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Opinión: ¿adiós al diésel?

Henrik Böhme
28 de julio de 2017

El ajuste a viejos motores diésel no es suficiente para bajar la contaminación por partículas finas en Stuttgart. La sentencia del Tribunal Administrativo de dicha ciudad tendrá repercusiones masivas, dice Henrik Böhme.

Straßburg Europäisches Parlament Abstimmung Diesel Abgase
Imagen: Reuters/V. Kessler

El motor diésel está en entredicho. A partir de 2018, en Stuttgart podría prohibirse la circulación con ese tipo de combustión. La ciudad, que se ubica en un valle, está sometida a una concentración extremadamente alta de partículas finas, en especial bajo condiciones de inversión térmica o esmog. Ahí se encuentra la sede de Daimler, el más antiguo fabricante de autos en todo el mundo, y el que hizo posible el uso masivo del motor diésel en vehículos particulares.

Un sinnúmero de conductores se transportan cada día con sus autos por las calles de Stuttgart. Y muchos lo hacen con vehículos diésel. Vale la pena, sobre todo por las ventajas fiscales. El Estado subvenciona el uso del diésel. Así que, ¿será precisamente en Stuttgart donde comience el fin de este tipo de máquinas? Ello tendría cierta lógica. Este jueves, el ministro federal de Transporte decretó la prohibición de circulación para un cierto modelo de la marca Porsche, el segundo fabricante de autos con sede en Stuttgart, y que por lo menos en parte de sus vehículos diésel instaló un software que manipula los indicadores de emisiones contaminantes.

Una docena de alcaldes de grandes ciudades alemanas observaba con atención lo que sucedía en Suabia. Ellos también tienen un problema, pues en las demarcaciones a su cargo no se respetan los límites establecidos para las emisiones contaminantes. Así que, ¿es tiempo de dar luz verde a la prohibición de vehículos diésel? No será tan fácil.

Primero que nada, el más alto tribunal administrativo del país debe decidir si las comunas tienen facultades para decretar dichas prohibiciones. En segundo lugar, la sentencia del Tribunal Administrativo de Stuttgart es tan solo una primera instancia. El caso irá a parar con toda seguridad hasta Leipzig, donde tiene su sede el Tribunal Administrativo de la federación. Y ahí entra en juego otro gran actor: la industria. Ellos son los que tienen en la mano la posibilidad de que los autos diésel sigan circulando en las ciudades.

¡Muestren de lo que son capaces!

Los fabricantes alemanes de autos están en el ojo del huracán, y con justa razón, a partir del llamado dieselgate y de las informaciones sobre un posible cártel. Deben ofrecer algo más que el cambio gratuito del software manipulador. Eso no es suficiente. En los autos deben instalarse filtros adicionales contra partículas, y todo lo que sea necesario. Es una oportunidad para que los ingenieros de Daimler, Volkswagen y otros demuestren que todo esto es posible. Esto costará dinero, claro. Pero de éste, los fabricantes alemanes tienen suficiente.

La primera oportunidad de comenzar a recuperar credibilidad se producirá ya el próximo miércoles, en la llamada Cumbre del diésel, a celebrarse en Berlín. De ella deben surgir pronunciamientos claros sobre cómo controlar las emisiones contaminantes. Si los ejecutivos de los consorcios fallan, nada podrá ayudarlos. ¿Se necesita algo más que la amenaza de prohibir la circulación de vehículos? Incluso en Stuttgart, no solo circulan Porsches y Daimlers. ¿Qué hay con los otros fabricantes? Peugeot, Toyota y Volvo (para nombrar de manera aleatoria solo a tres) tienen autos diésel en las calles. ¿Qué pasa con ellos?

El gran debate

Sobre todo, Alemania necesita una cosa: un debate libre de ideologías acerca del transporte y la contaminación. El ejemplo sigue siendo Stuttgart. La contaminación con partículas finas en las condiciones mencionadas tiene consecuencias para la naturaleza. Incluso con un veto completo a la circulación, los valores de las emisiones se reducirían apenas en un máximo de diez por ciento, argumenta el experto en transporte Matthias Klinger. Otro caso es el de Hamburgo: ¿qué traería consigo una prohibición en el puerto hanseático, si en sus aguas navegan gigantescos cruceros y barcos de carga que arrojan enormes cantidades de emisiones contaminantes al ambiente? ¿Deben permanecer también anclados en el Mar del Norte?

¿Significa todo esto el fin del diésel? Sería muy temprano para proclamar algo así. Pero la sentencia de Stuttgart es una clara señal para los políticos y para los fabricantes, en cuanto a que de una vez por todas deben debatir en serio estos temas. Un debate que indique cómo se puede combatir eficientemente a las emisiones contaminantes, cómo organizar mejor la movilidad, y sobe todo, qué proporción de los fabricantes alemanes de autos quieren participar en este futuro.

 

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