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Opinión: Frenesí venezolano

Evan Romero-Castillo20 de febrero de 2015

El arresto del dirigente opositor venezolano Antonio Ledezma no debe ser desestimado como otra cortina de humo del Gobierno, aun cuando sirva para opacar otros hechos que dejarían aún peor parado al presidente Maduro.

El dirigente opositor venezolano Antonio Ledezma, Alcalde Metropolitano de Caracas.
El dirigente opositor venezolano Antonio Ledezma, Alcalde Metropolitano de Caracas.Imagen: picture alliance/Demotix/R. Peña R

El Alcalde Metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma, se ha convertido en el preso político de mayor jerarquía en Venezuela, seguido por Leopoldo López, líder del partido Voluntad Popular; el disidente Raúl Baduel, exministro de Defensa; el político opositor Daniel Ceballos, otrora alcalde de la ciudad occidental de San Cristóbal; y las decenas de ciudadanos encarcelados por participar pacíficamente en las protestas antigubernamentales de 2014. Este jueves (19.2.2015), testigos presenciales denunciaron que Ledezma fue sacado a golpes de su despacho por funcionarios del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN).

Expertos aseguran que se trata de una detención arbitraria como las sufridas por otros enemigos del régimen. El arresto fue consumado sin orden de allanamiento ni evidencia del delito que el presidente venezolano, Nicolás Maduro, le atribuye. Según el hombre fuerte de Caracas, Antonio Ledezma estuvo involucrado en un frustrado plan de magnicidio junto a Leopoldo López –quien acaba de cumplir un año en prisión– y la defenestrada parlamentaria María Corina Machado. La prueba del crimen, a los ojos de Maduro, es un documento publicado el 11 de febrero en el que los tres claman por la formación de un Gobierno de transición.

Evan Romero Castillo, de la redacción hispanoparlante de DW.Imagen: Dimitri Detering

Las autoridades anunciaron hace algunos días que varios oficiales de la Aviación Militar Bolivariana habían sido arrestados por participar en ese “complot”, auspiciado por Washington. Pero, considerando la frecuencia con que el establishment chavista dice haber truncado intentonas golpistas y ardides para asesinar a su élite –van más de quince veces en los dos años de gestión de Maduro–, es comprensible que el repique de esta alarma no sea tomado en serio en el exterior. Estados Unidos refutó la acusación en su contra y le recomendó a Maduro dejar de intentar distraer la atención de la crisis multifactorial que aflige a Venezuela.

El Departamento de Estado se refiere seguramente a la inflación –la más alta del mundo– y otros desequilibrios de la economía de ese país, a la crónica escasez de alimentos, medicinas y productos de primera necesidad, a los altos índices de delincuencia y el menoscabo del tejido social, al descalabro del aparato productivo y la precarización del empleo, al deterioro infraestructural de los servicios públicos y, sobre todo, del sistema sanitario y la industria petrolera. Pero el infierno venezolano es mucho más insoportable cuando, con miras a disimular una calamidad, el Gobierno orquesta desmanes para que sirvan como cortina de humo.

Tomando en cuenta la gravedad de los sucesos que sacuden a ese país cada día, ¿cómo saber si el arresto de Ledezma es, por sí solo, un indicio de que el Gobierno de Maduro trocó finalmente en una dictadura o si sólo sirve para tapar la noticia de las cuentas suizas del Estado venezolano o los reportes que vinculan al presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, con el narcotráfico? Nadie puede saberlo a ciencia cierta, pero eso no le resta dramatismo a la suerte corrida por el Alcalde Metropolitano de Caracas. Precisamente por eso es importante que el mundo tenga en la mira –y tome muy en serio– todo lo que está ocurriendo en ese rincón de Sudamérica, aún a riesgo de quedar saturado por el frenesí del acontecer venezolano.

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