenas participan activamente en la vida política de sus comunidades, ya sea a través de parlamentos locales o nacionales, en los municipios o a nivel estatal. Sus líderes están involucrados en partidos políticos nacionales o han creado sus propios partidos. Así, existen partidos indígenas muy influyentes en Bolivia y Ecuador, pero también en Venezuela, Colombia y Nicaragua.
Imagen: Reuters/J. L. Plata
Empoderamiento ciudadano
Con una población de más de 800.000 habitantes, principalmente de origen aymara (foto), El Alto (Bolivia), comenzó a organizarse en juntas vecinales. A través de éstas, exigieron tener acceso a sus propios recursos financieros y ejercer control sobre ellos. Las Juntas se crearon con el objetivo de que éstas planificaran, financiaran y construyeran infraestructura básica y proporcionaran servicios.
Imagen: picture-alliance/dpa/EPA/BOLIVIAN INFORMATION AGENCY
Protección vulnerada
Cerca del 45% de cuenca del Amazonas está protegida en el marco de diversas formas legales. A pesar de que 15 de los 22 países de la región han ratificado el Convenio Nr. 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), a menudo se vulnera el proceso de Consentimiento Libre, Previo e Informado (CLPI) que pretende garantizar su participación en cambios que pueden afectar su estilo de vida.
Imagen: Survival International
Indígenas en el punto de mira
Los representantes de pueblos indígenas son víctimas de criminalización y hostigamiento y suelen sufrir amenazas, violencia e incluso la muerte al posicionarse en contra de la instalación de grandes infraestructuras en su territorio. En la fotografía, miembros de las comunidades indígenas en contra del proyecto hidroeléctrico Las Cruces, ubicado en el río San Pedro Mezquital, en Nayarit (México).
Imagen: AIDA/C. Thompson
Minería: fuente de conflictos
La minería también es una amenaza para los pueblos indígenas y provoca migraciones y conflictos. Se calcula que una quinta parte de la cuenca amazónica tiene potencial minero: 1,6 millones de kilómetros cuadrados, 20% de los cuales están en tierras indígenas. La extracción ilegal de oro también se ha propagado en la región, provocando deforestación, contaminación de los ríos y violencia.
Imagen: Jorge Mario Ramírez López
Defendiendo el territorio
Los Munduruku (foto), que cuentan con una población de entre 12.000 y 15.000 personas que viven en la orilla del río Tapajós, en los estados de Pará, Amazonas y Mato Grosso (Brasil), sufren el peligro de ambas actividades. Durante tres siglos, han tratado de demarcar oficialmente su territorio, una área de 178.000 hectáreas amenazado por actividades de extracción y proyectos hidroeléctricos.
Imagen: DW/N. Pontes
Socios clave en la lucha contra el cambio climático
El reconocimiento y la protección de los territorios indígenas es una estrategia eficaz para prevenir la deforestación y combatir el cambio climático. Entre 2000 y 2012, la deforestación en la Amazonia brasileña fue de 0,6% dentro de los territorios indígenas protegidos legalmente, mientras que fuera llegó al 7%, lo que produjo 27 veces más emisiones de dióxido de carbono.
Imagen: Ádon Bicalho/IPAM
Los grandes desconocidos
Algunas comunidades indígenas siguen negándose a tener contacto con el mundo exterior y viven en áreas aisladas, usando lanzas y dardos envenenados para cazar monos y aves. Es el caso de los Waorani (foto) que viven en la selva amazónica, en Ecuador. En las últimas décadas, muchos de ellos han pasado de vivir como cazadores a asentarse en el Parque Nacional Yasuní.
Imagen: AP
Contacto mortal
Lamentablemente algunos de los que han sido contactados han sufrido las consecuencias. Los indígenas matsés o “mayorunas” que viven en la ribera del río Yaquerana, en la frontera entre Brasil y Perú, conocidos como “el pueblo del jaguar" (foto) fueron contactados por primera vez en 1969. A raíz de este encuentro muchos murieron por enfermedades como tuberculosis y hepatitis.