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Opinión: Özil y el decadente debate en Alemania

Ines Pohl
29 de julio de 2018

El jugador de fútbol Mesut Özil deja la selección alemana y denuncia racismo. Ahora Alemania está sumida en un debate que se aleja peligrosamente de las reglas del civismo, opina Ines Pohl, redactora jefe de DW.

Imagen: picture-alliance/augenklick/firo Sportphoto

Al principio, parecíamos estar sencillamente ante una cuestión irritante en comparación con los grandes problemas que enfrenta el mundo. De hecho, parecía ser casi una minucia. Un jugador de la selección alemana de fútbol con raíces alemanas visita al presidente turco Erdogan, posa junto a él y la foto conquista internet. Comienza un debate que podría haber sido interesante. ¿Cuál es el rol de un deportista que representa a su país en los grandes torneos internacionales? ¿Cuánta fidelidad cabe esperar por parte de su país? ¿Dónde están los límites entre la figura pública y la privada? Y, sobre todo, ¿por qué los políticos pueden posar junto a los déspotas y los deportistas no? Interesantes cuestiones que fueron debatidas con cierto nivel antes del Mundial de fútbol. La discusión dejó momentos esclarecedores. Pero la selección alemana tuvo que volver a casa antes de lo esperado y Alemania mostró entonces su verdadero rostro.

Özil, "cabeza de turco"

De repente, Özil, el cuestionado jugador, se convirtió en "cabeza de turco" (o chivo expiatorio) del fracaso deportivo y blanco de las críticas. El debate perdió toda medida. El puro racismo ganó terreno. El espacio para la crítica neutra por la cercanía de Özil a Erdogan se hizo más pequeño. De pronto, la idea de la falta de lealtad de las personas con trasfondo migratorio determinó gran parte del debate público. Parece que la sociedad alemana está perdiendo la capacidad de enfrascarse en un diálogo serio que oponga un argumento contra otro. Estamos olvidando algo necesario en los debates políticos importantes: las buenas maneras basadas en un justo y claro intercambio de argumentos.

Ines Pohl, redactora jefe de DW. Imagen: DW/P. Böll

No solo en redes sociales, sino también en los ambientes políticos las opiniones diferentes acaban convirtiéndose en cuestiones irreconciliables de fe. Parece que el poder lo es todo y la contra argumentación no se percibe como contribución al debate sino como ataque. Parece banal, pero las discusiones se mantienen vivas cuando se escuchan con atención los argumentos de los demás. Para que las sociedades puedan desarrollarse, debe existir un espacio de empatía impulsado por el deseo de entender al contrario y que tenga el fin de revisar la propia posición. Para que una polémica acabe siendo fructífera, debe existir desde el principio el acuerdo de que lo que cuenta son los argumentos y no la confirmación de las propias convicciones.

Punto de inflexión

El candente debate alrededor de Özil muestra lo polarizada que está Alemania y el enorme peligro de que, también aquí, como en muchos otros países, acabe prevaleciendo el deseo de que un líder fuerte asuma el poder para que ponga orden y calle la boca a quienes tienen opiniones diferentes. Muchos comentarios en las redes sociales parecen indicar que se está produciendo en ese sentido un inquietante punto de inflexión en el signo de los tiempos. A nivel individual, cambiar esta tendencia solo puede hacerse mediante nuestra propia forma de conducirnos y a través de una reflexión crítica permanente sobre la propia forma de debatir.

Autora: Ines Pohl (MS/DG)

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