El ministro alemán de Exteriores recibe a su colega turco y el caso Yücel es puesto sobre la mesa. Turquía parece estar abandonando la confrontación, pero el precio es alto. Demasiado alto, opina Rupert Wiederwald.
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"Haremos todo lo posible para mejorar la relación germano-turca". Eso es lo que dijo ayer sábado (6.01.2018) el ministro alemán de Asuntos Exteriores, Sigmar Gabriel, tras el encuentro con su colega turco, Mevlüt Cavusoglu, en la ciudad alemana de Goslar. Gabriel no comentó lo que exactamente quiso decir con "todo", pero se deja entrever. Por ejemplo, en una entrevista con la revista alemana Der Spiegel, Gabriel vincula el tema de las exportaciones de armas a Turquía, que en estos momentos están detenidas, con el caso del periodista encarcelado Deniz Yücel. Algo que sería un acuerdo cínico y perjudicial.
Un acuerdo tal debilitaría precisamente la posición que Alemania ha adquirido en los últimos meses hacia Turquía, como resultado de una política bien equilibrada, de claros límites y de cautela diplomática. Alemania se ha asegurado de que la unión aduanera con la UE, que Turquía desea, se encuentre actualmente en suspenso.
Esto ha golpeado sensiblemente a Turquía y provoca un efecto mayor en aquel país que hacer declaraciones públicas contundentes. Lo mismo se aplica a varios proyectos armamentísticos que han quedado detenidos. Irónicamente, utilizar el destino del periodista germano-turco Denis Yücel para renovar las exportaciones de armas es cínico, ya que Yücel ha criticado reiteradamente a las fuerzas de seguridad turcas y sus acciones en las zonas kurdas. Canjear su libertad rearmando precisamente a esas fuerzas militares es difícil de explicar.
Los derechos de libertad no son negociables
Además sería perjudicial, porque Alemania perdería credibilidad para oponerse a Turquía y otros Estados autoritarios. Los derechos de libertad no son negociables y no pueden ser canjeados por el precio de varios tanques. De lo contrario, un país al que le encanta pontificar a nivel internacional sobre derechos fundamentales se convierte en chantajeable. Y sus ciudadanos corren el peligro de convertirse en rehenes de conflictos diplomáticos, que pueden apaciguarse gracias a armas, tanques y misiles.
La presión mostró su efecto
El mismo Gabriel rechaza este tipo de acuerdos, pero el daño ya está hecho. La presión ejercida cuidadosamente sobre Turquía estaba surtiendo efecto. El presidente Recep Tayyip Erdogan y su Gobierno parecían tener, de repente, un tono conciliador. Porque en Ankara crece la percepción de que muchos de los problemas económicos turcos se pueden resolver mejor con la Unión Europea que con Rusia o China. Ese era el camino adecuado para mejorar la situación de los derechos humanos. Sin embargo, Turquía recibe ahora innecesariamente la impresión de que en Alemania los derechos también son negociables. Ese no puede ser el objetivo de la política exterior alemana.
Autor: Rupert Wiederwald (CT/MS)
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Turquía: manos pequeñas, grandes beneficios
Trabajar duro en lugar de estudiar: cientos de miles de niños refugiados sirios en Turquía no van a la escuela. Muchos trabajan 12 horas al día, aunque el trabajo infantil está prohibido. Visitamos un taller de costura.
Imagen: DW/J. Hahn
El trabajo se acumula
Khalil tiene 13 años y es de Damasco. Trabaja cinco días a la semana en esta sastrería, en el sótano de un edificio residencial en el barrio obrero de Bağcılar, Estambul. Hay cuartos de costura como este en casi todas las calles de la zona. Y, casi siempre, niños como Khalil trabajan en ellos.
Imagen: DW/J. Hahn
Pequeño compañero de trabajo
Las máquinas de coser suenan casi sin parar. Cuatro de los aproximadamente 15 trabajadores de esta sastrería son niños, todos vienen de Siria. La industria textil turca es uno de los sectores en los que el trabajo ilegal es muy común y en el que trabajan muchos menores de edad como mano de obra barata, sin papeles y sin seguridad social.
Imagen: DW/J. Hahn
Anhelo por la escuela
"No pienso en el futuro", dice Khalil, mientras clasifica telas de algodón. Una mujer joven cose bragas con ellas. Clasificar, cortar, coser -los dos hacen un buen equipo. En casa, en Siria, Khalil llegó a hacer el tercer grado en la escuela. Luego vino la guerra, la huida. Desde entonces, no ha vuelto a pisar un aula.
Imagen: DW/J. Hahn
¿Explotación o ayuda?
El trabajo infantil está prohibido en Turquía. Quien emplee a niños menores de 15 años, enfrenta multas. El dueño de esta sastrería lo sabe y por eso quiere permanecer anónimo. "Les doy a los niños trabajo para que no tengan que mendigar. Sé que está prohibido, pero por otro lado también ayudo a las familias que de otra forma no llegarían a fin de mes", dice.
Imagen: DW/J. Hahn
"Espero poder irme a casa"
Musa también tiene 13 años. Como muchos en esta sastrería, viene de la provincia mayoritariamente kurda de Afrin, en el norte de Siria. ¿Qué hace cuando no trabaja? "Jugar fútbol", dice. "Espero que pronto haya paz en Siria y podamos regresar a casa. Luego, quiero estudiar allí y convertirme en médico".
Imagen: DW/J. Hahn
Lo importante es que sea barato
Miles de bragas de mujer se cosen y se empacan aquí todos los días, en diferentes colores, diseños y tamaños. Se venden en bazares por una par de liras turcas la pieza. El objetivo: ser más barato que la competencia de China. Los niños aquí tienen un salario por hora que ni siquiera llega a los 50 céntimos de euro. Los adultos ganan aproximadamente el doble.
Imagen: DW/J. Hahn
Doce horas de trabajo al día
Aras tiene 11 años y trabaja aquí desde hace cuatro meses. Su madre está embarazada, su padre tiene un trabajo en una fábrica textil. El día de Aras comienza a las 8 de la mañana y termina a menudo a las 8 de la noche. Ella puede hacer dos pausas. Aras gana 700 liras al mes, lo que equivale a alrededor de 153 euros.
Imagen: DW/J. Hahn
Aprender es un lujo
Aras no puede ir a una escuela pública porque trabaja de lunes a viernes. Para que por lo menos aprenda algo, va el fin de semana a clases en una organización de ayuda siria. El currículo incluye matemáticas, árabe, turco. Las mismas maestras huyeron de la guerra en Siria.
Imagen: DW/J. Hahn
Tiempo fuera del aula
Más de 70 niños entre 4 y 18 años vienen todos los días a la pequeña escuela siria. A veces, las maestras van a casa de las familias y convencen a los padres para que envíen a los niños a clase al menos algunos días para que tengan la oportunidad de un futuro y puedan ser lo que son: niños.