Durante su visita de cinco días a Myanmar y Bangladesh, el papa mencionó a la etnia rohingya en el último momento. Una decisión equivocada, considera Rodion Ebbighausen.
Publicidad
En la disputa en torno a la interpretación de la crisis humanitaria de la etnia rohingya hay tres posturas: la facción pro-rohingya, que, a su vez, puede subdividirse en tres grupos. En primer lugar, los militantes musulmanes del Ejército de Salvación Rohingya de Rakhine Arakan y sus partidarios, que quieren hacer valer sus creencias por la fuerza y han desencadenado la actual crisis de refugiados con su ataque el 25 de agosto.
En segundo lugar, los activistas rohingya bien conectados y vociferantes, que hablan imprudentemente de genocidio y desarrollan una masiva campaña mediática y de relaciones públicas, sin apartarse de las noticias falsas.
En tercer lugar, los moralistas, que están bastante seguros de que están del lado correcto y creen que todos los problemas se resolverían si solo se respetaran los derechos humanos. Este grupo ignora la complejidad y profundidad del histórico conflicto. En él se incluyen importantes organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional o Human Rights Watch.
Lo que une a estos tres grupos es su toma de partido por los rohingya. Lo que los distingue son los medios aceptados para lograr sus objetivos. En todo caso, todos le exigieron al papa mencionar el término "rohingya".
Sus contradictores se alinean en la facción anti-rohingya, que lograron que el papa evitara pronunciar hasta la "r” de rohingya durante su visita a Myanmar. Este grupo también se puede dividir en al menos dos grupos: Hay racistas en Myanmar que son reacios a aceptar que la mayoría de los rohingya ha vivido en el estado de Rakhine durante generaciones. Temen la islamización de Myanmar y la extinción de la cultura budista.
Por otra parte, están los ultranacionalistas, algunos de los cuales son monjes, que incitan al odio contra los rohingya, e incluso consideran que las acciones de los militares son demasiado permisivas, y opinan que el término "musulmanes del estado de Rakhine" es una impertinencia. En su opinión, sería necesario hablar de "bengalíes".
Unidos en el objetivo, en disputa por la vía
Entre estos grupos se encuentra una tercera facción, que se puede llamar de diplomáticos o realistas. Esta pequeña minoría busca evitar los estereotipos de los simpatizantes de los rohingya, especialmente en Occidente, así como el resentimiento prevaleciente de los que odian a los rohingya en Myanmar. El exsecretario general de la ONU Kofi Annan y la Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, muy criticados en medio de la crisis, pertenecen a este grupo que habla de "Musulmanes del estado de Rakhine", algo que abre la puerta a todos los moderados en el conflicto.
Los rohingya son primero que todo, humanos
Este es el único punto desde el cual se puede concebir una solución no violenta al conflicto. Al fin y al cabo, se trata de concebir a los rohingya no como etnia sino como lo que son: seres humanos con derechos fundamentales que hay que respetar.
Annan hizo lo correcto al recomendarle al Papa evitar mencionar a los rohingya, antes y durante la visita a Myanmar. Desafortunadamente, el papa pronunció la palabra rohingya en Bangladesh, apoyando así una de las partes del conflicto, que ahora puede utilizar a su favor la autoridad del jefe de El Vaticano.
No hay niñez para los rohinyás en Cox's Bazar
Tiene 12 años. Aun así, el rohinyá refugiado Nur Hafes cuida a su familia. Durante la huida desde Myanmar hacia Bangladesh su papá se fue. Ahora su mamá está sola con él y sus hermanos.
Imagen: Reuters/A. Abidi
El sostén de la familia
Nur Hafes, de 12 años, busca personas en el campo de refugiados de Palong Khali que quieran darle un poco de dinero si los protege con su paraguas del penetrante sol. Da una mirada hacia los sacerdotes musulmanes, quienes a veces distribuyen las donaciones que han recolectado en sus comunidades. Él todavía no es un adulto y, sin embargo, debe cuidar a una familia de nueve.
Imagen: Reuters/A. Abidi
Un euro al día es un buen día
“A veces hago 50 o 100 takas, a veces llego a casa con las manos vacías”, dice Nur. Un taka es equivalente a un centavo de euro. Por 50 takas se compran alrededor de 250 gramos de chiles verdes en los mercados de los campos . Un pollo cuesta alrededor de 150 takas.
Imagen: Reuters/A. Abidi
Sola con ocho hijos
Nur es el mayor de ocho hermanos. Cuando el ejército llegó a la aldea de los abuelos, el padre de Nur huyó sin la familia. No lo han visto desde entonces. La huida a Bangladesh cerca de la ciudad de Cox's Bazar ha dejado a la madre Rabia sola con los niños. Los ancianos hacen todo lo posible para ayudar a Rabia a mantener a flote a la familia en el campo de refugiados.
Imagen: Reuters/A. Abidi
"El ejército incendió casas"
Hace dos meses, Rabia y los niños fueron expulsados de su pueblo natal en la provincia de Rakáin, Myanmar. "El ejército incendió casas donde todavía había gente", recuerda la madre de 33 años. "He visto tanta gente con heridas de bala". La familia huyó a casa de sus abuelos, pero solo un día después llegaron los soldados.
Imagen: Reuters/A. Abidi
Dependientes de la ayuda humanitaria
Como la mayoría en el campo de refugiados cerca de Cox's Bazar, Nur y su familia dependen de la ayuda humanitaria. Desde su casa solo pudieron llevar la ropa que tenían puesta, documentos de identidad, un par de fotos y una manta para protegerse de la lluvia. Como cabeza masculina de la familia, Nur acostumbra estar al frente ante las organizaciones de ayuda.
Imagen: Reuters/A. Abidi
Sobreprecio en los campos de refugiados
Por lo general, solo se distribuyen alimentos básicos a los refugiados (aceite, lentejas, cebollas) y a menudo no lo suficiente. Es por eso que los campos de Cox's Bazar tienen una gran cantidad de comerciantes que, por ejemplo, venden chiles verdes o nueces, como también anticonceptivos y cigarrillos. La mayoría de los productos cuestan más que en los mercados de las ciudades vecinas.
Imagen: Reuters/H. McKay
Nur ya trabajaba en Myanmar
Antes de huir de Myanmar, Nur vendía productos que su padre compraba al por mayor. Como apátridas, los rohinyás tenían poco acceso al sistema educativo antes de que el conflicto estallara y eran discriminados en el mercado laboral.
Imagen: Reuters/A. Abidi
Los más jóvenes están desnutridos
A pesar de sus esfuerzos y la ayuda humanitaria, a la familia de Nur a menudo le falta lo más esencial. Los dos hijos más pequeños de Rabia, Fátima, de un año y medio (en la foto) y Mohammed, de ocho meses, sufren de desnutrición, al igual que muchos de los niños en los campos. Se estima que el 60 % de los refugiados rohinyá son menores de edad. Muchos sufren de enfermedades como diarrea.
Imagen: Reuters/A. Abidi
"Ya no se comporta como un niño"
"Es joven, pero entiende que tiene una responsabilidad. Ya no se comporta como un niño", dice Rabia sobre Nur. Sus deseos para su futuro son sencillos: espera que pueda montar un negocio como comerciante en Bangladesh. Pero a veces él sueña con otra vida, una educación adecuada, tiempo para jugar fútbol con amigos, y así poder ser un niño.