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Opinión: El Mundial de Rusia, no de Putin

Juri Rescheto
14 de julio de 2018

La Copa del Mundo, que está a punto de terminar, ofreció varias sorpresas. La más grande y mejor fue la alegría de la fiesta futbolera en las ciudades de Rusia, dice Juri Rescheto.

WM2018 - Russische Fans
La alegría de la victoria. Imagen: picture-alliance/dpa/Imaginechina/N. Bo

¿Cambió a Rusia este Mundial? Sí. ¿Será duradero ese cambio? Probablemente no. El torneo expuso ante el mundo un país colorido en vez de uno gris durante al menos un mes, uno radiante en lugar de sombrío, valiente en lugar de temeroso. Y eso tanto puertas afuera como para sus habitantes. Durante estos días, incluso cuando el gris de la Policía rusa aparecía entre los colores de la fanaticada, excepcionalmente no se venían a la mente las restricciones a la libertad de expresión. Por el contrario, era perceptible una sensación de seguridad en medio de la fiesta deportiva más grande del mundo, organizada por Rusia. Y con éxito.

Metrópolis rusas como ciudades europeas

Este éxito se debió sobre todo a la mezcla única entre seguridad y alegría que convirtió a Moscú y a otras ciudades sede del Mundial en urbes verdaderamente europeas. Y no precisamente por la amplia cobertura del servicio de wifi o la transmisión en vivo de los partidos en el metro, los trenes gratuitos para la hinchada rusa ni las paradas de bus de alta tecnología, donde se puede cargar el celular. Claro, también todos se beneficiaron de estas comodidades, pero lo más importante era otra cosa: sentir el poder de ser lo que se quiere ser.

En el bar de una terraza se escucha el grito de "¡gol!". De la manera más natural, desconocidos se abrazan para felicitarse o consolarse. En las zonas peatonales se baila, se canta y, sí, se bebe alcohol, abiertamente, sin tener que envolver la botella en papel periódico. Abiertamente, como abiertos son los coqueteos con los brasileños (pese a las advertencias morales de la Duma) o reunirse a beber con los mexicanos por la paz mundial en una Datscha (las tradicionales casas de campo) y luego, con todo y resaca, regresar en un tractor de vuelta a la ciudad.

Se viven anécdotas, como revivir los últimos vestigios de la clase de inglés de la escuela para explicar a un hincha de Arabia Saudita que Novgorod, donde acababa de llegar, no es Nizhny Novgorod, donde en realidad quería ir para ver el juego de su equipo. Luego, ayudar al aficionado a cambiar su boleto, entregarle un frasco de pepinos marinados de casa y desearle un buen viaje hacia la Novgorod correcta. Todo esto fue este Mundial, todo lo que, por cierto, viene de la gente más que del Estado.

La fiesta se enciende: fanáticos del fútbol ruso reciben a su equipo en Moscú. Imagen: Reuters/G. Garanich

La gente: decenas de miles de voluntarios, cientos de miles de invitados extranjeros y millones de fanáticos del fútbol ruso. Para ellos era un Mundial de ciudades seguras, estadios modernos, un clima fantástico, deliciosa cerveza y –lo más importante– la sensación provocada por un equipo ruso que llegó a cuartos de final, pese a que nadie apostaba por ellos. Este último factor, por supuesto, contribuyó de manera especial al ambiente de fiesta en el país.

El fútbol ha dado esperanza

Y además: no fue el Mundial de Vladimir Putin ni los juegos de Putin, como fue llamado a menudo el torneo, antes de que empezara. Aunque el presidente, como jefe de Estado, llevara la responsabilidad de la organización, no podía obligar a la gente a estar alegre, hospitalaria y amable con sus compatriotas y con los fans. Es cierto que Putin –políticamente aislado y sancionado en Occidente– se ha beneficiado del éxito del torneo internacional, pero no solo él. Y para legitimar el sistema de su país, el presidente ruso definitivamente no necesita el Mundial.

Pese a toda la euforia, la Copa del Mundo no hará las vidas de los rusos más fáciles a largo plazo. Ni política ni económicamente. Por el contrario, el Gobierno ha impulsado varias leyes antes y durante el Mundial que hacen más difícil la vida cotidiana en Rusia. Pero el fútbol ha dado esperanza: la esperanza de que un día este país ya no sea asociado con Skripal, el Donbass y las sanciones. La esperanza de que después de la final no pase algo que nos recuerde a los dramáticos acontecimientos después de los Juegos Olímpicos de Sochi en 2014, como la anexión repentina de Crimea a Rusia.

La buena vibra del mundial no anula posibilidades como la que el director de teatro ruso Kirill Serebrennikov, que se encuentra bajo arresto domiciliario, pueda ser enviado a la cárcel, o que el director ucraniano Oleh Sentsov, que está en un campo de prisioneros, pueda ser canjeado por prisioneros rusos en Ucrania. Esperemos que ahora que Rusia le ha sonreído al mundo, no le muestre de repente sus colmillos.

Autora: Juri Rescheto (PN/DZC)

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