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Deutsche Bank en el abismo

Henrik Böhme 29 de enero de 2016

El banco alemán está sumido en la más profunda crisis de su historia y no se vislumbran perspectivas de mejora. La competencia le gana sobradamente la partida. Henrik Böhme cree que se trata de pura supervivencia.

Deutschland Deutsche Bank Schriftzug Symbolbild Verluste
Imagen: Reuters/K. Pfaffenbach

Hay que reconocérselo: el presidente ejecutivo de Deutsche Bank, John Cryan, hace todo lo que puede. Mientras su predecesor, el autosuficiente Josef Ackerman, veneraba la institución financiera como si esta fuera una especie de Santo Grial, Cryan representa el papel de humilde trabajador. No tiene inconveniente en dar a conocer lo que a otros les resultaría vergonzoso admitir, como el hecho de que ni el propio Cryan ni otros directivos cobrarán primas de beneficios correspondientes al pasado año. Cryan se muestra optimista y luchador. Y, al mismo tiempo, dispuesto a hacer los cambios necesarios. Porque no hay otra opción para el Deutsche Bank.

Institución devastada

Para comprender el desastre al que se ha llegado, solo hacen falta unas cuantas cifras. Son muy pocas: 24 mil millones, 17 mil millones y 16 mil millones de dólares. Esos son los beneficios anuales de los bancos estadounidenses JP Morgan, Citigroup y Bank of America. Esa es la liga en la que el Deutsche Bank querría jugar. Pero, en el mismo contexto pésimo de mercado que aquellos bancos, ha tenido pérdidas de siete mil millones de euros. También los demás han tenido que pagar severas multas, han sufrido las estrictas condiciones de los reguladores y han tenido que ganarse de nuevo la confianza. Pero los inversores huyen en tropel del Deutsche Bank. Desde que John Cryan tomara posesión del cargo el pasado verano, el ya bajo precio de las acciones ha caído prácticamente a la mitad. Para colmo de males, la primera agencia de calificación crediticia ha dado su veredicto: rebaja de la calificación con perspectivas negativas.

Si tomamos en cuenta su valor en el mercado, el banco insignia de Alemania no se encuentra ni entre las primeras 50 instituciones financieras del mundo. Si consideramos los 20 mil millones de euros de capitalización bursátil, el Deutsche Bank es prácticamente un candidato a ser adquirido. Pero en las torres gemelas de Fráncfort, sede de la institución, no deben preocuparse por esto: ¿quién va a querer comprar un barco que no endereza su rumbo, que anda buscando un modelo de negocio, un sentido a su existencia? ¿Desea seguir siendo un banco universal? ¿O tal vez sería mejor que se diversificara? ¿Cómo se quiere abordar el reto de la digitalización del sector? Hasta ahora, la nueva dirección no ha dado respuesta a estas cuestiones. En cambio, se escucha a la directiva hablar con optimismo, diciendo aquello de la “luz al final del túnel”. Esa luz podría ser también la de una locomotora que avanza inexorable para arrollar a la institución.

No hay salida, ¡aprovechémoslo!

Son tiempos amargos. No es para menos: casi siete mil millones de euros en pérdidas, una catástrofe. El Deutsche Bank necesita dinero con urgencia para poder emprender reformas gigantescas. Y nadie puede responder a la pregunta de cuánto dinero pueden costar los litigios pendientes. Lo más grave que podría ocurrir sería la pérdida de la licencia bancaria en Estados Unidos. ¿Improbable? Gracias al caso Volkswagen, últimamente los estadounidenses no miran con buenos ojos a los alemanes.

Henrik Böhme, de la redacción de Economía de DW.

Es cierto que se vislumbran algunos destellos positivos. Es posible que este año vuelva a haber beneficios. Pero ninguno de los miembros de la Junta Directiva apostaría su propia casa a ello. Y eso que, para Alemania, sería importante que el Deutsche Bank volviera a jugar un papel global. ¿Qué implicaría que un exitoso país exportador como Alemania no pudiera presumir de un gran y exitoso banco internacional? Se pueden decir muchas cosas negativas de Deutsche Bank, pero, por otro lado, hay esperanzas de que vuelva a ponerse en pie. Lo que ahora le falta al Deutsche Bank es tiempo y confianza. Los mercados son implacables. John Cryan y su equipo, en realidad, no tienen opción alguna. Pero, como ocurre en el deporte, precisamente en ese hecho podría residir la solución.

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