Comparaciones con Goebbels, frases del tipo “al paredón”, ataques a refugiados: el odio verbal y la violencia han sucedido al desinterés político. Algo se está gestando. Es momento de actuar.
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¿Qué fue de los buenos tiempos –de hecho, no hace tanto- en los que sosteníamos que el desencanto por la política era la mayor amenaza para nuestra democracia? Nosotros, los buenos demócratas –votantes activos y firmes defensores de las leyes fundamentales-, observábamos perplejos el aumento constante del desinterés de nuestros familiares, amigos y vecinos por el Estado y la sociedad.
Hoy, un millón de refugiados después, la república ha perdido su apatía. Vivimos al borde del estado de emergencia y el populacho se está movilizando. Notorios grupos violentos de la extrema derecha actúan como agitadores y son seguidos por simpatizantes que ahora salen del anonimato.
Hace sólo unas semanas éramos los buenos. Vivíamos la cultura y dábamos la bienvenida a todos. Ahora, sin embargo, registramos los ataques y atentados contra los débiles. En Colonia, la candidata a la alcaldía fue apuñalada, albergues para refugiados son incendiados o puestos bajo agua y dos neonazis orinaron sobre dos niños refugiados. Y una constatación sorprendente: el 70 por ciento de los detenidos por esos hechos no tenía antecedentes policiales. ¿Qué está pasando?
Las autoridades, poco activas
Pero incluso tampoco quienes cometen varias veces delitos de ese tipo tienen realmente por qué temer la mano dura del Estado, porque no existe. Para los estándares de la Unión Europea, Alemania actúa de forma laxa contra los “crímenes de odio”. Una categoría penal que en EE. UU. y en el Reino Unido se persigue desde hace décadas. Aquí, sin embargo, no sucede lo mismo. A pesar de que jueces y fiscales podrían actuar más a menudo y con mano dura contra este tipo de actos, no lo hacen, según las conclusiones de los autores de un informe sobre la lucha contra la discriminación en Alemania. ¿Por qué no? Ese trato suave que reciben por parte del Estado los autores de este tipo de violencia verbal y física está sirviendo como acicate para infectar a los, hasta ahora, “buenos ciudadanos”.
Las autoridades responsables de proteger la Constitución tratan a los incitadores de extrema derecha a menudo con una tolerancia provocativa. Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente) ha sido tomada en serio, pero sus actos no están siendo perseguidos. Como si sus actos y manifestaciones fueran un ejercicio democrático. De hecho, estos que dicen representar al ciudadano medio, resultan ser, en realidad, el reflejo de lo más visceral e irreflexivo de la sociedad alemana. Ellos mismos piensan seguramente: ¡Vaya, somos muchos! Estamos ante un fenómeno de psicología social. Si uno empieza a amontonar sus residuos en un claro del bosque, el resto hace lo mismo. Es como cuando se rompe un dique: algunos ciudadanos que hasta ahora habían actuado de forma discreta se atreven, de repente, a decir todo lo que siempre habían pensado. Se burlan del Estado, de la democracia y actúan como los “buenos alemanes” que sólo dicen las cosas como son.
La verdadera amenaza para la sociedad
Por tanto, es algo negativo que el ministro de Justicia Heiko Maas no denuncie a los calumniadores que lo comparan con Goebbels, el ministro de Propaganda de Hitler. Por cierto, en tiempos como estos también la información a los ciudadanos es un medio probado para salirle al paso a la ultraderecha. Pero, cuando la casa ya está ardiendo, no sirve de nada contratar un seguro. Ha llegado el momento de detener el odio y la violencia. Una democracia se tiene que defender con todos los medios que tenga a su disposición. Porque una cosa está clara: la democracia alemana soporta mejor las cargas organizativas y financieras que supone alojar a los refugiados que los riesgos que entraña una sociedad de agitadores.
El negocio con los refugiados (29.10.2015)
Miles de refugiados atraviesan Serbia rumbo a los países occidentales de Europa. Para los comerciantes en las proximidades de los campamentos representan un negocio lucrativo. Diego Cupolo reporta desde los Balcanes.
Imagen: DW/D. Cupolo
¿Conductor de autobús o coyote?
En los Balcanes, el negocio del transporte crece vertiginosamente. En la entrada del campamento de refugiados en Presevo (Serbia), el albanés Liridon Bizazli ofrece un servicio de transporte en autobús a Croacia por 35 euros. Como mesero solo gana unos ocho euros al día. Con la venta de boletos de autobús entre 50 a 70 euros.
Imagen: DW/D. Cupolo
Todos se ayudan
Pese a la ganancia que genera su negocio, Bizazli no está orgulloso de él. Asegura que a veces también transporta gratuitamente a familias con niños que no tienen dinero para pagar el pasaje. “Yo también fui un refugiado”, cuenta. “Los viajes en autobús deberían ser gratuitos. Europa da dinero a Serbia para que ayude a los refugiados, pero el Gobierno no hace nada.”
Imagen: DW/D. Cupolo
Demanda y oferta
Cada día, entre 8.000 a 10.000 refugiados arriban a Presevo. Debido a la creciente demanda, los negocios en la región han extendido sus horarios de apertura. A las tiendas de alimentos y cocinas rápidas no les faltan clientes. Los precios se han duplicado, en algunos casos hasta triplicado. “En ningún otro lugar en Serbia he visto una hamburguesa tan cara como aquí”, dice Bizazli.
Imagen: DW/D. Cupolo
Desde tarjetas SIM hasta carretillas
Aparte de comida, lo primero que los refugiados buscan en un nuevo país son tarjetas SIM para poder comunicarse con sus familias y amigos. Por ello, cerca de los campamentos de refugiados, muchos habitantes venden tarjetas telefónicas prepagadas. Pero también ofrecen otros objetos útiles, como esta carretilla para transportar a las personas débiles, como esta mujer kurda de Siria.
Imagen: DW/D. Cupolo
Vendedor de zapatos
Pese a la inminente llegada del invierno y el aumento de las lluvias, muchos refugiados continúan su camino descalzos. Stefan Cordez, coordinador para el sur de Serbia de Médicos Sin Fronteras, explica que por ello muchos sufren infecciones de la piel y se lastiman los pies. Bajo estas condiciones, la venta de calzado y calcetines es un negocio lucrativo.
Imagen: DW/D. Cupolo
Documentos de segunda mano
Los países a lo largo de la Ruta de los Balcanes deben registrar a todas las personas nuevas que arriban. Frente a algunos campamentos de refugiados las filas son kilométricas. La voluntaria Daniela Gabriel, de Presevo, cuenta que algunos conductores de autobuses recogen los documentos de las personas que han transportado a Croacia para vendérselos a las personas que no quieren hacer fila.
Imagen: DW/D. Cupolo
Falsas informaciones
En tanto, algunos taxistas y choferes de autobuses llevan a los refugiados que han pagado pasaje hasta Croacia a ciudades serbias, donde sus documentos son tramitados en oficinas de registro inexistentes, prosigue Gabriela. A fin de evitar que los refugiados sean víctimas de falsas indicaciones, reparte información al respecto en el campamento.
Imagen: DW/D. Cupolo
Robo en las autopistas
Otros ayudantes, que prefieren permanecer en el anonimato, cuentan que han sido amenazados de muerte por advertir a los refugiados de taxistas peligrosos. Alexander Travelle, voluntario de Presevo, relata que una familia fue asaltada con arma de fuego, después de haber pagado 80 euros por persona para ser transportada a Croacia.
Imagen: DW/D. Cupolo
Todos reciben su pedazo del pastel
Bizazli admite que paga cien euros de "mordida" o coima a la semana a la Policía local para poder vender sus boletos de autobús enfrente del campamento de refugiados en Presevo. “Simplemente les das lo que piden y te dejan en paz”, dice. También otros ayudantes saben de taxistas que sobornan a los agentes policiales.
Imagen: DW/D. Cupolo
Precios exagerados
Con la caída de las temperaturas, cada vez más hoteles ofrecen hospedaje a los refugiados. Sin embargo, aquellos que no pueden pagar los precios exagerados de las habitaciones son rechazados.